La enfermedad motiva la reflexión. Desde el momento en que me enteré de mi diagnóstico, he estado pensando sobre cómo afrontar la situación desde el punto de vista de un ateo materialista. En un país donde apenas el 3% de la población se declara no creyente (ateos, agnósticos o no religiosos), no hay muchos referentes locales a la hora de afrontar adversidades sin recurrir a la superstición.
Una pregunta muy común entre quienes reciben una noticia como esta es «¿por qué a mi?». Mi ateísmo proviene de mi gusto por la ciencia y por mi posición materialista con la vida. Sabemos sin lugar a dudas que nuestra especie es joven y que la vida en nuestro planeta lleva varios miles de millones de años. Asimismo, nuestro universo ha estado aquí por alrededor de 14 mil millones de años. La vida, nuestro planeta, el sol, nuestra estrella más cercana, y nuestro universo han existido desde mucho antes que cualquier conciencia o idea. Los mitos que eventualmente derivaron en religiones son nuestro primer intento de explicar el mundo natural. De haber tenido la comprensión que poseemos el día de hoy, la religión nunca se hubiese asentado de la manera que lo hizo en nuestra historia. Sin embargo, ha llegado el momento de crecer y asumir la adolescencia de nuestra especie. Es momento de revelarnos contra esas ideas primitivas que entregan un falso consuelo y asumir las ideas modernas que nos han llevado hasta donde estamos.
Por lo anterior, nunca tuve problema en aceptar mi enfermedad. Preguntarme por qué a mi es un sinsentido. Nací con un boleto para la lotería del cáncer. Algunos estamos en mayor riesgo que otros por factores genéticos o estilos de vida poco saludables, más nunca es del cero por ciento. Que hermosa es la estadística, esa rama de las matemáticas que nos permite entender las probabilidades de los sucesos. La buena noticia, por ahora, es que el pronóstico es esperanzador a pesar del molesto tratamiento que se viene.
Nuestro cosmos se mueve en una danza de necesidades y contingencias. El físico Jaime Hernández en muchas ocasiones me ha contado su visión sobre el azar en la naturaleza. En el mundo de las cosas muy pequeñas debemos contentarnos con predecir las posibilidades sin la certeza absoluta de lo que pasará. En el trabajo que realizamos de divulgación de la ciencia con la Corriente Progresista de Intelectuales, han sido extensas y reiteradas las discusiones. Las tendencias y las regularidades, a las cuales solemos llamar leyes, existen sin duda alguna, pero también son reales las casualidades, las eventualidades, los accidentes y las coincidencias. No podemos entender la realidad acudiendo a solo uno de los dos. Por esa razón es que no me sorprende para nada estar enfermo.
¿Qué hice al enterarme? lo que toda persona debería hacer: actuar con rapidez y acatando el consejo de los expertos. El cáncer es una enfermedad que puede hacer metástasis, es decir, se puede diseminar a otros órganos y hacer más difícil o imposible el tratamiento. El consejo aplica para casi cualquier afección. Retrasar los diagnósticos, exámenes y tratamientos, como suelen hacer las EPS en Colombia se traducen en complicaciones, menor efectividad de los procesos médicos, mayores tiempos de recuperación y tasas más altas de mortalidad en enfermedades curables o tratables. Al momento de escribir estas líneas, he pagado por mi cuenta lo que he podido para acelerar el diagnóstico y el tratamiento venidero.
El otro aspecto del que debo preocuparme es el psicológico. Para ello, acudí a mi familia y amigos más cercanos quienes expresaron su apoyo casi incondicional. Todos me expresaron sus buenos deseos. Varios de ellos envueltos en un ropaje religioso, que no es de extrañar en un país mayoritariamente creyente. No es algo que me moleste, siempre y cuando respeten mi forma de ver el mundo. Si alguien quiere rezar por mi, bien puede hacerlo si eso le da algo de calma. Yo por mi parte no participaré de ritual o encantación alguna porque no hay evidencia de que sean efectivos más allá de un efecto placebo. Soy incapaz de la inconsecuencia de autoengañarme con una falsa ilusión.
Recuerdo haber escuchado falsas anécdotas de personajes como Charles Darwin, que afirman que en su lecho de muerte cambiaron de parecer y pidieron perdón. Suelen ser tergiversaciones sin fundamento alguno que solo sirven de argumento para los religiosos. De Voltaire, dicen también, que se arrepintió al último momento. Aunque también dicen que cuando un sacerdote le pidió renunciar a Satanás en sus últimos días, respondió irónicamente que «no es el momento de hacer enemigos». A varias personas las he escuchado decir, con cierto placer, que todos se arrepienten al final, disfrutando de una persona que se encuentra reducida emocional y físicamente. Todo un chantaje. Como bien dice el gran Christopher Hitchens, ¿qué pensarían si un grupo de ateos formamos un coro para ir a los hospitales a convencer a los moribundos de renunciar a su fe y vivir sus últimos días sin el yugo y el autoengaño de la religión?. A los tratos especiales que socialmente tiene la religión, como el no pagar impuestos, se le suma esta licencia para atormentar a los enfermos que no comparten sus ideas, y hasta se atreven a pensar que es algo humanitario.
Continuando mi caso, mientras me recuperaba de la primera cirugía de toda mi vida, terminé el maravilloso libro «Cosmos: Mundos posibles» de Ann Druyan. En uno de los capítulos, la autora relata una enfermedad grave que sufrió uno de sus hijos durante el rodaje de la temporada más reciente de la serie. Al igual que yo, recibieron las oraciones de muchas personas cercanas, lo que la hizo reflexionar sobre un hecho: hace 100 años su hijo hubiese muerto irremediablemente por su padecimiento. ¿Qué cambió en este tiempo?, seguramente no lo hizo dios, dice mordazmente. Lo que avanzó fue nuestra comprensión de las enfermedades, de los tratamientos y de las técnicas médicas. Las religiones tienden a cambiar poco, porque son un dogma basado en la fe y en la revelación. Aquello que ya se dijo y que fue inspirado por un ser superior no necesita actualizarse. No existe evidencia capaz de hacer cambiar de parecer al dogmático. Las religiones representan una buena parte del aspecto conservador y atrasado de nuestra cultura; halan hacia el pasado. Para mantener la fe en dios ante la avalancha de avances científicos y tecnológicos tendríamos que aceptar, o que aprendió a curar enfermedades que antes no podía, o que cambió de parecer sobre sanarlas. Dudo que algún católico guste de alguna de esas dos opciones: un dios imperfecto e ignorante, o uno caprichoso y malicioso.
Recuerdo que este año tuve un encuentro con una señora que hace parte de los testigos de Jehová. De esas que se hacen en la calle para entregar sus volantes y su revista de numeroso tiraje. A la salida de un colegio, me abordó para hablarme de Jehová, su dios, que aunque dicen que es el mismo dios de los católicos, afirma cosas incompatibles como su postura frente a las transfusiones de sangre y las estatuas. Trato de no ser grosero con las personas y, francamente, siempre me causa curiosidad qué dirán esta vez, porque si algo puedo afirmar, es que nunca puedo adivinar con qué saldrán el día de hoy. Al expresarle mi no creencia, me preguntó si no me preocupaba un cáncer. No se si era amenaza o le preocupaba mi salud, más al preguntarle si su fe me blindaba de una enfermedad tan compleja me dijo que no. No se qué pensar de ese dios tan ambivalente. Me dicen a veces que es el amor en su máxima expresión, pero luego lo presentan como el ejemplo canónico de un padre tirano y dictatorial. El tal libre albedrío no parece incluir la posibilidad de no quererlo.
No obstante, no puedo centrarme únicamente en la religión en este ensayo. En una situación como la mía no han de faltar las seudociencias. Y es que no se hicieron esperar las recomendaciones de supuestos tratamientos o «medicinas» mal llamados alternativos. Me han indicado que suspenda todo consumo de azúcar, que tome una cucharada de bicarbonato de sodio todos los días, que consulte «médicos» homeópatas, que realice dietas dudosa credibilidad, entre muchas otras cosas más. Cordialmente respondo que no haré nada sin consultar con el médico especialista. No por nada es un oncólogo y cirujano de mucha experiencia. Y eso es lo que le recomiendo a cualquier persona. Su médico debe estar al tanto de cualquier sustancia que consuman o decisión que tomen. Casos son muchos, como el del conocido Steve Jobs, creativo de Apple a quien le diagnosticaron un cáncer de páncreas operable, el cual decidió «tratar» con zumos naturales. Cuando decidió cambiar de parecer, ya era demasiado tarde. Y hablamos de una persona con todos los recursos económicos a su disposición, y de tanto reconocimiento que seguramente le hubiesen dado la máxima prioridad.
Volviendo a la religión y al pensamiento supranatural, me llama la atención como ha monopolizado aspectos de la conciencia humana tales como la moral, el consuelo y la esperanza. Afirman la idea absurda de que sin un referente moral absoluto, normalmente el dios de turno, no sabríamos distinguir qué es lo bueno de lo malo. Como si en los varios milenios de contar con las religiones no hubiesen servido de justificación para tantos horrores e ideas que hoy consideramos inconcebibles. La religión ha justificado la esclavitud, y sigue sosteniendo formas de opresión hacia la mujer como el caso extremo del Islam, aunque mejor no le demos la oportunidad al cristianismo de demostrar que lo puede hacer igual de «bien». Personalmente, dudo de la existencia de tales referentes morales absolutos, sean de procedencia divina o terrenal. Si algo nos ha mostrado la historia es que la moral superior no cae del cielo; hay que luchar por obtenerla y por defenderla, de la misma manera en que los derechos no son de procedencia natural o sobrehumana, sino que se obtienen en las más arduas contiendas.
Como escuché alguna vez decir a Hitchens: donde acaba la astrología comienza la astronomía; donde acaba la alquimia comienza la química y donde acaba la religión inicia la filosofía. Es esta última la encargada de lidiar con nuestros problemas éticos y morales. No necesitamos de espejismos para reconocer las buenas y malas acciones.
Yo por mi parte no necesito de falsas ilusiones. El mundo está lleno de razones para querer vivir. Cada persona puede labrar su propia definición de felicidad, o construirla en colectivo. Los logros de nuestra especie son asombrosos para su poco tiempo de vida. Imaginen todo lo que se viene si logramos lidiar con los problemas de nuestra especie de la misma forma en que hemos dominado tantos problemas de la naturaleza. Estamos en la capacidad de visitar Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro sistema solar, en medio siglo. Piensen en ello; podríamos alcanzar a ver la primera foto de una estrella distante muy de cerca, así como los planetas que la circundan. Por más tortuoso que pueda parece el camino, el futuro es, sin duda alguna, brillante.
En El hombre que calculaba de Malba Tahan, Beremíz, el calculador, cuenta la historia del origen del ajedrez1. El rey Iadava, señor de la provincia de Taligana en la India se encontraba muy afligido por la muerte de su hijo, el príncipe Adjamir, en medio de una guerra defendiendo su territorio.
Mucho tiempo pasó el rey encerrado en sus aposentos hasta que Lahur Sessa, un joven brahmán2 llegó hasta él con un nuevo juego que simulaba un campo de batalla con el cual comprendió que a veces es necesario el sacrificio de una pieza, inclusive una muy valiosa, para poder obtener la victoria.
El rey quiso premiar al brahmán quien inicialmente rechazó cualquier obsequio. Ante la insistencia del monarca pidió una solicitud bastante extraña para toda la corte:
El rey no pudo dejar de llamar insensato a quien creó el ajedrez, no solo porque pidió su recompensa en granos de trigo, sino porque, para él, en un puñado de trigo «hay un número incontable de granos» y «con dos o tres medidas», pensaba él rey, pagaría sobradamente la petición.
Grande fue su sorpresa cuando sus algebristas, luego de tomarse su tiempo para realizar los cálculos respectivos concluyeron que es una magnitud inconcebible para la imaginación humana y afirmaron lo siguiente:
Sabia es la conclusión de Lahur Sessa al señalar las tantas veces que «los hombres más inteligentes se obcecan a veces no solo ante la apariencia engañosa de los números sino también ante la falsa modestia de los ambiciosos». El soberano asumió una «deuda cuya magnitud no puede valorar con la tabla de cálculo de su propia inteligencia».
Todos nos encontramos en la misma posición que el rey cuando lidiamos con números más allá de nuestra imaginación. ¿Cuánto son 40.000 kilómetros? Es la circunferencia de la Tierra. ¿Y cuánto es la distancia al sol? cerca de 150 millones de kilómetros. También dicen 8 minutos y 20 segundos luz, que es una unidad de distancia, no de tiempo. Aunque vemos números allí, son difíciles de comprender y comparar porque no forman parte de las distancias con las que lidiamos diariamente. Ni hablar del tamaño de nuestro Sistema Solar, de la Vía Láctea o de todo nuestro Universo.
No solo padecemos ante los números grandes, sino también, ante los números muy pequeños. Existe a nuestro alrededor un mundo de lo muy pequeño que no podemos ver a simple vista. Existen virus y bacterias, que están compuestos de partes más pequeñas que ellos mismos, que a su vez están integradas por componentes más diminutos de materia. Mi cerebro tan solo sabe que son cosas muy pequeñas, y que unas son más pequeñas que las otras, pero no puede imaginarse realmente lo que quiere decir eso. No cuestionaré al regente del relato porque no estoy seguro de haber reaccionado diferente en su lugar.
La historia del origen del ajedrez no solo nos lleva a reflexionar sobre números muy grandes o muy pequeños, sino también sobre el crecimientos acelerado de los números. Un tablero de ajedrez cuenta con 64 casillas organizadas en 8 filas y 8 columnas, como podemos ver en la siguiente imagen:
Veamos la cantidad de granos de trigo que tendríamos que pagar al brahmán tan solo por la primera fila del talero si incurriéramos en semejante deuda:
Vemos números muy familiares. En total hay que pagar 255 granos de trigo en esta fila. Tal vez nos baste con un puñado para satisfacer nuestra obligación. Son números que usamos diariamente. No obstante, pensémoslo de otra forma; en tan solo 7 pasos, saltamos de 1 único grano de trigo en la primera casilla, a 128 en la octava. Si habláramos de rentabilidad sería una ganancia bastante considerable: invierto un peso de mi dinero y obtengo 127 extra.
Sumamos 65.280 granos de trigo para un total de 65.535 en lo adeudado al brahmán.
Sigue siendo una cantidad de granos que seguramente un rey puede otorgar. Vemos, no obstante, que creció bastante en comparación a la primera fila. \(255 \times 256 = 65280\), lo cual quiere decir que la segunda fila es 256 veces más grande que la primera.
La tercera fila suma a la deuda un total de \(16.711.680\) granos de trigo. Esa cantidad se lee como dieciséis millones setecientos once mil seiscientos ochenta. Al multiplicar la segunda fila por 256, nos encontramos con el total de la tercera fila: \(65280 \times 256 = 16.711.680\). De la segunda a la tercera, el resultado creció, nuevamente, 256 veces. ¿A qué equivale esa cantidad?. El costo de un automóvil o la cuota inicial de una casa (hablando en pesos colombianos).
¿Cuánto crece de la tercera fila a la cuarta?. Si multiplicamos \(16.711.680 \times 256 = 4.278.190.080\). La cuarta fila se lee como cuatro mil doscientos setenta y ocho millones ciento noventa mil ochenta. Podemos ver que entre fila y fila, el total de granos aumenta, siempre, 256.
La primera fila maneja números de un dígito: 1, 2, 4; cifras de dos dígitos: 16, 32; y cifras de tres dígitos: 128. Su total, que es 255 es también de tres dígitos. La segunda fila posee número de tres, cuatro y cinco cifras. La tercera y cuarta fila llega hasta los 8 y 10 dígitos. Los millones y los miles de millones. En tan solo la mitad del tablero hemos realizado un salto abismal y vemos que cada fila es mucho más grande que la que la precede. Conforme avanzamos en nuestro tablero de ajedrez, las cantidades se hacen menos comunes. Rara vez hablamos o hacemos cuentas con miles de millones3.
Las últimas filas las resumiré en las siguientes tablas:
Fila 5 |
---|
4.294.967.296 |
8.589.934.592 |
17.179.869.184 |
34.359.738.368 |
68.719.476.736 |
137.438.953.472 |
274.877.906.944 |
549.755.813.888 |
Fila 6 |
---|
1.099.511.627.776 |
2.199.023.255.552 |
4.398.046.511.104 |
8.796.093.022.208 |
17.592.186.044.416 |
35.184.372.088.832 |
70.368.744.177.664 |
140.737.488.355.328 |
Fila 7 |
---|
281.474.976.710.656 |
562.949.953.421.312 |
1.125.899.906.842.624 |
2.251.799.813.685.248 |
4.503.599.627.370.496 |
9.007.199.254.740.992 |
18.014.398.509.481.984 |
36.028.797.018.963.968 |
Fila 8 |
---|
72.057.594.037.927.936 |
144.115.188.075.855.872 |
288.230.376.151.711.744 |
576.460.752.303.423.488 |
1.152.921.504.606.846.976 |
2.305.843.009.213.693.952 |
4.611.686.018.427.387.904 |
9.223.372.036.854.775.808 |
Y sus resultados los vemos en esta tabla resumen:
5 | 1.095.216.660.480 |
6 | 280.375.465.082.880 |
7 | 71.776.119.061.217.280 |
8 | 18.374.686.479.671.623.680 |
La casilla número 64 hospeda un número de 19 dígitos: \(9.223.372.036.854.775.808\). El resultado de la octava y última fila es de 20 dígitos: \(18.374.686.479.671.623.680\). Son números muy grandes que escapan a nuestra imaginación.
El total de granos para todas las casillas del tablero es de \(18.446.744.073.709.551.615\). No hay duda de que es un gran número. Yo, sin embargo, no podría sacar las conclusiones de los algebristas del rey con tan solo verlo. Parece una tarea para matemáticos más competentes.
Hay una forma más simple de obtener el resultado de cada cuadro del tablero. Si enumeramos cada casilla empezando por el número \(1\) (la casilla superior izquierda) hasta la número \(64\) (la casilla inferior derecha), encontramos una forma de hacer el cálculo en función de ese número.
En matemáticas es muy común darle nombres a los números. Llamemos \(n\) al número que indica la casilla, como vemos en la imagen. Sabemos ya que la primera contiene un único grano. Si elevamos el número \(2\) a la potencia \(0\) nos da \(1\), es decir: \(2^0 = 1\). ¿De dónde salió ese cero?, lo podemos obtener así: \(2 ^{n - 1} = 2 ^ {1 - 1} = 2^0 = 1\). La segunda casilla tiene \(n = 2\), por tanto \(2^{2-1} = 2^1 = 2\). La tercera casilla (\(n=3\)) es \(2^{3-1} = 2^2 = 4\). Hasta ahora cuadra muy bien. La octava casilla nos da \(2^{8-1} = 2^7 = 128\). La casilla número 64 es igual a \(2^{63} = 9.223.372.036.854.775.808\).
Veamos por qué la potenciación nos da el resultado correcto: Recordemos que en cada casilla sucesiva se dobla el resultado de la anterior. La segunda casilla es el resultado de doblar la primera, la tercera es el resultado de doblar la segunda y así sucesivamente. Cada casilla termina siendo el resultado de doblar una o varias veces el primer grano.
La casilla 2: \(1 \times 2 = 2^1 = 2\). La casilla 3 es \(1 \times 2 \times 2 = 2 \times 2 = 2^2 = 4\). La casilla número cuatro es igual a \(1 \times 2 \times 2 \times 2 = 2 \times 2 \times 2 = 2^3 = 8\). La octava posición del tablero es el resultado de doblar 7 veces el primer grano de trigo: \(1 \times 2 \times 2 \times 2 \times 2 \times 2 \times 2 \times 2 = 2^7 = 128\).
Si el brahmán hubiese pedido que los granos en cada posición del tablero se triplicaran respecto al anterior, no usaríamos el 2 como base de la potenciación sino el número 3. La potenciación es una forma mucho más conveniente y resumida de hacer los cálculos.
La matemática nos permite obtener una expresión mucho más compacta no solo para saber la cantidad de granos de cada posición en el tablero, sino también la suma total de granos hasta una posición en el tablero. Veamos cuál es:45
\(S_n = 2^{n+1} - 1\)
Podemos aplicar esta ecuación con \(n = 63\) para calcular el total de granos así: \(2^{63 + 1} - 1 = 2^{64} - 1 = 18.446.744.073.709.551.615\). Esta fórmula generalizada serviría para tableros que sean tan grandes como queramos siempre que sigan la misma regla de duplicarse en cada paso.
Volvamos nuevamente a nuestra dificultad de lidiar con números grandes. ¿Qué diferencia hay entre 5 y 40?. Lo podemos entender porque son cantidades familiares para nosotros. Por ejemplo, podemos pensar en dos personas, de 5 y 40 años respectivamente. Es fácil hacerse una idea de cuánto tiempo ha transcurrido. Es lo mismo que comparar una pena de prisión de 1 año con una de 20 años. Entendemos, más o menos, la diferencia. ¿Y si habláramos de un siglo, que corresponde a 100 años?. Sabemos que la esperanza de vida de las personas se ha acercado considerablemente a un siglo. Hay, incluso, personas que viven más que esa cantidad. Pensemos ahora en un milenio. Se hace más difícil de imaginar, más sin embargo, tenemos una idea de acontecimientos históricos que ocurren en un periodo de tiempo así.
Aumentemos aún más la escala. Los dinosaurios se extinguieron hace cerca de 66 millones de años. La vida en nuestro planeta apareció hace cerca de 3500 millones de años y nuestro planeta tiene «apenas» 1000 millones de años más que la vida que aloja. Un uno seguido de 9 ceros. Todo nuestro universo tiene cerca de 13800 millones de años. No sabemos qué hay antes de nuestro Universo.
La historia narrada en el libro de Malba Tahan nos permite intuir las dificultades que enfrentamos ante números que están fuera de nuestra experiencia cotidiana. Sabemos que hay personas con fortunas tan grandes que podrían vivir cientos o miles de vidas cómodas con ellas. La fortuna de Jeff Bezos se estima en 140.000 millones de dólares, un enorme número de 12 dígitos. Una persona en Colombia gana hoy en día un mínimo de 877.803 pesos, que vendrían a ser como 230 dólares. En un año equivale a 10.533.636, más una prima que equivale a otro mes y otra prestaciones más. Redondeemos a 12 millones. En 50 años serían 600 millones de pesos aproximadamente. Claro, el salario mínimo aumenta (una miseria) cada año, por lo que será más, pero el costo de vida también suele aumentar, o sea que podemos comprar menos con lo mismo. En dólares, equivale aproximadamente a 160.0006 dólares estadounidenses. Si redondeamos a 200.000 dólares, Jeff Bezos es cerca de setenta mil veces más rico que lo que una persona con salario mínimo colombiano ganará en casi toda su vida. La diferencia es enorme, es más o menos como estar en la 1 casilla del tablero de ajedrez, en comparación a la última casilla de la segunda fila, más no olvidemos que comparamos una riqueza actual de un solo individuo con la que tendrá una persona durante 50 años de vida. Si equiparamos tan solo un año de trabajo, la distancia aumentaría. El tablero de ajedrez se ha transformado en nuestra escala. En el juego del ajedrez un peón tiene un valor de una unidad. La reina, que es la pieza más poderosa en cuanto a movimientos equivale a 10 unidades de valor. El rey se considera más valioso porque con el mero riesgo de captura perdemos el juego. La diferencia entre los más ricos y los más pobres es inimaginable, mucho más que la desigualdad entre la realeza en el ajedrez y un simple peón.
Apliquemos ahora la idea del ajedrez a un caso actual: la COVID-19. La tasa de contagio del virus es de entre 2 y 3 personas. Es un promedio que indica cuántos inviduos aproximadamente contagia alguien que tenga el virus. Habrá quien no contagie a nadie y habrá súpercontagiadores (personas que contagian a muchas). Es un número, que al igual que otros, hay que saber entender porque puede escapar a nuestra inteligencia.
En Colombia, el primer caso se detectó el 6 de marzo de 2020;7 a los pocos días, el 9 de marzo, ya se había detectado 3 casos y para el 13 de marzo contábamos 16 contagiados confirmados en el país. El primero de abril habían 1.065 casos lo que quiere decir que en tan solo un mes los confirmados se multiplicaron por 1.000. Es dar en un mes un salto de la primera fila a la segunda del tablero de ajedrez. El primero de mayo contábamos casi 7.000 casos. En tan solo otro mes los contagios se multiplicaron por 7, o, diciéndolo de una manera equivalente, en dos meses se multiplicaron por 7.000. El 23 de mayo habían poco más de 20.000 casos en el país, y en menos de un mes se había más que duplicado esa cifra. Como pueden ver, el crecimiento es comparable con el de la historia que contamos al principio. La COVID-19 tiene un crecimiento exponencial. Conforme avanza el tiempo, se expande cada vez más rápido. De no tomar medidas, en poco tiempo llegaríamos a números impensables.
Claro está, esa curva de crecimiento es tan solo un modelo matemático que tiene en cuenta el tiempo y la tasa de contagio del coronavirus únicamente. Las medidas de aislamiento y bioseguridad, así como el hecho de que quienes se han recuperado son probablemente inmunes (cuando menos por un tiempo) y las variaciones mismas del virus producto de la evolución hacen que el crecimiento se ralentice y puede llegar a reducirlo. Una eventual vacuna puede erradicar al virus. Del mismo modo, el comportamiento, aunque exponencial, varía de país a país, con casos tan dramáticos como los de España e Italia. En Colombia el comportamiento ha sido atípico en comparación con la región; sin embargo, poco a poco nos estamos poniendo al día, y si un día hay casi 50.000, podemos augurar que en un mes se estarán superando los 100.000. Y, a mayor cantidad de contagiados, tanto más serán los muertos.
Las matemáticas nos deben llevar no al pánico sino a estar alertas. Y sobre todo, nos deben enseñar a no ser ingenuos y a no menospreciar el virus, de la misma forma en que el rey de nuestra historia menospreció el pedido de Lassar. Que no conozcamos a un contagiado no quiere decir que la enfermedad no sea tan delicada como realmente lo es. Significa tan solo que no ha pasado el tiempo suficiente. En Colombia la mayoría de casos se han concentrado en Bogotá, Barranquilla, Cartagena y en el Valle del Cauca. En Pereira, capital de Risaralda hay pocos casos por ahora. Por mera estadística, es poco probable conocer a una persona contagiada, por el momento. No nos confiemos ante la apariencia engañosa de los números.
En general, sea la siguiente suma, la cual llamaremos progresión geométrica
\(S_n = a^0 + a^1 + \ldots + a^n\)
entonces, multiplicando ambos miembros por \(a\):
\(aS_n = a^1 + a^2 + \ldots + a^{n+1}\)
Si se resta la primera ecuación de la segunda:
\(S_n(1-a) = a^0 - a^{n+1}\)
y despejando,
\(S_n = \frac{a^{n+1} - a^0}{a-1}\),
Para el caso, \(a = 2\) que es el caso de nuestra historia tenemos:
\(S_n = \frac{2^{n+1} - 1}{2-1} = 2^{n+1} - 1\)
Don Benja es un señor muy mayor que vive solitario por temporadas en su pequeña cabaña de barro y guadua de un resguardo indígena clavado entre las montañas. Apenas cursó pocos años de primaria, pero es un hombre sabio, dueño del conocimiento que le legaron la vida y sus luchas continuas. Es, sobre todo, un hombre comprometido, que sigue luchando por los derechos de su pueblo, que sigue enseñando a luchar a los jóvenes. Lo recuerdo en estos días en que los ancianos se han convertido en las principales víctimas del virus que se propaga con la velocidad frenética de las ofertas comerciales y los vuelos transplanetarios, como si los ancianos pobres de mi país no fueran ya las primeras víctimas de otra epidemia de abandono, miseria e inexistencia total de servicios sociales, el legado de tres décadas de neoliberalismo furioso.
Y entonces repaso algunos de los titulares de los últimos días: “Israel anuncia que sacará a ancianos de hospitales para dejar sitio a infectados con COVID” anota La Vanguardia. “Italia: confirman las declaraciones de un médico sobre la masacre de ancianos” dice El Clarín. “El horror que se vive en algunas residencias de ancianos de España por la crisis del COVID-19” titula luego la BBC. ¿Merece existir un orden social que sacrifica y desecha a los más viejos, con todo lo que significan, con todo lo que representan?
Hay un hilo conductor entre la política (neo) liberal, el control demográfico y la eugenesia social, un discurso que ha experimentado un repentino y epidémico brote casi al mismo tiempo que el COVID-19. Ese hilo común es el “dejar hacer, dejar pasar”, la fórmula elegida por los poderes mundiales hace ya cuatro décadas para superar la crisis de acumulación del capital y, de paso, la debacle social que la acompaña, especialmente en el tercer mundo. Aunque la fórmula se aplica principalmente a la no intervención del Estado en la economía y proviene del siglo XVIII, su influencia se extiende hasta nuestros días y se expresa en todas las esferas de la vida social.
Robert Malthus fue un influyente pensador inglés de principios del siglo XIX. En su libro “Ensayo sobre el principio de la población”, Malthus esbozó métodos brutales y muy crueles de control demográfico, en un lenguaje desparpajado que parece evocar al de políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Aunque era clérigo, no lo motivaba la preocupación por el prójimo, sino los intereses de su propia clase que sentía amenazada su riqueza ante el explosivo crecimiento de los trabajadores. Explícitamente planteaba:
Desde aquellos tiempos, las guerras, el hambre y las pestes han estado cumpliendo su terrible labor, no siempre con éxito, pues la población no cesa de crecer. Esto, por supuesto, no ha impedido que las ideas de Malthus se reciclen en los trabajos de distintas entidades internacionales, desde Naciones Unidas y el Banco Mundial, hasta el Club de Roma con documentos tan influyentes como “Los límites del crecimiento”, un informe de 1972 que vuelve sobre la vieja idea maltusiana del desfase entre el crecimiento de la población y la limitación de los recursos del planeta, discurso presentado como “científico” para apuntalar programas de control social y demográfico muy regresivos. Aunque ahora no se defienden públicamente soluciones al estilo Malthus, si se aplican políticas de control natal y esterilización forzada en países del tercer mundo, especialmente hacia minorías étnicas, como ha ocurrido en Centroamérica, o como ocurrió en Perú en décadas pasadas.
Políticas de control demográfico fueron, por ejemplo, las que propuso el premier británico Boris Johnson el 12 de marzo, cuando afirmó que era conveniente permitir un contagio controlado de la población, antes de recurrir a medidas más radicales como el aislamiento social, el cierre de fronteras o la paralización de la economía. Incluso, su asesor científico sir Patrick Vallance, sugirió que parte de la estrategia consistiría en gestionar el contagio de la infección para hacer inmune a la población. La llamada “inmunidad del rebaño” permitiría que el 80% de la población se contagie para crear una autoinmunidad que supuestamente iba a proteger al 20% más vulnerable. Pero los expertos de la OMS consideran que este experimento de no intervencionismo se traduciría en unos 510.000 muertos sólo en el Reino Unido2.
El gobierno norteamericano ha seguido una estrategia muy similar. Se ha negado a trazar una política unificada en todo el país, dejando que cada Estado actúe por su cuenta. Incluso, después de haber ordenado el aislamiento de las ciudades más afectadas, Donald Trump declaró que “el remedio no puede ser peor que la enfermedad” y que pronto relajaría las medidas, en una clara defensa de los negocios por encima de la vida de las personas. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick -republicano acérrimo- lo dijo más claro: “como adulto mayor, estoy dispuesto a arriesgar la vida a cambio de mantener el Estados Unidos en el que yo crecí… sí ese es el intercambio, yo estoy dispuesto" 3.
En la misma tónica anticientífica, se está dejando avanzar a la epidemia en países como Brasil, Suecia o Bielorusia. Así, Bolsonaro minimizó la enfermedad llamándola una “gripiña”, S. Loften le dijo al pueblo que “había que sacrificarse” por la economía y el autoritario Lukashenko afirmó que “estas cosas pasan”, negándose a tomar medidas efectivas. Esto implica no solo “dejar hacer” al virus y “dejar pasar” la pandemia en aras de salvar la economía, sino cobrar la vida de millones de personas por todo el mundo. ¿Qué ideologías fomentan una infamia tan grande?
Francis Galton, primo de Charles Darwin y padre de la teoría eugenésica, propuso a mediados del siglo XIX la mejora de los rasgos hereditarios mediante diversas formas de selección humana. Buscando garantizar la continuidad de los más fuertes, sanos e inteligentes (según criterios muy sesgados), Galton defendió la no reproducción y hasta la muerte de personas que no encajaban en dichos estereotipos. Según su lógica, proteger a los minusválidos, los enfermos o los tarados, era ir contra la ley natural de la “supervivencia del más apto”, fomentando la continuidad de las enfermedades y llevando a la decadencia de “la especie”. Por eso se opuso al tratamiento de estos enfermos dejando que la “ley natural” de la enfermedad los eliminara, considerando esto como un “ahorro” de recursos para el Estado y la sociedad. El reverso de la eugenesia derivó, es bien sabido, hacia los campos de exterminio masivo de los nazis.
Los sistemas de asistencia social y de aseguramiento en salud cumplen precisamente la función de prolongar la vida de la gente y hacerla más llevadera. En parte, gracias a ellos, se ha logrado una esperanza de vida de 72 años en promedio mundial, cifra que para mediados del siglo pasado llegaba apenas a los 50 años. Está claro que la pandemia de coronavirus atacará con más fuerza a las masas urbanas y especialmente a mayores de edad, enfermos crónicos, inmigrantes, desplazados, desempleados, habitantes de calle y adictos a las drogas. Esta es la población que políticos de derecha como Nicolás Zarkozy llamaron “la racaille”, la escoria, al igual que Trump cataloga a los inmigrantes de “plaga” y Bolsonaro de “peste” a los delincuentes.
De modo que siguiendo aquel concejo de W. Churchill de “nunca desaprovechar una buena crisis”, estos políticos de la derecha están aprovechando la pandemia para aplicar un programa eugenésico de dimensiones planetarias. Regidos por su fanatismo político y religioso, consideran que es el momento de deshacerse de millones de personas por improductivas, que son una onerosa “carga” para el Estado. La “masacre de ancianos” de la que se hablaba hace unas semanas en Italia, será en los hechos un fabuloso incremento en la rentabilidad de los fondos privados de pensiones. Incluso atacan a aquellos trabajadores productivos como los inmigrantes, considerándolos “parásitos”, al estilo de una perversa película coreana, invirtiendo completamente la realidad de quién alimenta a quién en esta sociedad. Este odio y desprecio se extiende a las minorías nacionales de afroamericanos, amerindios, asiáticos, gitanos, considerados ciudadanos de tercera clase, vidas que no valen, gente que no duele, carne de cañón para las guerras, las fábricas o los prostíbulos. Desde hace siglos se experimenta con ellas y se les somete a exterminio.
Aunque en apariencia el virus no diferencia clases sociales, en realidad veremos que cuando se complete el ciclo del desastre y aparezcan las grandes estadísticas, el pueblo será quién ponga la mayoría de los muertos. En parte porque el acceso a los sistemas de salud y a las medidas de prevención del virus como auto aislarse y confinarse también acaban sujetas a condicionamientos de cada clase social. Ahí están la educación, la ciencia, la cultura, la posibilidad de reservar comida para uno o dos meses, el acceso a un grifo con agua potable para lavarse las manos, cuestiones que faltan a media humanidad. Así funciona este sistema en su base, reproduciendo la segregación, la marginación, la opresión, en cada ciclo, en cada crisis, en cada generación.
Adam Smith se hizo célebre al plantear que la búsqueda de los intereses egoístas de los distintos agentes económicos conlleva de manera inconsciente el máximo bienestar social para el conjunto. Adujo que una “mano invisible” –el mercado- conducía todo el proceso hacia sus nobles objetivos. No intervenir, no regular, no colocar barreras; permitir que el mercado se desenvolviera como un orden natural, que se limita y se regula a sí mismo. Pero el discurso del libre mercado esconde la necesidad de rotación del capital, vital para su supervivencia. Sus “nobles objetivos” hoy están a la vista: hambre, pestes, guerras, degradación social, debacle ambiental. La quietud o el enlentecimiento de su incesante ciclo, significan la muerte del capital. No importa que haya que sacrificar a millones para acelerarlo.
¡Dejen pasar a la peste, dejen hacer a la epidemia! El futuro del capital está en juego.
CORRIENTE PROGRESISTA DE INTELECTUALES EJE CAFETERO
La famosa frase de Carl Sagan, “no quiero creer, quiero saber”, sintetiza el objetivo trazado por la serie COSMOS iniciada por él mismo en 1980 y continuada por su viuda Anne Druyan en la segunda temporada de 2014. A lo largo de las dos series mencionadas se ha expuesto el avance de la ciencia desde la antigua Grecia hasta nuestros días en dura lucha contra el pensamiento místico, la ignorancia y la superstición. La serie ha educado a cientos de millones de personas en los principios de la ciencia, a lo largo de varias generaciones y en multiplicidad de países, así como su importancia para la supervivencia de la especie y de la vida en el planeta.
Nunca como hoy ha sido tan urgente y necesaria la ciencia para la continuidad de la especie humana. No solo porque se ha incorporado a todo lo largo y todo lo ancho de la vida social, -desde la producción económica, la vida política, la comunicación y la cultura-, sino además y, ante todo, porque sin una clara visión científica de la realidad será imposible superar los grandes problemas que nos amenazan como especie.
Fue precisamente Carl Sagan en 1980, quién alertó al mundo sobre la posibilidad de un calentamiento global debido al “efecto invernadero” provocado por el uso de combustibles fósiles y otro tipo de emisiones humanas de “gases de invernadero”. Hoy es una realidad amenazante reconocida por el pleno de la comunidad científica y que ha generado un poderoso movimiento ambiental global que clama con fuerza por cambios fundamentales en la manera como se produce y se vive, la llamada sociedad del consumo y el desecho.
También se defendió con gran claridad la ciencia de la evolución, aquella que permite entender la gran diversidad de formas de vida en el planeta y sus distintas formas de adaptación, todas descendientes de una forma primigenia basada en la genética del ADN, diversidad de especies con las cuales compartimos los humanos un origen común. No somos “criaturas especiales” hechas a “imagen y semejanza de dios” como plantean las distintas tradiciones y libros sagrados y no existe tampoco una escalera evolutiva ni un destino manifiesto, solo el azar de la mutación genética y la necesidad de la selección natural actuando al unísono. De esa manera nos ayudó a ubicarnos como especie.
Pero COSMOS también nos ayudó a ubicarnos en el espacio y en el tiempo. Descubrimos a través de sus “historias de viajeros”, que la tierra tiene 4.500 millones de años, que no es el centro del universo y entendimos que nuestra galaxia –la vía láctea- es otra más de las miles de millones de galaxias del universo conocido. Con su épico relato acerca de aquel “punto azul pálido”, abrió nuestros ojos ante el peligro del fanatismo religioso, la ceguera política o la discriminación de género. Somos una sola especie, dividida sí por abismos terribles de clase, nación y género, pero que clama por su reunificación emancipada. De ahí la intrigante pregunta de Carl a todas las naciones y vertientes políticas de su época: “¿quién habla en nombre de la tierra?”
Ahora enfrentamos la amenaza de una pandemia global y de nuevo afloran las visiones irracionales, los fanatismos políticos, el odio “racial”, la xenofobia. Liderazgos políticos retardatarios aplican programas eugenésicos con su política de “no hacer nada” (la llamada “inmunidad del rebaño”) y el resultado será una gran “limpieza social”: limpieza de ancianos (por “improductivos”), de enfermos crónicos (por ser “una carga para el Estado”), de habitantes de calle (por “desechables”) y de pobres y desamparados (por “potenciales rebeldes”). Pero la ciencia, una vez más la ciencia, clama por aplicar una política sanitaria distinta que salvará a millones de personas por todo el planeta, aunque amenace los intereses de los grandes grupos de capital y los negocios.
La voz profética de Sagan nos grita desde el otro lado del silencio: ¿quién podrá derrotar los demonios del mundo? ¿quién encenderá una luz en la oscuridad? Esperamos que la nueva serie que se inicia hoy (su tercera temporada), nos permita encender la luz de la razón y de la ciencia entre millones y millones de seres humanos, para enfrentar colectivamente los grandes desafíos y pensando en las nuevas generaciones, de cara al futuro. Los invitamos a COSMOS, mundos posibles.
CORRIENTE PROGRESISTA DE INTELECTUALES.
EJE CAFETERO.
El rescate de los mineros chilenos invita a serias reflexiones. En principio, el papel jugado por la ciencia sin el cual hubiera sido imposible la operación. Basta pensar en la exacta ubicación del sitio, la efectiva comunicación con los atrapados, el traspaso de provisiones, la apertura de un túnel y la introducción de una cápsula, en una operación muy bien ejecutada. Todo esto requiere profundos conocimientos de geología, física, ingeniería, medicina, comunicaciones, etc., y de una tecnología muy avanzada, que demuestran el alto nivel de conocimiento y manejo de las leyes de la naturaleza. En contravía de estas realidades, algunos pensadores acusan a la ciencia de ser la responsable de las peores tragedias modernas1, la tildan de “dogmática”, “autoritaria” y “excluyente”. Pero si bien es cierto que no existe ciencia en sí, sino que existe ciencia en un contexto económico, político y social, en otro tipo de sociedad, la ciencia podría cumplir un gran papel liberador para la especie humana.
En segundo lugar, aparecieron de nuevo los trabajadores, borrados por el discurso de la “economía posindustrial” y la “sociedad del conocimiento”. De pronto unos mineros atrapados nos devuelven a la realidad: alguien tiene que hacer el trabajo material, alguien tiene que arrancar de la tierra el cobre para los cables de energía, para las bovinas de los motores, para las piezas de los aparatos electrónicos. De repente captamos que el conocimiento no trabaja solo, se encarna en gente muy real y concreta que hace girar la cadena global de producción. Gente que hace enormes esfuerzos y sí, ¡sacrificios!, para que la sociedad funcione. Es el secreto “mejor guardado” de la globalización, una verdad sepultada, ya no por toneladas de roca, sino de libros y discursos que pronosticaron la “desaparición del proletariado” y el “fin del trabajo”. En un artículo de esta semana se lee: “Ya no hay burgueses y proletarios como los que Diego Rivera mostraba en sus murales”.2 El autor es de la izquierda posmoderna.
A continuación se pone de presente la hipocresía de la sociedad chilena. Los explotadores aparecen como redentores. El multimillonario Piñera es ahora “el salvador”, junto a la aristocracia chilena (pinochetista). La realidad es que los mineros atrapados se convirtieron en un problema político. ¿Cómo dejarlos morir una vez se supo que podían sobrevivir semanas, incluso meses? ¿No resultaba más rentable dejarlos morir -así no más-, como cientos de veces sucede en minas por todo el mundo? Sí, era más rentable, pero “políticamente incorrecto”. De un momento a otro se convierten en la “gran causa nacional”, aquella que hermana al potentado con el minero, la que borra toda diferencia de clase. Es la soñada comunidad de intereses entre el capital y el trabajo. Las imágenes del presidente abrazando a cada minero, parecen confirmarlo.
Pero no es así. Nos enteramos que en la mina se trabaja por menos del salario mínimo, que la mayoría de mineros entraron al oficio siendo niños, que varios han pasado ya por accidentes similares (incluso en la misma mina) y que otros están mutilados o padecen graves enfermedades a sabiendas de la empresa. La terrible silicosis de algunos mineros (la destrucción pulmonar por el polvillo de las minas), es calificada de “enfermedad normal” por la gran prensa. Bajamos entonces a la cruda realidad: las ganancias priman sobre la vida humana, el oro y el cobre están manchados con la sangre de los mineros, el hambre los obliga a trabajar en condiciones peligrosas. Incluso se supo que el padre de Luis Urzúa, el héroe de la jornada y último minero en salir, fue asesinado por la dictadura fascista del general Pinochet.
Antofagasta en el norte de Chile, tienen una larga historia de saqueo, explotación, lucha y represión sangrientas. El territorio fue arrebatado a Bolivia en 1883 perdiendo éste país, no solo la salida al mar, sino la mina de cobre más importante del mundo. Las salitreras explotadas por los británicos, motivaron la matanza de cientos de mineros en Iquique en 19073. Cuando decayó el salitre vino la explotación del oro, de la plata y del cobre por parte de las trasnacionales norteamericanas. Es conocido el papel activo que éstas jugaron a través de la CIA en el golpe militar que derrocó y asesinó al presidente Salvador Allende en 1973. Esta feroz dictadura se mantuvo con el apoyo estadunidense hasta 1990. Una protesta convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre, fue el principio del fin para la dictadura.
Hace apenas unos meses, 73 mineros murieron sepultados en una mina en Amagá, Antioquia. El regenerador Uribe Vélez fue a darse pantalla y a ratificar que su gobierno dejaría morir a los afectados. Cumplió su palabra. Era “minería artesanal” y no se dio el hecho político que “justificara la inversión” del rescate. Solo los demás mineros hicieron esfuerzos denodados por salvar a sus hermanos, pues saben que se puede sobrevivir semanas después de un accidente. El esfuerzo fue en vano sin ayudas técnicas y logística adecuada. Ahora, en el momento final del rescate en Chile, se informa de dos mineros atrapados en una mina artesanal en Boyacá.
Semanalmente las minas por todo el mundo se tragan vivos a aquellos que ofrecen su carne a esa vorágine horrorosa, a esa fantástica y alucinante fiesta de la riqueza capitalista. Incluso en tiempos coloniales, ya el cerro maldito de Potosí en Bolivia se había tragado la vida de ocho millones de indios a lo largo de 300 años, cerca, muy cerca de donde ocurrió el accidente chileno. Y hoy la fiebre del coltán, la bauxita, los diamantes y el petróleo se tragan la vida de países, pueblos y regiones incendiadas por guerras que los países imperialistas financian en su afán de ganancias. La Fuerza Aérea Colombiana bombardeó la comunidad indígena del Resguardo Uradá Jiguamiandó, en los límites entre Antioquia y Chocó, el 30 de enero de 2010. La clara intención del bombardeo era desplazar a la comunidad indígena y negra, para dar vía libre al proyecto minero Mandé Norte. Eso también sucedió cerca, muy cerca de donde yacen los cadáveres de los mineros de Amagá. La novela Germinal de Emilio Zolá, epopeya que exalta la lucha de los mineros franceses a finales del siglo XIX, termina con estas palabras: “Echó andar de prisa, contemplando la vida sombría de aquel pueblo subterráneo de esclavos. Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quien sabe que futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra.”
Referencias:
La semana pasada nos encontramos con la siguiente noticia en el Espectador titulada: Homeopatía, ¿debe ser expulsada de la Nacho?. La respuesta es sencilla: ¡Sí!.
La noticia hace referencia a un diplomado que ofrece la Universidad Nacional que supuestamente "mezcla las teorías de Einstein con esencias florales" del que se dice lo siguiente:
Este párrafo bien puede acompañar como ejemplo a una definición de seudociencia en cualquier diccionario o enciclopedia. La mezcla de conceptos científicos usados de manera confusa como lo es la mecánica cuántica o la "energía" con términos no científicos como doshas, pulsos o manifestaciones "energéticas y vibracionales de los organismos" es típica de la seudociencia. Se aprovechan del prestigio que tiene la ciencia y también de términos atractivos y misteriosos (cuántico, energía) para parecer ciencia.
El diplomado generó críticas y reclamos de usuarios de redes sociales y el mismo exrector de la Universidad, Moisés Wassserman, escribió:
En la noticia nos enteramos también que junto a este diplomado, la Nacional cuenta con un programa de maestría en "medicina alternativa" que incluye, además de homeopatía, medicina tradicional china y acupuntura, osteopatía, entre otras seudociencias. En el perfil del egresado, la universidad afirma que busca mezclar los conceptos de toda esta superchería con "…los de la Medicina Clásica bajo la concepción de una sola medicina". Dicho esfuerzo puede ser válido si se hace con el enfoque científico correcto, pero no con el enfoque ecléctico que parece proponer la maestría en el que se combinan cosas que simplemente no pueden mezclarse, y hace pasar por ciencia aquello que no lo es.
El artículo dice a continuación:
Y es que si, la homeopatía no solo puede ser peligrosa sino que es peligrosa. El debate aparece con una sincronía frente a una noticia que sucedió en Italia hace algunas semanas; el caso de la muerte de un niño de 7 años en Italia por una otitis. Sus padres se negaron a administrar antibióticos a su hijo ya que no "creen" en la medicina y optaron por la homeopatía. Tristemente, la infección se propagó y el niño fue declarado en estado de muerte cerebral.
Ya para terminar, nos encontramos con lo siguiente:
O sea que la profesora Vacca está afirmando aquí que la homeopatía no tiene efecto más allá del efecto placebo y que, por tanto, no tiene más efectividad que una menta o caramelo cualquiera, siempre y cuando el "terapeuta" y el paciente crean en ella. Queda entonces la pregunta: ¿Por qué un diplomado (y una maestría) para promocionar sustancias y terapias sin ninguna evidencia científica?.
Como referencia, el "efecto placebo" se refiere a toda mejoría que no es atribuible a un tratamiento o medicación. Hoy en día se cree que el efecto placebo se debe a una combinación de muchos factores como una posible mejora espontánea (porque un paciente puede curarse de muchas enfermedades sin necesidad de medicamentos o tratamiento), reducción del estrés, errores de diagnóstico, condicionamiento clásico y un largo etcétera.
Nos sorprende el “librepensador” Alejandro Gaviria con su columna del domingo 29 de enero titulada el feminismo en la práctica, donde arremete en contra de las mujeres y de su importante movimiento de liberación, que ya cumple varios siglos de existencia en el mundo.
Lo que hace el columnista es repetir las tradicionales babosadas y lugares comunes que, con argumentos más ingeniosos, han escrito ya los cruzados de la reacción en otros momentos: los papas y los obispos, los filósofos de la aristocracia, los emperadores de viejo y nuevo cuño, los literatos de levita y de camándula. Y que lamentable espectáculo ofrece el señor Gaviria al llamar al sexo masculino a un contraataque contra el feminismo, supuestamente para salvar a la humanidad de sus graves peligros. Pero, ¿dónde están realmente los peligros y quienes son las víctimas?
La realidad es que el mundo es completamente intolerable, es un espectro colorido de injusticias, donde sobresalen las desiguales relaciones entre los sexos, con una marcada opresión de la mujer en el terreno económico, político, de acceso a la cultura y al conocimiento científico. Eso no lo inventamos las feministas señor Gaviria, es una realidad reconocida por todos los investigadores honestos en el mundo. El movimiento de liberación de la mujer, es parte de un movimiento más grande que ya cumple varios siglos, por parir una nueva humanidad, por zafarla de fardos tan pesados como la opresión nacional, el racismo, el sexismo, el abismo de clases y se necesita aún mucho más cuestionamiento y cambio, no menos como pretende el columnista.
Poniendo la realidad patas arriba, este señor alega que el feminismo puede causar efectos adversos sobre la educación y el desarrollo personal de los niños y jóvenes, cuando es precisamente al contrario: el contenido patriarcal de nuestra educación está arruinando de hecho la vida de millones y millones de mujeres por todo el mundo, reproduciendo “valores” que afianzan el derecho masculino a disponer de la vida y el cuerpo de la mujer, ya sea mediante la violencia directa contra ellas, ya sea discriminándolas en el trabajo o timando su derecho a acceder en un plano de igualdad a los beneficios del progreso. ¿Será que el señor Gaviria, reconocido investigador social, no conoce las montañas de estudios que confirman esta situación de manera aplastante? Tal vez las conozca, en cualquier caso no le importan y asume una actitud muy cínica, tal vez debido al mundo cómodo en que ha vivido y a su visión interesada de la realidad.
En su fanatismo, el columnista afirma que el comportamiento femenino se convirtió en el patrón de oro. Tamaña mentira: basta mirar la realidad cercana (sino la propia, la de las vecinas) para darse cuenta de los pocos cambios de fondo entre las relaciones humanas (incluidas las sexuales). Sí, es cierto que ha habido ciertos progresos en cuanto a escolaridad femenina, acceso al mercado laboral o modernos métodos de planificación familiar, pero este avance cuantitativo no ha significado una ruptura profunda con las relaciones tradicionales sino más bien se ha dado una reproducción de viejas conductas patriarcales, revestidas de un halo de modernidad y progresismo. Por ejemplo, hoy se puede acceder (y comprar) mujeres a través de Internet, de manera rápida y anónima, un privilegio masculino tan antiguo como el profeta Isaac.
Este señor se escandaliza de las desastrosas consecuencias por la ausencia del padre en la educación de los hijos. Ignora que con frecuencia los padres abandonan a sus hijos (el equivalente de un aborto) al negar su paternidad o abandonar a sus parejas, fenómeno masivo que ya constituye el 25% de todos los hogares colombianos. Eso sí, no dijo nada en el caso del aborto femenino, que se castiga en Colombia como el peor de los crímenes, pero que de hecho es una ley criminal que condena a unas 35.000 mujeres a la muerte cada año. Mueren más mujeres por abortos clandestinos, que todas las muertes por violencia callejera, guerra civil, accidentes de tránsito y suicidios, que de por sí ya constituyen una cifra escandalosa. ¿No le parece esto una desastrosa consecuencia señor Gaviria?
El mundo necesita mucha más liberación femenina y no menos. Tod@ aquel que se atreva a ver la realidad tal como es y a sacar las conclusiones pertinentes, debería exhortar a los hombres junto con nosotras, para que contraataquen a favor de un mundo radicalmente diferente, un mundo sin machismo y sin discriminación de ningún tipo.
Grupo ¡De Pie, Mujer!
Pereira, febrero 6 de 2006
Leyendo su columna recordé a dos autores que dan luces para el entendimiento de estas situaciones, situaciones que podrían calificarse de absurdas, incomprensibles y hasta demenciales si se miran superficialmente, pero que pueden entenderse en tanto no se trata de tendencias aisladas del contexto social, sino por el contrario situaciones que se reproducen en muchos lugares del planeta y en grupos sociales muy distintos, en tanto concurran condiciones similares. Añado acá, algunas ideas sobre el extremo grado de destructividad que han mostrado estas “barras bravas” contra personas y bienes y que ha tenido gran impresión en la opinión pública por su carácter aparentemente “ciego e irracional”.
Dos cuestiones a mi juicio merecen un análisis más detenido y las planteo a manera de preguntas:
Con relación al primer interrogante, dice Estanislao Zuleta en “Tribulación y felicidad del pensamiento” (ensayo recogido en el libro “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva” y otros ensayos, Procultura, Bogotá, 1985, página 41):
Esta sociedad, escalonada y violenta, jerárquica y competitiva, ha ofrecido de tiempo atrás unos criterios de identidad cerrados y estrechos donde el individuo renuncia a su propia identidad para aceptar la de un grupo, dogmático y rígido, al estilo de las iglesias y grupos religiosos, los grupos empresariales, los partidos políticos, los grupos fanáticos, o ideales supremacistas del tipo masculino, nacional o “racial”. En estos ambientes se hace imposible la expresión del propio pensamiento y la conducta humana se reduce al problema de los efectos, es decir no una conducta propia y espontánea, sino de una conducta calculada y canalizada. El individuo empeña su libertad a la seguridad de un pensamiento ya establecido, un líder que encarna todas las “verdades”, un patrón de conducta aceptado y uniforme. Se forma así la llamada personalidad autoritaria, la base social de todos los fascismos.
Pero, a la par con esto, es más, como reacción a éste dogmatismo que ofrece una seguridad incuestionable, se ha generado otro criterio que es su opuesto, una especie de pensamiento difuso, que concilia y empareja todas las diferencias, “abierto sin resistencia a todas las ideas, las costumbres y las modas que entran en circulación”(E. Z. Obra citada). Cualquier criterio de identidad puede llegar ahora y actuará en nuestra conciencia como “piedras lanzadas contra huevos”, pues los individuos ya no tienen desde donde resistir: ninguna identidad definida, ninguna historia asumida, ninguna convicción por la cual vivir y morir. Nuestros mayores podían hacer un duelo por la pérdida de esta identidad (“porque se volvió ciudad, murió mi pueblo pequeño”, L.C. González), no así nuestra juventud que acoge como propia cualquier basura, cualquier veneno, el veneno de la globalización consumista por ejemplo, que no es ninguna “bobada” sino una cosa muy seria, la marea detergente que lo inunda todo y que viene arrasando con el planeta y todo lo que lleva encima. Aquí la despersonalización es absoluta, nada a que aferrarse, el “todo vale” posmodernista.
Estas dos tendencias contrapuestas explican por igual en estos suburbios, por un lado la proliferación de sectas religiosas de garaje y la adhesión sin principios a la más baladí de las causas... hacerse matar por el Real Madrid.
Con respecto a la segunda pregunta, comenta Erich Fromm en “El miedo a la libertad” (página 222 de la edición popular de Paidos, Buenos Aires, Argentina):
Todavía estamos en el positivismo más simple en tanto pretendemos “explicar” esta violencia por la simple referencia a lo sucedido, por terrible que sea la descripción de los hechos. Pretender que el hecho se explica por sí mismo (que es el enfoque de nuestro periodismo, pero más grave aún, de nuestros sociólogos), es dar por sentado que los valores establecidos se justifican por sí mismos. No es así; hay que preguntarse qué valores ataca o cuestiona esta violencia aparentemente “ciega”... ¿la propiedad?, ¿la supuesta “libertad”?, ¿la olvidada “fraternidad”?. De ahí la importancia del planteamiento de Fromm... de una sociedad que no ofrece nada a su juventud, sobre todo a la juventud más pobre, ni propiedad, ni libertad, ni fraternidad (sino todo lo contrario), ¿por qué asombrarse de que esto suceda?
Columna referenciada: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/111863-la-bobada-global
Lo que distingue a la historia humana de la historia del resto de la naturaleza, incluyendo la de los animales y las plantas, es que el hombre ha aprendido a producir y reproducir sus propios medios de existencia. Al actuar sobre la naturaleza, el hombre modifica el mundo natural y el propio mundo humano. Por medio del trabajo, con la ayuda de la ciencia y la técnica, se sostiene y profundiza la existencia material de la sociedad. Sin el trabajo y sin la ciencia, sería imposible el florecimiento del espíritu humano, el arte, la educación y la cultura.
No obstante, en sus orígenes, el saber científico no tenía el impacto que tiene en la época moderna. Los grandes adelantos tecnológicos de etapas anteriores, fueron más producto del ingenio de gente sencilla y no patrimonio de científicos o altos centros del pensamiento y la técnica. El fuego, la agricultura, el pastoreo, la rueda, la fundición de los metales, el arco y la flecha, el barco y la vela, fueron todos desarrollos que se dieron al margen de centros especializados del conocimiento y asimismo se difundieron.
Posteriormente, dichos saberes fueron formalizados en las distintas disciplinas científicas y en las academias y universidades, estableciendo una división del trabajo entre los que piensan y los que hacen, los que trabajan con su cabeza y los que trabajan con sus manos. Esta división, si bien necesaria en un comienzo, impide ahora a inmensas mayorías acceder al conocimiento científico, así como tomar control de sus beneficios.
El desarrollo de la ciencia no ha sido uniforme, ha tenido febriles períodos de auge, largos períodos de estancamiento, e incluso, algunos de retroceso. Se dice que más del 90% de los científicos de todas las épocas están vivos en la actualidad, lo cual dice mucho del crecimiento exponencial de la industria científica en nuestras sociedades.
Durante el renacimiento y los siglos subsiguientes, la ciencia se volcó al estudio de las cosas particulares, olvidándose de la visión abarcadora de la antigüedad, volviéndose concreta y analítica. El científico moderno reunificó la ciencia y la técnica. Por lo menos desde Galileo, la ciencia ha venido enfocándose hacia el experimento, a actuar sobre el mundo para controlarlo y darle utilidad. El impacto sobre la sociedad fue directo e inmediato, alterando la estructura toda de la sociedad humana.
Hoy nuestra civilización no podría sostenerse sin el apoyo de la ciencia y la técnica y lo será aún más en el futuro. La aldea global se ha hecho realidad con la revolución de los transportes, la informática y las telecomunicaciones. El estudio del genoma ha puesto de presente la unidad orgánica de toda la vida terrestre, de modo que hoy sabemos que no hay “razas” humanas y que todos provenimos de un antecesor común que vivió en África unos seis millones de años atrás.
La ciencia ha sido una fuerza civilizadora, una fuerza propulsora del desarrollo liberando a la humanidad de las garras de la superstición y la escasez. La ciencia sirve para crear nuevos objetos, nuevas ideas, nuevas tecnologías y nuevas formas sociales. Hoy en día la ciencia es una fuerza directa de producción. No podemos seguir considerando la ciencia, la investigación, el trabajo y la vida social como cosas separadas.
No obstante, tenemos que estar alertas frente a la tendencia a convertir la ciencia en un factor de dominación. La ciencia misma puede ser utilizada para concentrar el poder económico, ejercer dominación política y controlar a las personas. Hoy, la devaluación del mundo de los hombres, está en proporción directa con el creciente valor del mundo de las cosas. Y la ciencia parece estar contribuyendo a profundizar este fenómeno.
La ciencia es vital para la supervivencia de la especie, al tiempo que una amenaza de continuar realizándose y utilizándose como se hace. No es la racionalidad científica la que regula la economía y la política: es la racionalidad económica y política la que regula la ciencia y la somete. La sociedad actual nos han suministrado algunas cosas magnificas, pero al mismo tiempo, nos han enseñado muy malas maneras de utilizarlas. El uso del petróleo y sus derivados -con sus secuelas de calentamiento global y desastres ambientales- es una clara muestra de ello.
Estas reflexiones apuntan a entender que el ejercicio de la ciencia no está separado del entorno social y estructura de poder determinados. Y que dicho entorno social puede favorecer u obstaculizar el quehacer de los científicos y mejorar o estropear la sociedad humana. Los científicos tienen que reflexionar sobre esto y ojalá asumir una postura.
En 1967 o 68 llegó a la casa de mis abuelos una novela con tantos personajes, todos de nombre tan raro, que para leerla era necesario ir escribiendo en un papelito cuál era el hijo de cuál, hermano de quién y marido de aquella. Además, la soberana costumbre de adjudicar el mismo nombre de los antepasados a los descendientes enredaba todavía más la vaina.
–Te la recomiendo. Es de un tipo periodista en El Espectador.
Con esas palabras mi abuelo se la pasó a su cuñada, que abrió la primera página por la tarde y cerró la última en la madrugada. Ebria, poseída, narcotizada por la historia. Tal era el efecto de Cien años de soledad sobre aquellos que se aventuraban en sus líneas: un efecto perturbador y a la vez adictivo, una sensación maravillosa y fascinante, de embrujo, pero también salvaje, violenta, que recreaba como ningún otro relato la tragedia colombiana en una impresionante metáfora. O en un vallenato largo, cómo dijo su autor. Es lo mismo.
De 1967 a hoy probablemente toda mi familia -como tantas otras- ha leído una o varias veces las obras de Gabo, en distintas generaciones, sin perder vigencia. Igual que el guerrillero derrotado en la guerra de los mil días, a todos nos infectó la admiración y la sorpresa el día que nuestro padre nos dio a conocer el hielo. Por eso esa obra nos sigue fascinando. Y cada que un feroz combate deja cómo única víctima a un caballo muerto de infarto, cada que el número de la lotería aparece escrito el día anterior en el vientre de un bagre rayado de cualquier villorrio polvoriento del Caribe, cada que en el Chocó o el Caquetá se descubre la imagen del Cristo redentor bosquejada en las líneas de la caparazón de una tortuga, nadie esconde las risas y las alusiones al Nobel: si es que Gabo no se inventó nada –dicen– en éste país la realidad supera la ficción. Gabo nos dijo que ese Nobel no era de él. Era de nosotros.
Y es verdad, García Márquez no se inventó nada. Lo “real maravilloso”, se leía ya con mayor fuerza en las narraciones de Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Miguel Ángel Asturias, gigantes precursores de la auténtica literatura latinoamericana. Incluso Héctor Rojas Erazo, un desconocido escritor paisano y coterráneo de Gabo, imaginó años antes otro pueblo enloquecido e inverosímil, otro Macondo que podría ser cualquiera de los caseríos miserables de la Costa colombiana, ayer, hoy, con toda seguridad también mañana.
El asunto, creo yo, es de invertir los términos: éste país se inventó a García Márquez. Ésta tierra desbordada lo creó, lo alimentó, lo erigió como su consciencia clarividente, una consciencia del desastre. Nuestra realidad monstruosa y deformada, desde toda lógica terrible, también era pretendiente para la belleza. Cuando Gabo comenzó a devolvernos eso en novelas y cuentos, se conjuró el hechizo.
Hoy se dirá que la obra de García Márquez es grandiosa, imperecedera, se dirá que es genial, inmortal o sublime. Puede que sea cierto, como puede que Cien años de soledad sea la mejor novela del siglo XX. Pero deberían recordar los afectos al elogio frívolo, que esa obra se cimenta en la tragedia de una nación enfrentada desde el principio consigo misma. Hoy se muere el escritor en tiempos donde el cólera y la malaria siguen matando negros pobres en Cartagena o Quibdó. Su obra es grande, precisamente porque está escrita con el dolor de los colombianos.
Gabo fue un tipo excepcional, de eso no hay duda. Leyó a los norteamericanos como ninguno lo había hecho en esta provincia perdida. Revolucionó el periodismo y sus cuentos tienen la puntería de un narrador único. No se conformó con escribir una novela impresionante, nos dejó varias. La mala hora es quizá el mejor retrato del conflicto partidista entre liberales y conservadores en los años 50. El amor en los tiempos del cólera probablemente la historia de romance mejor lograda en este país. El coronel no tiene quien le escriba refleja con dureza el olvido proverbial de los trópicos y sus gentes, la misma soledad que impregnará su obra posterior. Su ópera prima La hojarasca es una de las apuestas literarias más atrevidas y mejor logradas de la literatura colombiana. Crónica de una muerte anunciada deviene en un relato que se ha recreado tantas veces en tantas partes, que uno no sabe si la maestría está en la forma de contarlo o en la identificación del lector con los sucesos.
Cómo cineasta Gabo fue muy mediocre, aunque Tiempo de morir, un filme con guión suyo, resulta en clásico a la hora de explorar la obsesión colombiana y garciamarquiana por la violencia.
Y ahí me quedo. El García Márquez que aparecía de blanco con nuestros Presidentes genocidas, el que escribía novelas exaltando la prostitución infantil, el que hizo un libro a los delfines mimados de la aristocracia bogotana, ese era otro García Márquez, reducido a la sombra de un Nobel que no era para él, sino para nosotros.
Me resisto a entender que Gabriel García Márquez haya muerto hoy por la tarde a los 87 años. No lo creo. Con lo mamagallista y adicto a las bromas que era, esperaba que falleciera a los 100 años encerrado en un armario viejo o que se convirtiera en pescadito de oro o en nube de mariposas. El escritor que deslumbró a todas las últimas generaciones de colombianos desapareció en realidad hace décadas, cuando silenció su pluma fantasiosa. Prefiero al otro, al que se fue a recibir un premio Nobel en guayabera, ese que les dijo en la cara a los europeos que somos los herederos de su barbarie, el que se exilió en México porque de lo contrario terminaría como sus personajes, frente a un paredón de fusilamiento. En su obra habitamos nosotros, con todas nuestras taras, con todos nuestros muertos, con todo nuestro sufrimiento a cuestas.
No encuentro otro caso dónde un escritor y el alma adolorida de una nación sean la misma cosa. No se asombren si mañana, Colombia sigue enloquecida de eternos guerrilleros derrotados muriéndose de viejos, de amantes que se quieren a machetazos, de pueblos donde las matronas adivinan el futuro y los hombres descubren la gloria de una parranda infinita entre el desangre. ¿Habrá para nosotros una segunda oportunidad sobre la tierra?
@camilagroso
El nuevo COSMOS se lanzó el pasado 11 de marzo por el canal Nat. Geo. (canal #40 en UNE) y continuará todos los martes a las 10 PM. Con la propia viuda de Sagan, Ann Druyan, en la producción ejecutiva y la conducción del astrofísico y divulgador científico Neil deGrasse Tyson, la nueva serie comenzó bien en su primer capítulo en cuanto a rigor científico, profundidad filosófica y belleza artística se refiere. Solo en Estados Unidos el lanzamiento de la serie fue vista por 8,5 millones de personas.
Fue central en este primer programa, el filósofo italiano Giordano Bruno, importante pensador materialista del renacimiento quién fue el primero en plantear la infinitud del universo. Su vida fue un ejemplo claro de cómo la ciencia solo ha podido avanzar en cruenta lucha contra la religión (todas las religiones) pues, debido a sus ideas, fue acusado de “herejía” y quemado en Campo dei Fiori (Roma) el 17 de febrero del año 1600. Al contrario de Galileo, Bruno nunca abjuró de sus ideas, aunque hubiera salvado su vida si así lo hiciera. Recomendamos a todos la película EL HEREJE: Giordano Bruno, realizada en los años 70´s, donde podrán conocer otras facetas de su vida como científico, filósofo, hedonista y opositor a la inquisición. Adjuntamos una breve nota biográfica y algunas frases del filósofo extractadas de la película que podrán leer en este enlace.
En otros aspectos el programa siguió el esquema del anterior COSMOS con su nave viajera a través del universo, el calendario cósmico, etc., pero en esta serie hay más claridad en la defensa de la INFINITUD DEL UNIVERSO, algo que no era tan claro para C. Sagan, sobre todo el planteamiento de un sin fin de universos posibles en una trama hermosamente tejida y recreada en el documental. C. Sagan solo planteó esto en su programa 10, "Al filo de la eternidad", y solo como hipótesis.
El programa hizo una defensa de la ciencia y su método, pero quedaron por fuera algunos aspectos importantes. No basta solo centrarse en la evidencia (ese solo factor no hace la ciencia), pues la evidencia puede confundirse con la apariencia y llevar fácilmente al positivismo y el culto al hecho (una manifestación del idealismo filosófico). A nuestro juicio hay que resaltar la importancia del intelecto humano, del razonamiento y la abstracción, la construcción de teorías para trascender la evidencia y agarrar la ley que subyace a la apariencia misma del fenómeno. De la mano de lo anterior, está el papel predictivo de la ciencia, su capacidad para anticiparse al hecho mismo y superarlo por firme y seguro que éste parezca. Y aún más importante, su papel para TRANSFORMAR EL MUNDO, de canalizar las fuerzas de la naturaleza en la búsqueda de objetivos conscientes, algo que –sobre todo en el campo de la transformación social-, no quieren ni oír hablar los servidores del aparato tecnocientífico capitalista.
Fue muy valioso el rescate que se hace de Carl Sagan, la defensa de su vida, no solo como divulgador, sino como científico activo, pero sobre todo el conmovedor testimonio del enorme ser humano que era, para nada un tecnócrata, un científico aislado del mundo o insensible, sino todo lo contrario. Ese humanismo que está presente a todo lo largo y ancho de la serie de los 70´s, es una de las mejores características de la misma, lo cual contribuyó a hacer de ella una obra maestra, así como el discurso interrelacionado de ciencia, historia, arte y cultura.
Es muy importante la figura del presentador, el astrofísico Neil deGrasse Tyson, discípulo de Sagan en los años 70. De entrada hay un mensaje antiracista, pues a diferencia de otros divulgadores y defensores de la ciencia como Richard Dawkins, Neil no es blanco, no es "bello", no es aristocrático, pero sí es culto, agradable y elegante en sus intervenciones, irradiando un espíritu sencillo como el del movimiento “ciencia para el pueblo”.
Algunas de las reacciones de los fundamentalistas religiosos en E.U. que lo tacharon de ateo, confirman que la serie empezó muy bien, en la misma línea del programa histórico el cual también fue muy atacado en su momento. Invitamos a todos a ver mañana martes el segundo programa de la serie, con un espíritu crítico, el espíritu de la ciencia, al cual no pueden escapar siquiera, nuestras mejores producciones.
(8 DE ENERO DE 2014 EN EL ESPECTADOR)
http://www.elespectador.com/opinion/intelectuales-acientificos-columna-467545
He leído este columnista muchas veces; él y el profesor Antonio Vélez Montoya (autor de libros como "Del Big Bang al homo sapiens" y "Homo sapiens"), adhirieron hace rato al determinismo biológico para explicar la conducta humana (la escuela de Richard Dawkins, Edward Wilson, Steven Pinker), escuela que ha chocado duramente con otras escuelas, entre ellas la marxista encabezada por Richard Lewontin y Stephen Jay Gould ("La falsa medida del hombre", "No está en los genes", etc.). Cuando el autor dice en la columna, que en esencia el hombre primitivo y el ser humano de hoy “siguen siendo la misma fiera”, su enfoque y método ahistórico, quedan al desnudo.
La columna de Ziegler me parece típica de los positivistas: dice algunas cosas ciertas sobre la ciencia y la historia, en medio de una cantidad de inexactitudes, verdades a medias y lugares comunes. Por ejemplo, ven con claridad la importancia que ha cobrado la ciencia en la sociedad contemporánea, pero se niegan a ver en qué contexto se produce la ciencia, quiénes la controlan y para qué fines se utiliza. Es una exaltación unilateral de la ciencia, un culto religioso, una especie de fe (en esto siguen a su maestro Auguste Comte). La cita de Popper es típica: ¿”nivel de vida” para quién?, ¿”libertad” para quién? ¿”Oportunidades económicas” para quién? Eso no lo dicen los dogmáticos de la ciencia y el “progreso”, negándose a ver la realidad de una ciencia atada a los intereses del capitalismo y marchando al ritmo de sus necesidades. En otro aparte el autor dice que han desaparecido los flagelos sociales, en contravía de la dura realidad de millones de personas que siguen padeciendo la esclavitud, de la epidemia de violencia contra las mujeres y los homosexuales, y que los gobiernos siguen apelando a la tortura de manera rutinaria para arrancar confesiones a los detenidos, etc. Es ceguera voluntaria o ingenuidad que raya con la ignorancia. A ellos estos temas de la sociedad y la política nunca les han gustado mucho, tal vez no les parezcan “científicos” o los consideren temas para “humanistas”.
Más adelante habla de “Agricultura tecnificada” que no es otra cosa que “Revolución verde”, la misma que está creando desiertos aceleradamente en muchos puntos del planeta, arrasando la biodiversidad y arruinando a los pequeños agricultores y comunidades indígenas y campesinas. Es muy útil a las trasnacionales del agro, pero ni siquiera ha logrado erradicar el hambre en el mundo donde 1.200 millones de personas la padecen en la actualidad (según datos de la ONU). El abuso de la medicina tecnificada y el divorcio humano de la naturaleza asociado al urbanismo capitalista, no solo ha visto resurgir con indicadores alarmantes antiguas enfermedades que el autor considera erradicadas (como la tuberculosis, la sífilis, la lepra, etc., entre otras cosas por el abuso de los antibióticos y otros fármacos asociados a la gran industria de medicamentos), sino que no ha podido tratar enfermedades que son una vergüenza para la humanidad, como la malaria (un millón de víctimas cada año), el Chagas (18 millones de infectados en América Latina), la leishmaniasis, para no mencionar la simple diarrea, enfermedades ya conocidas pero a las que no se presta mayor atención porque se concentran en los estratos más pobres y para solución se requieren cambios estructurales que nadie quiere acometer. Ni hablar de toda la patología que ha brotado de la vida moderna y tecnificada, creada por el “progreso” y en parte por las aplicaciones de la ciencia, la industria química, la industria de alimentos, la generación de energía, las radiaciones de las telecomunicaciones, todas muy contaminantes y que afectan directamente la salud humana con la consecuente epidemia de cáncer, enfermedades autoinmunes, alérgicas, que eran muy raras en otros tiempos. O el sedentarismo asociado a la vida moderna y las dietas basura que han hecho de las enfermedades cardiovasculares el mayor asesino moderno y de nuevo con tasas muy bajas en otros tiempos. En todo esto tiene la ciencia y los científicos al servicio de la ganancia capitalista, una gran responsabilidad histórica (para no mencionar la ciencia y la tecnología de guerra).
Oponerse al progreso tecnológico no es malo por definición: ¿vamos a aceptar la energía nuclear con todos sus desastres a la vista, como en el más reciente caso de la planta de Fukushima en Japón? Es claro que montaron plantas nucleares desde los años 60s por todo el mundo sin saber que iban a hacer con los desechos radiactivos ¿Está bien seguir moviendo el mundo a base de hidrocarburos con sus reconocidas consecuencias nefastas sobre el medio ambiente? El calentamiento global es una consecuencia necesaria de todo esto. Un hecho tan simple y observable a simple vista como la masificación del transporte urbano en motocicleta, una tecnología tan anti humana y anti ecológica, despierta rechazo en cualquier mente medianamente razonable. O el uso indiscriminado de las TIC que terminaron por aislarnos unos de otros mediando el contacto humano a través de artefactos. Realmente no estamos obligados a aceptar este tipo de tecnología que ha desarrollado el sistema pensando en el lucro y en las ganancias, no en el planeta y los seres humanos. Mucha de esa ciencia y de esa tecnología tendrá que ser suprimida y erradicada.
No hay porqué contraponer como dos enemigos irreconciliables, las humanidades y las ciencias. Nosotros hablamos de ciencias sociales, es decir el estudio científico de la sociedad, que no se reduce a las esferas del mundo inanimado y ni siquiera a las biológicas, aunque se construya sobre estos campos hasta llegar a la conciencia, la conducta, la historia, el arte y la filosofía. No se puede negar la especificidad del fenómeno humano pues “es completamente errónea la suposición de que comportamientos sociales humanos complejos puedan estar ligados a programas genéticos específicos”1. Por supuesto hay que integrar la biología al estudio de lo humano (y la física, las matemáticas, etc., de hecho hace siglos se viene haciendo), pero repito, no se reduce a esto. Grandes científicos han sido a la vez grandes humanistas, el mismo Bertrand Rusell o Linus Pauling; y grandes humanistas han sido a la vez científicos, vale decir, el filósofo Manuel Kant el padre de la teoría de la nebulosa par la formación del sistema solar.
Una pregunta interesante para estos señores positivistas es la que formula la filósofa Marta Nusbaum: ¿sirve de algo leer El Quijote? ¿Valen de algo las artes y la filosofía? ¿La ética y la política?
Aunque F. Savater es un “filósofo” de medio pelo y algunos lo consideran más un mercachifle periodístico, tiene razón en la tesis (que no es suya) de que la ética es exclusivamente humana. La razón es muy sencilla: solo la materia que toma conciencia de la existencia de sí misma en el espacio y en el tiempo, es susceptible de comportamientos éticos. Nosotros podemos calcular las consecuencias de nuestra conducta y proyectarlas en el tiempo, los animales y las plantas no. Nosotros podemos tomar decisiones a favor o en contra de la vida, el universo inanimado y los animales y plantas no pueden hacerlo. Ellos están atados a leyes físicas o biológicas, nosotros podemos escapar a ellas y eso es lo que nos hace propiamente humanos: el trabajo consciente y la acción planificada. De allí nace la ética, el conflicto sobre lo correcto o incorrecto de nuestras acciones.
Una última cuestión sobre lo “vivificante” de la ciencia en esta sociedad: cuantas inteligencias se apagan porque bajo un sistema clasista y racista como éste, los amplios sectores populares reciben una educación de tercera y para las amplias masas populares ni soñar en entrar al mundo de la ciencia que sigue siendo para unos cuantos privilegiados. Esa es la dura realidad del desarrollo científico y tecnológico bajo este sistema y no puede ocultarse viendo solo un aspecto de la cuestión e ignorando los otros. Eso… ¡no es científico!
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