Los subterráneos de la libertad

El rescate de los mineros chilenos invita a serias reflexiones. En principio, el papel jugado por la ciencia sin el cual hubiera sido imposible la operación. Basta pensar en la exacta ubicación del sitio, la efectiva comunicación con los atrapados, el traspaso de provisiones, la apertura de un túnel y la introducción de una cápsula, en una operación muy bien ejecutada. Todo esto requiere profundos conocimientos de geología, física, ingeniería, medicina, comunicaciones, etc., y de una tecnología muy avanzada, que demuestran el alto nivel de conocimiento y manejo de las leyes de la naturaleza. En contravía de estas realidades, algunos pensadores acusan a la ciencia de ser la responsable de las peores tragedias modernas1, la tildan de “dogmática”, “autoritaria” y “excluyente”. Pero si bien es cierto que no existe ciencia en sí, sino que existe ciencia en un contexto económico, político y social, en otro tipo de sociedad, la ciencia podría cumplir un gran papel liberador para la especie humana.

En segundo lugar, aparecieron de nuevo los trabajadores, borrados por el discurso de la “economía posindustrial” y la “sociedad del conocimiento”. De pronto unos mineros atrapados nos devuelven a la realidad: alguien tiene que hacer el trabajo material, alguien tiene que arrancar de la tierra el cobre para los cables de energía, para las bovinas de los motores, para las piezas de los aparatos electrónicos. De repente captamos que el conocimiento no trabaja solo, se encarna en gente muy real y concreta que hace girar la cadena global de producción. Gente que hace enormes esfuerzos y sí, ¡sacrificios!, para que la sociedad funcione. Es el secreto “mejor guardado” de la globalización, una verdad sepultada, ya no por toneladas de roca, sino de libros y discursos que pronosticaron la “desaparición del proletariado” y el “fin del trabajo”. En un artículo de esta semana se lee: “Ya no hay burgueses y proletarios como los que Diego Rivera mostraba en sus murales”.2 El autor es de la izquierda posmoderna.

A continuación se pone de presente la hipocresía de la sociedad chilena. Los explotadores aparecen como redentores. El multimillonario Piñera es ahora “el salvador”, junto a la aristocracia chilena (pinochetista). La realidad es que los mineros atrapados se convirtieron en un problema político. ¿Cómo dejarlos morir una vez se supo que podían sobrevivir semanas, incluso meses? ¿No resultaba más rentable dejarlos morir -así no más-, como cientos de veces sucede en minas por todo el mundo? Sí, era más rentable, pero “políticamente incorrecto”. De un momento a otro se convierten en la “gran causa nacional”, aquella que hermana al potentado con el minero, la que borra toda diferencia de clase. Es la soñada comunidad de intereses entre el capital y el trabajo. Las imágenes del presidente abrazando a cada minero, parecen confirmarlo.

Pero no es así. Nos enteramos que en la mina se trabaja por menos del salario mínimo, que la mayoría de mineros entraron al oficio siendo niños, que varios han pasado ya por accidentes similares (incluso en la misma mina) y que otros están mutilados o padecen graves enfermedades a sabiendas de la empresa. La terrible silicosis de algunos mineros (la destrucción pulmonar por el polvillo de las minas), es calificada de “enfermedad normal” por la gran prensa. Bajamos entonces a la cruda realidad: las ganancias priman sobre la vida humana, el oro y el cobre están manchados con la sangre de los mineros, el hambre los obliga a trabajar en condiciones peligrosas. Incluso se supo que el padre de Luis Urzúa, el héroe de la jornada y último minero en salir, fue asesinado por la dictadura fascista del general Pinochet.

Antofagasta en el norte de Chile, tienen una larga historia de saqueo, explotación, lucha y represión sangrientas. El territorio fue arrebatado a Bolivia en 1883 perdiendo éste país, no solo la salida al mar, sino la mina de cobre más importante del mundo. Las salitreras explotadas por los británicos, motivaron la matanza de cientos de mineros en Iquique en 19073. Cuando decayó el salitre vino la explotación del oro, de la plata y del cobre por parte de las trasnacionales norteamericanas. Es conocido el papel activo que éstas jugaron a través de la CIA en el golpe militar que derrocó y asesinó al presidente Salvador Allende en 1973. Esta feroz dictadura se mantuvo con el apoyo estadunidense hasta 1990. Una protesta convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre, fue el principio del fin para la dictadura.

Hace apenas unos meses, 73 mineros murieron sepultados en una mina en Amagá, Antioquia. El regenerador Uribe Vélez fue a darse pantalla y a ratificar que su gobierno dejaría morir a los afectados. Cumplió su palabra. Era “minería artesanal” y no se dio el hecho político que “justificara la inversión” del rescate. Solo los demás mineros hicieron esfuerzos denodados por salvar a sus hermanos, pues saben que se puede sobrevivir semanas después de un accidente. El esfuerzo fue en vano sin ayudas técnicas y logística adecuada. Ahora, en el momento final del rescate en Chile, se informa de dos mineros atrapados en una mina artesanal en Boyacá.

Semanalmente las minas por todo el mundo se tragan vivos a aquellos que ofrecen su carne a esa vorágine horrorosa, a esa fantástica y alucinante fiesta de la riqueza capitalista. Incluso en tiempos coloniales, ya el cerro maldito de Potosí en Bolivia se había tragado la vida de ocho millones de indios a lo largo de 300 años, cerca, muy cerca de donde ocurrió el accidente chileno. Y hoy la fiebre del coltán, la bauxita, los diamantes y el petróleo se tragan la vida de países, pueblos y regiones incendiadas por guerras que los países imperialistas financian en su afán de ganancias. La Fuerza Aérea Colombiana bombardeó la comunidad indígena del Resguardo Uradá Jiguamiandó, en los límites entre Antioquia y Chocó, el 30 de enero de 2010. La clara intención del bombardeo era desplazar a la comunidad indígena y negra, para dar vía libre al proyecto minero Mandé Norte. Eso también sucedió cerca, muy cerca de donde yacen los cadáveres de los mineros de Amagá. La novela Germinal de Emilio Zolá, epopeya que exalta la lucha de los mineros franceses a finales del siglo XIX, termina con estas palabras: “Echó andar de prisa, contemplando la vida sombría de aquel pueblo subterráneo de esclavos. Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quien sabe que futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra.”

Referencias:

  1. De la bomba de Hiroshima, de los campos de concentración, de la crisis ambiental, etc., etc.
  2. José Steinsleger, Lecciones ecuatorianas, Miércoles, 13 de Octubre de 2010, La Jornada.
  3. La Cantata “Santa María de Iquique” del grupo Quilapayún, se inspiró en esta gesta obrera.

Creative commons License


Esta página y el contenido propio se encuentran bajo una licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 0.4 International License.