Adversidades de un materialista

La enfermedad motiva la reflexión. Desde el momento en que me enteré de mi diagnóstico, he estado pensando sobre cómo afrontar la situación desde el punto de vista de un ateo materialista. En un país donde apenas el 3% de la población se declara no creyente (ateos, agnósticos o no religiosos), no hay muchos referentes locales a la hora de afrontar adversidades sin recurrir a la superstición.

Una pregunta muy común entre quienes reciben una noticia como esta es «¿por qué a mi?». Mi ateísmo proviene de mi gusto por la ciencia y por mi posición materialista con la vida. Sabemos sin lugar a dudas que nuestra especie es joven y que la vida en nuestro planeta lleva varios miles de millones de años. Asimismo, nuestro universo ha estado aquí por alrededor de 14 mil millones de años. La vida, nuestro planeta, el sol, nuestra estrella más cercana, y nuestro universo han existido desde mucho antes que cualquier conciencia o idea. Los mitos que eventualmente derivaron en religiones son nuestro primer intento de explicar el mundo natural. De haber tenido la comprensión que poseemos el día de hoy, la religión nunca se hubiese asentado de la manera que lo hizo en nuestra historia. Sin embargo, ha llegado el momento de crecer y asumir la adolescencia de nuestra especie. Es momento de revelarnos contra esas ideas primitivas que entregan un falso consuelo y asumir las ideas modernas que nos han llevado hasta donde estamos.

Por lo anterior, nunca tuve problema en aceptar mi enfermedad. Preguntarme por qué a mi es un sinsentido. Nací con un boleto para la lotería del cáncer. Algunos estamos en mayor riesgo que otros por factores genéticos o estilos de vida poco saludables, más nunca es del cero por ciento. Que hermosa es la estadística, esa rama de las matemáticas que nos permite entender las probabilidades de los sucesos. La buena noticia, por ahora, es que el pronóstico es esperanzador a pesar del molesto tratamiento que se viene.

Nuestro cosmos se mueve en una danza de necesidades y contingencias. El físico Jaime Hernández en muchas ocasiones me ha contado su visión sobre el azar en la naturaleza. En el mundo de las cosas muy pequeñas debemos contentarnos con predecir las posibilidades sin la certeza absoluta de lo que pasará. En el trabajo que realizamos de divulgación de la ciencia con la Corriente Progresista de Intelectuales, han sido extensas y reiteradas las discusiones. Las tendencias y las regularidades, a las cuales solemos llamar leyes, existen sin duda alguna, pero también son reales las casualidades, las eventualidades, los accidentes y las coincidencias. No podemos entender la realidad acudiendo a solo uno de los dos. Por esa razón es que no me sorprende para nada estar enfermo.

¿Qué hice al enterarme? lo que toda persona debería hacer: actuar con rapidez y acatando el consejo de los expertos. El cáncer es una enfermedad que puede hacer metástasis, es decir, se puede diseminar a otros órganos y hacer más difícil o imposible el tratamiento. El consejo aplica para casi cualquier afección. Retrasar los diagnósticos, exámenes y tratamientos, como suelen hacer las EPS en Colombia se traducen en complicaciones, menor efectividad de los procesos médicos, mayores tiempos de recuperación y tasas más altas de mortalidad en enfermedades curables o tratables. Al momento de escribir estas líneas, he pagado por mi cuenta lo que he podido para acelerar el diagnóstico y el tratamiento venidero.

El otro aspecto del que debo preocuparme es el psicológico. Para ello, acudí a mi familia y amigos más cercanos quienes expresaron su apoyo casi incondicional. Todos me expresaron sus buenos deseos. Varios de ellos envueltos en un ropaje religioso, que no es de extrañar en un país mayoritariamente creyente. No es algo que me moleste, siempre y cuando respeten mi forma de ver el mundo. Si alguien quiere rezar por mi, bien puede hacerlo si eso le da algo de calma. Yo por mi parte no participaré de ritual o encantación alguna porque no hay evidencia de que sean efectivos más allá de un efecto placebo. Soy incapaz de la inconsecuencia de autoengañarme con una falsa ilusión.

Recuerdo haber escuchado falsas anécdotas de personajes como Charles Darwin, que afirman que en su lecho de muerte cambiaron de parecer y pidieron perdón. Suelen ser tergiversaciones sin fundamento alguno que solo sirven de argumento para los religiosos. De Voltaire, dicen también, que se arrepintió al último momento. Aunque también dicen que cuando un sacerdote le pidió renunciar a Satanás en sus últimos días, respondió irónicamente que «no es el momento de hacer enemigos». A varias personas las he escuchado decir, con cierto placer, que todos se arrepienten al final, disfrutando de una persona que se encuentra reducida emocional y físicamente. Todo un chantaje. Como bien dice el gran Christopher Hitchens, ¿qué pensarían si un grupo de ateos formamos un coro para ir a los hospitales a convencer a los moribundos de renunciar a su fe y vivir sus últimos días sin el yugo y el autoengaño de la religión?. A los tratos especiales que socialmente tiene la religión, como el no pagar impuestos, se le suma esta licencia para atormentar a los enfermos que no comparten sus ideas, y hasta se atreven a pensar que es algo humanitario.

Continuando mi caso, mientras me recuperaba de la primera cirugía de toda mi vida, terminé el maravilloso libro «Cosmos: Mundos posibles» de Ann Druyan. En uno de los capítulos, la autora relata una enfermedad grave que sufrió uno de sus hijos durante el rodaje de la temporada más reciente de la serie. Al igual que yo, recibieron las oraciones de muchas personas cercanas, lo que la hizo reflexionar sobre un hecho: hace 100 años su hijo hubiese muerto irremediablemente por su padecimiento. ¿Qué cambió en este tiempo?, seguramente no lo hizo dios, dice mordazmente. Lo que avanzó fue nuestra comprensión de las enfermedades, de los tratamientos y de las técnicas médicas. Las religiones tienden a cambiar poco, porque son un dogma basado en la fe y en la revelación. Aquello que ya se dijo y que fue inspirado por un ser superior no necesita actualizarse. No existe evidencia capaz de hacer cambiar de parecer al dogmático. Las religiones representan una buena parte del aspecto conservador y atrasado de nuestra cultura; halan hacia el pasado. Para mantener la fe en dios ante la avalancha de avances científicos y tecnológicos tendríamos que aceptar, o que aprendió a curar enfermedades que antes no podía, o que cambió de parecer sobre sanarlas. Dudo que algún católico guste de alguna de esas dos opciones: un dios imperfecto e ignorante, o uno caprichoso y malicioso.

Recuerdo que este año tuve un encuentro con una señora que hace parte de los testigos de Jehová. De esas que se hacen en la calle para entregar sus volantes y su revista de numeroso tiraje. A la salida de un colegio, me abordó para hablarme de Jehová, su dios, que aunque dicen que es el mismo dios de los católicos, afirma cosas incompatibles como su postura frente a las transfusiones de sangre y las estatuas. Trato de no ser grosero con las personas y, francamente, siempre me causa curiosidad qué dirán esta vez, porque si algo puedo afirmar, es que nunca puedo adivinar con qué saldrán el día de hoy. Al expresarle mi no creencia, me preguntó si no me preocupaba un cáncer. No se si era amenaza o le preocupaba mi salud, más al preguntarle si su fe me blindaba de una enfermedad tan compleja me dijo que no. No se qué pensar de ese dios tan ambivalente. Me dicen a veces que es el amor en su máxima expresión, pero luego lo presentan como el ejemplo canónico de un padre tirano y dictatorial. El tal libre albedrío no parece incluir la posibilidad de no quererlo.

No obstante, no puedo centrarme únicamente en la religión en este ensayo. En una situación como la mía no han de faltar las seudociencias. Y es que no se hicieron esperar las recomendaciones de supuestos tratamientos o «medicinas» mal llamados alternativos. Me han indicado que suspenda todo consumo de azúcar, que tome una cucharada de bicarbonato de sodio todos los días, que consulte «médicos» homeópatas, que realice dietas dudosa credibilidad, entre muchas otras cosas más. Cordialmente respondo que no haré nada sin consultar con el médico especialista. No por nada es un oncólogo y cirujano de mucha experiencia. Y eso es lo que le recomiendo a cualquier persona. Su médico debe estar al tanto de cualquier sustancia que consuman o decisión que tomen. Casos son muchos, como el del conocido Steve Jobs, creativo de Apple a quien le diagnosticaron un cáncer de páncreas operable, el cual decidió «tratar» con zumos naturales. Cuando decidió cambiar de parecer, ya era demasiado tarde. Y hablamos de una persona con todos los recursos económicos a su disposición, y de tanto reconocimiento que seguramente le hubiesen dado la máxima prioridad.

Volviendo a la religión y al pensamiento supranatural, me llama la atención como ha monopolizado aspectos de la conciencia humana tales como la moral, el consuelo y la esperanza. Afirman la idea absurda de que sin un referente moral absoluto, normalmente el dios de turno, no sabríamos distinguir qué es lo bueno de lo malo. Como si en los varios milenios de contar con las religiones no hubiesen servido de justificación para tantos horrores e ideas que hoy consideramos inconcebibles. La religión ha justificado la esclavitud, y sigue sosteniendo formas de opresión hacia la mujer como el caso extremo del Islam, aunque mejor no le demos la oportunidad al cristianismo de demostrar que lo puede hacer igual de «bien». Personalmente, dudo de la existencia de tales referentes morales absolutos, sean de procedencia divina o terrenal. Si algo nos ha mostrado la historia es que la moral superior no cae del cielo; hay que luchar por obtenerla y por defenderla, de la misma manera en que los derechos no son de procedencia natural o sobrehumana, sino que se obtienen en las más arduas contiendas.

Como escuché alguna vez decir a Hitchens: donde acaba la astrología comienza la astronomía; donde acaba la alquimia comienza la química y donde acaba la religión inicia la filosofía. Es esta última la encargada de lidiar con nuestros problemas éticos y morales. No necesitamos de espejismos para reconocer las buenas y malas acciones.

Yo por mi parte no necesito de falsas ilusiones. El mundo está lleno de razones para querer vivir. Cada persona puede labrar su propia definición de felicidad, o construirla en colectivo. Los logros de nuestra especie son asombrosos para su poco tiempo de vida. Imaginen todo lo que se viene si logramos lidiar con los problemas de nuestra especie de la misma forma en que hemos dominado tantos problemas de la naturaleza. Estamos en la capacidad de visitar Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro sistema solar, en medio siglo. Piensen en ello; podríamos alcanzar a ver la primera foto de una estrella distante muy de cerca, así como los planetas que la circundan. Por más tortuoso que pueda parece el camino, el futuro es, sin duda alguna, brillante.

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