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El obrero en construcción [1]
Vinicius de Moraes
Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento de tiempo todos los reinos de la Tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí es entregada, y a quién quiero la doy: pues si tú adorares delante de mí, serán todos tuyos.
Y respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: A tu Señor Dios adorarás, y a Él sólo servirás.
LUCAS, Cap. IV, 5-8
Él levantaba las casas
donde antes no había nada
como un pájaro sin alas
él subía con las casas
que brotaban de su mano.
Mas todo desconocía
de su ímproba misión:
no sabía, por ejemplo
que una casa es como un templo
un templo sin religión.
Como tampoco sabía
que la casa que él hacía
construía su libertad
en su misma explotación.
En verdad, ¿cómo podía
un obrero en construcción
comprender por qué un ladrillo
era más caro que un pan?
Ladrillos él apilaba
con pala, escuadra y cemento
en cuanto al pan, lo comía…
¡Mas quién iba a comer ladrillos!...
Y así el obrero iba
con sudor y con cemento
alzando una casa aquí
allí un departamento
allá una iglesia, al frente
un cuartel y una prisión:
Prisión que lo apresaría
si no fuese eventualmente
un obrero en construcción
Pero él desconocía
este hecho verdadero:
Que el obrero hace la cosa
y la cosa hace al obrero,
así fue que cierto día
en la mesa, al ver el pan
al obrero lo sacude
una súbita emoción
al constatar asombrado
que todo en aquella mesa
- Plato, vaso y botellón-
Era él quien los hacía
él, un humilde operario,
un obrero en construcción.
Miró en torno: quinqué
banco, catre, calderón,
vidrio, ventana, pared
casa, ciudad y nación:
Todo, todo lo que había
era él quien lo construía
él, un humilde operario,
un obrero que sabía
ejercer su profesión.
Ah, hombres de pensamiento
¡Vosotros nunca sabréis
cuánto aquel humilde obrero
llegó a saber esa vez!
En esa casa vacía
que con sus manos alzara
un mundo nuevo nacía
que él jamás imaginara.
El obrero emocionado
sus propias manos miró
sus duras manos de obrero
de un obrero en construcción
y observando sus huellas
tuvo la revelación
de que en el mundo no había
cosa que fuera tan bella.
Gracias a la comprensión
de ese instante solitario
igual a su construcción
así creció el operario.
Creció en alto y en profundo
en amplitud y corazón
y cual todo lo que crece
él en vano no creció:
A más de lo que sabía
-ejercer la profesión-
el operario adquirió
una nueva dimensión:
Descubrió la poesía.
Y un hecho nuevo se vio
que a todos maravillaba:
lo que el obrero decía
otro obrero lo escuchaba.
Así fue que el operario
de la obra en construcción
que siempre decía “Sí”
comenzó a decir “No”.
Y vio cosas a las que antes
no les prestaba atención:
Constató que su vianda
es el plato del patrón
que su botella de tinto
es el whisky del patrón
que su viejo mameluco
es el ambo del patrón
que su casuchín de tablas
es la mansión del patrón
que sus dos pies andariegos
son los autos del patrón
que la labor de sus días
es la noche del patrón
que su inmensa fatiga
es amiga del patrón.
Y el obrero dijo: “¡No!”
Y el obrero se hizo fuerte
en su determinación.
Como era de esperar
nocas de la delación
murmuraron sus insidias
en oídos del patrón.
Pero el patrón no quería
ninguna preocupación.
-“Hagan” que piense al contrario-
dijo él, del operario
y al decirlo, sonreía.
Al otro día el obrero
salió de la construcción
y fue enseguida rodeado
por los de la delación
y sufrió, predestinado
una primera agresión.
Y fue su cara escupida
y fue su brazo quebrado
mas cuando fue preguntado
el obrero dijo: “¡No!”
En vano sufrió el obrero
esta primera agresión
muchas otras le siguieron
muchas otras seguirán.
Pero, por imprescindible
en la obra en construcción
su trabajo proseguía
y todo su sufrimiento
mixturábase al cemento
de la obra que crecía.
Sintiendo que la violencia
no doblaría al obrero
un día intentó el patrón
doblarlo de otra manera.
Así lo fue conduciendo
muy alto en la construcción
y en un momento de tiempo
le señaló la región
y mostrándola al obrero
hizo esta declaración:
-Te daré todo el poder
y su gran satisfacción
porque a mí es entregado
y a quien yo quiero lo doy.
Te daré tiempo de holgar
y hasta tiempo de mujer.
Todo, todo cuanto ves
será tuyo si me adoras
y más aún si abandonas
lo que te hace decir “No”.
Calló y miró al obrero
que contemplando, pensaba
pero lo que uno veía
el otro ni vislumbraba.
El obrero veía casas
y adentro, en las estructuras
veía cosas, objetos
productos, manufacturas.
Veía todo lo que hacía
el lucro de su patrón
y en todo lo que veía
misteriosamente había
una marca de su mano.
Y el obrero dijo: “¡No!”
-¡Locura!- gritó el patrón.
Yo te lo doy todo a ti.
-No puedes- dijo el obrero
darme lo que es mío a mí.
Y un gran silencio se hizo
dentro de su corazón.
un silencio de martirio
un silencio de prisión.
un silencio acompasado
de pedidos de perdón
un silencio angustiado
como el miedo en soledad
un silencio de torturas
y gritos de maldición
un silencio de fracturas
causadas sin compasión.
Y el obrero oyó la voz
de los que son sus hermanos
sus hermanos que murieron
por otros que vivirán.
Una esperanza sincera
creció en su corazón
y en la noche que caía
se agigantó la razón
de un hombre pobre, agredido
la razón que convirtiera
en obrero construido
al obrero en construcción.
(Trad. M.R.O) O bien, que es lo mismo, de @Romibrandt78 que nos la mandó y nos hizo conocerla.
Gracias Romina!
[1] [1] Se ha respetado la forma portuguesa “operario en construçao”, que significa albañil, obrero de la construcción, para mantener el doble sentido del autor, de un obrero que trabaja en la construcción y que se construye a sí mismo.
Por los caídos por la libertad de mi
pueblo y para los que viven para
servirla, esta constancia.
I
¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora;
y esos duros obreros cuya sangre de fuego
circula como un río de encendidas raíces
bajo el denso quebracho de sus torsos?
¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura,
que parecen hermanas de sus hijos?
¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso
de esos adolescentes cubiertos de relámpagos;
seres rotos, usados, gastados y deshechos
en una mitológica tarea?
¿Los veis? -Son los Soldados
de una hora, de un día, de una vida:
todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra,
que es mía y es de todos
los muertos de esta lucha.
¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas
colgadas de sus órbitas azules?
¿Veis todas esas bocas despojadas de labios;
con trozos de guitarras colgados de sus bordes;
todas deshilachadas, arrojadas de bruces
sobre la inocencia triste del pasto y de la arena?
¿Los veis allí, hacinados,
bajo la misma luna de los enamorados;
agrediendo la clara piedad de la mañana
con su despedazada sonrisa?
¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana;
que camina de día, de noche, a todas horas
hacia los más profundos niveles de la tierra,
donde se están labrando los moldes transparentes
de todos los Soldados de las luchas futuras?
Abiertos en canal, de Norte a Norte,
-desde donde nacía la Semilla del Hombre-,
hasta el caliente refugio del grito, yacen.
Miran las altas luces del alto día del duelo,
mostrando los horóscopos helados de sus manos
y sus frentes de piedra amanecida
y la cal valerosa de sus huesos.
II
No moriré de muerte amordazada.
Yo tocaré los bordes de las brújulas
que señalan los rumbos del Canto liberado.
Yo llamaré a los Grandes Capitanes
que manejan el Viento, la Paloma y el Fuego
y frente a la segura latitud de sus nombres,
mi pequeña garganta de niño desolado
fatigará a la noche, gritando:
«¡Venid, hermanos nuestros!
¡Venid, inmensas voces de América y del Mundo;
venid hasta nosotros y palpad el sudario
de este jazmín talado de mi pueblo!
«¡Acércate a nosotros, Pablo Neruda, hermano,
con tu presencia andina, con tu voz magallánica;
con tus metales ciegos y tus hombros marítimos;
acércate a la sombra de tu estrella despierta
y contempla estas llagas ateridas!
«¡Ven, Nicolás Guillén,
desde tu continente de tabaco y de azúcar,
y con esa segura nostalgia de tus labios
ponle un exacto nombre a esta agonía!
«¡Y tú, Rafael Alberti -marinero en desvelo,
pastor de los olivos taciturnos de España,
tú, que una vez cuidaste la sangre de los héroes
que puso a tu costado mi patria guaraní-,
dibújanos el mapa
de estos desamparados litorales de muerte!
«¡Venid, hombres absortos; madres profundas; niños:
buscadores de Dioses; pordioseros;
máscaras evadidas y nocturnas del vicio;
patentados jerarcas de la virtud de feria;
venid a ver el rostro del martirio!
«Venid hasta el remanso de este dolor antiguo;
simplemente venid: así, sin lámparas;
sin avisos, sin lápices y sin fotografías
y dejad, si podéis, en las riberas:
la memoria, los ojos y las lágrimas.
«Tocad con vuestras manos estos lirios dormidos;
tocad todos los rostros y todas las trincheras;
la numerosa muerte de todos los caídos
y el polvo que sostuvo esta batalla.
«Apartad con la punta de vuestros pies desnudos
todos estos metales de nombres extranjeros;
estos lentos escombros de torres agobiadas;
esta antigua morada de la miel
y la verde pradera
de esta selva temprana de soldados».
Sí. Todas estas torres de acumuladas ruinas,
son nuestras.
Aquella sangre rota y estas manos deshechas,
son nuestras:
son nuestro honor de ayer y de mañana.
Yo lo proclamo ahora desde el hondo reverso
de esta paz de cadáveres:
todas estas banderas
y estos huesos, abrumados de luchas,
son el metal de nuestro riesgo;
son el emplazamiento de nuestra artillería;
nuestro muro blindado;
nuestra razón de fe.
III
Porque no está vencida la fe que no se rinde;
ni el amor que defiende la redonda alegría
de su pequeña lámpara, tras el pecho del Hombre.
Con estas simples manos y estas mismas gargantas,
un día volveremos a levantar las torres
del tiempo de la vida sin sonrojos.
Desde el fondo de todas las tumbas ultrajadas,
crecerán las praderas del tiempo de soñar.
Aquí, cerca, en las márgenes de la tierra pesada;
junto a la sal antigua del mar innumerable;
en la madera espesa y el viento de los árboles,
están creciendo ya.
Yo sé que en la mañana del tiempo señalado,
todos los calendarios y campanas
llamarán a los Hijos de este Día.
Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera;
con su mismo fusil recuperado;
vendrán con esa misma sonrisa transparente
que no tuvieron tiempo de enterrar.
Vendrán la Sal y el Yodo y el Hierro que tuvieron;
cada terrón de arcilla les tomará los ojos;
la cal de su estatura se asomará a su cauce
y alguna eterna Madre de un eterno Soldado
los llevará en la noche caliente de su sangre.
Y en la hora y el día de un tiempo señalado,
regresarán, cantando, y en la misma trinchera
dirán, frente a la misma bandera de mil años:
«¡Presente, Capitana de la Gloria!
¡Aquí estamos de nuevo para cuidar tu rostro,
tu ciudadela intacta; tu imperio invulnerable,
Libertad!».
Pablo Neruda
VIII
Lautaro (1550)
La sangre toca un corredor de cuarzo,
la piedra crece donde cae la gota.
Así nace Lautaro, de la tierra.
IX
EDUCACIÓN DEL CACIQUE
LAUTARO era una flecha delgada.
Elástico y azul fue nuestro padre.
Fue su primera edad sólo silencio.
Su adolescencia fue dominio.
Su juventud fue un viento dirigido.
Se preparó como una larga lanza.
Acostumbró los pies en las cascadas.
Educó la cabeza en las espinas.
Ejecutó las pruebas del guanaco.
Vivió en las madrigueras de la nieve.
Acechó la comida de las águilas.
Arañó los secretos del peñasco.
Entretuvo los pétalos del fuego.
Se amamantó de primavera fría.
Se quemó en las gargantas infernales.
Fue cazador entre las aves crueles.
Se tiñeron sus manos de victorias.
Leyó las agresiones de la noche.
Sostuvo los derrumbes del azufre.
Se hizo velocidad, luz repentina.
Tomó las lentitudes del otoño.
Trabajó en las guaridas invisibles.
Durmió en las sábanas del ventisquero.
Igualó la conducta de las flechas.
Bebió la sangre agreste en los caminos.
Arrebató el tesoro de las olas.
Se hizo amenaza como un dios sombrío.
Comió en cada cocina de su pueblo.
Aprendió el alfabeto del relámpago.
Olfateó las cenizas esparcidas.
Envolvió el corazón con pieles negras.
Descifró el espiral hilo del humo.
Se construyó de fibras taciturnas.
Se aceitó como el alma de la oliva.
Se hizo cristal de transparencia dura.
Estudió para viento huracanado.
Se combatió hasta apagar la sangre.
Sólo entonces fue digno de su pueblo.
X
Lautaro entre los invasores
Entró en la casa de Valdivia.
Lo acompañó como la luz.
Durmió cubierto de puñales.
Vio su propia sangre vertida,
sus propios ojos aplastados,
y dormido en las pesebreras
acumuló su poderío.
No se movían sus cabellos
examinando los tormentos:
miraba más allá del aire
hacia su raza desgranada.
Veló a los pies de Valdivia.
Oyó su sueño carnicero
crecer en la noche sombría
como una columna implacable.
Adivinó aquellos sueños.
Pudo levantar la dorada
barba del capitán dormido,
cortar el sueño en la garganta,
pero aprendió -velando sombras-
la ley nocturna del horario.
Marchó de día acariaciando
los caballos de piel mojada
que iban hundiéndose en su patria.
Adivinó aquellos caballos.
Marchó con los dioses cerrados.
Adivinó las armaduras.
Fue testigo de las batallas,
mientras entraba paso a paso
al fuego de la Araucanía.
XI
Lautaro contra el centauro (1554)
Atacó entonces Lautaro de ola en ola.
Disciplinó las sombras araucanas:
antes entró el cuchillo castellano
en pleno pecho de la masa roja.
Hoy estuvo sembrada la guerrilla
bajo todas las alas forestales,
de piedra en piedra y vado en vado,
mirando desde los copihues,
acechando bajo las rocas.
Valdivia quiso regresar.
Fue tarde.
Llegó Lautaro en traje de relámpago.
Siguió el Conquistador acongojado.
Se abrió paso en las húmedas marañas
del crepúsculo austral.
Llegó Lautaro,
en un galope negro de caballos.
La fatiga y la muerte conducían
la tropa de Valdivia en el follaje.
Se acercaban las lanzas de Lautaro.
Entre los muertos y las hojas iba
como en un túnel Pedro de Valdivia.
En las tinieblas llegaba Lautaro.
Pensó en Extrenadura pedregosa,
en el dorado aceite, en la cocina,
en el jazmín dejado en ultramar.
Reconoció el aullido de Lautaro.
Las ovejas, las duras alquerías,
los muros blancos, la tarde extremeña.
Sobrevino la noche de Lautaro.
Sus capitanes tambaleaban ebrios
de sangre, noche y lluvia hacia el regreso.
Palpitaban las flechas de Lautaro.
De tumbo en tumbo la capitanía
iba retrocediendo desangrada.
Ya se tocaba el pecho de Lautaro.
Valdivia vio venir la luz, la aurora,
tal vez la vida, el mar.
Era Lautaro."
Cuando te encuentres de camino a Ítaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca encontrarás,
si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca ante ti.
Desea que sea largo el camino.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con qué alegría, con qué gozo
arribes a puertos nunca antes vistos,
deténte en los emporios fenicios,
y adquiere mercancías preciosas,
nácares y corales, ámbar y ébano,
y perfumes sensuales de todo tipo,
cuántos más perfumes sensuales puedas,
ve a ciudades de Egipto, a muchas,
aprende y aprende de los instruidos.
Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.
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