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noviembre 22, 2013 4:54 pm
Ferney Yesyd Rodríguez, licenciado en biología, estudiante de maestría en enseñanza de las ciencias exactas y naturales, y presidente de la Asociación de Ateos y Agnósticos de Bogotá, escribe sobre cómo el creacionismo y la ciencia se distancian, con motivo del aniversario de la publicación de "El Origen de las Especies", de Charles Darwin.
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Este 24 de noviembre es una fecha muy importante para la ciencia. Es el aniversario de la publicación del Origen de las Especies de Charles Darwin (1859) y el descubrimiento de Lucy, un fósil de Australopithecus que nos dio luces sobre los orígenes de la humanidad (1974). Eso ha llevado a que varios grupos de racionalistas en el mundo hispano celebren esta fecha como "El Día del Orgullo Primate" o "Día Primate y del orgullo evolucionista". Yo aprovecharé esta fecha para hacer algunas reflexiones.
Con frecuencia ciertos vídeos se hacen virales en Internet. Uno ellos muestra a un niño peruano de cinco años llamado Nezareth Casti Rey predicando. Muchos cristianos evangélicos se maravillaron con el joven predicador y veían en él una remembranza del preadolescente Jesús predicando en Jerusalén a corta edad.
En el vídeo, que aparece en la página web de YouTube como "Niño Predicador", se encuentra el fragmento de un sermón que me llamó poderosamente la atención porque se despachó contra la biología evolutiva. En sus palabras:
"Algunos teólogos y científicos modernos han tratado de despojar a Dios de su calor, de su afecto personal por la humanidad y su simpatía por sus criaturas. Especialmente por el hombre, que es la perfecta creación de Dios. [...] Bueno, lo dicen porque unos cuantos hombrecitos, mentirosos, sabelotodo, inventores de falacias se lo han dicho a ese gente y ellos se lo han creído que son del mono. Pero quiero decirles a todas esas personas que están pensando así, o que están diciendo así, que el mono y la mona producen monitos hasta hoy, y el gallo y la gallina, pollitos [...] ¡Yo no soy de la Evolución! ¡Yo no soy pariente del mono! ¡A mí me creó Dios en el vientre de mi madre!.. Nos creó a su imagen y semejanza."
En una columna reciente, la teóloga Isabel Corpas de Posada nos decía a los ateos de Bogotá que los conflictos entre ciencia y religión son cosa del pasado. Quizás para algunos teólogos modernos que acoplan su fe de manera selectiva a los descubrimientos de la ciencia, para que esta no la afecte, no hay problema alguno. Infortunadamente los grupos religiosos que más crecen en Latinoamérica y el África Subsahariana son los fundamentalistas bíblicos, como al que Nezareth pertenece. Esto arroja un panorama oscuro en cuanto a la alfabetización científica y el conocimiento real de nuestro lugar en la naturaleza.
En el sermón de Nezareth se presentan algunos de los errores típicos que se pueden encontrar en las argumentaciones creacionistas. El primer error es considerar que los hechos de la naturaleza son necesariamente obvios y cercanos al sentido común. No lo es así en muchísimos casos: En el vacío una roca y un martillo caerán al tiempo; un objeto en el espacio que lleve X velocidad la mantendrá indefinidamente a menos que una fuerza externa se interponga; la Tierra se mueve alrededor del Sol y no al contrario; las montañas pareciera que siempre han estado en el mismo sitio; los continentes no parecen moverse, pero lo hacen. Lo mismo sucede con el cambio de las especies. Es algo que no parece obvio, pero ocurre. De hecho la humanidad tuvo que esperar hasta el 1809 para plantearse la evolución como hipótesis científica y sólo hasta 1859 con Darwin se llegó a tener un buen cúmulo de evidencia independiente que la sustenta.
El cambio en los linajes de grandes organismos es algo que no se puede observar en una vida humana o en nuestra historia. Aunque con microorganismos Richard Lenski ha hecho un experimento controlado por años que muestra la evolución en acción. La vastedad del tiempo geológico es tal, que si comprimiésemos la historia del Universo en un año, la historia de nuestra especie comprendería tan solo los últimos diez minutos del último día. Las personas saben que los monos y las monas siempre tienen monitos, pero eso no significa que en el tiempo profundo las especies sean entes fijos. Si se pudiera retroceder en el tiempo unas 250.000 generaciones (hace unos seis millones de años) nuestro ancestro no sería un humano, tampoco sería una especie de simio actual, pero si algo que cabe dentro de lo que coloquialmente llamaríamos "un simio". Lo sabemos gracias a dos poderosas herramientas: el registro fósil y la genética comparada. Estas son como las pruebas del forense que permiten reconstruir un caso sin que nadie hubiese estado presente.
El segundo error común de los creacionistas es no se comprender lo que es la evolución biológica. Este error no es sólo de los creacionistas sino también de la mayoría de las personas. Como consecuencia de ello muchos consideran que la evolución biológica tiene como obligación, meta o propósito desembocar en el ser humano. Otra manifestación de este error se manifiesta cuando se nos pregunta ¿si provenimos de los simios por qué todavía existen simios?
Es importante aclarar que los humanos no descendemos de los simios modernos. Los humanos y los chimpancés modernos, un tipo de simio, tenemos un ancestro en común, que según la biología molecular se remonta a unos seis millones de años aproximadamente. Los chimpancés son nuestros parientes más cercanos, no nuestros ancestros. La razón por la que aún existen simios, es porque estos organismos están adaptados a las selvas húmedas y estos ambientes aún perviven. La evolución no es una larga cadena de especies cada vez más perfectas o que el ser humano sea la meta obligada del proceso. La evolución adapta a los organismos a unas condiciones particulares, de forma que si estas condiciones cambian abruptamente la especie se extingue. En este sentido se afirma que la evolución no tiene teleología o finalidad alguna.
He dicho qué no es evolución biológica. Ahora diré lo que es: "Es el cambio de las frecuencias de las variantes de genes (alelos) en una población al transcurrir el tiempo". Esta definición nos permite mostrar que la estructura genética de las poblaciones (nunca de un individuo) varía y entonces decimos que ha ocurrido evolución biológica. Esto se observado y documentado, como lo hizo el ya famoso experimento de Richard Lenski.
Es interesante notar que los creacionistas no se indisponen tanto por el hecho de que los burros y las cebras tengan un ancestro común. De hecho algunos líderes creacionistas se muestran flexibles al origen común para otros linajes. Pero en el momento de llegar a la especie humana se prenden las alarmas. Para los fundamentalistas bíblicos el relato del Génesis que pone al dios Yavhé creando al hombre del barro, no del maíz como los dioses mayas, es un hecho real e incuestionable que no admite una explicación diferente.
Los creacionistas consideran los hechos científicos como un buffet al que se pueden acercar y tomar sólo las explicaciones que no riñen con sus dogmas. Y aquí viene el tercer error del sermón de Nezareth: La ciencia no es sólo un conjunto de explicaciones, es más que eso, es una manera de pensar lógica y ordenadamente basándose en la búsqueda de evidencias que sustenten hipótesis y que sobrevivan al más riguroso análisis escéptico. La misma metodología de pensamiento que permite explicar la periodicidad de las propiedades de los elementos químicos es la misma que nos revela que las especies cambian con el tiempo y que tenemos un ancestro común más próximo con los chimpancés que con los eucaliptos, pero, en últimas todas las especies están emparentadas.
Nadie se opone a aceptar la teoría de la gravedad porque no hay un credo religioso que así lo dictamine. Pero, con la evolución biológica es diferente. Esta se condena, se ataca y se tergiversa. En la mente de los creacionistas se levantan muros que hace que se acepten algunas conclusiones de la ciencia, pero no todas, a pesar de que el método sea el mismo. Por eso es posible encontrar que un adventista, bautista o un testigo de Jehová acepte que los análisis de ADN pueden revelar una paternidad responsable, pero no que la comparación de secuencias de ADN demuestra que tenemos un ancestro común más próximo con los chimpancés que con los conejos.
Muchos creacionistas podrán gritar ¡Yo no soy de la Evolución! ¡Yo no soy pariente del mono! pero eso no hará desaparecer las características mamíferas y primates de su anatomía. Podrán negarlo con todas sus fuerzas pero su genoma, similar al de los grandes simios en más de un 90%, seguirá residiendo en sus células como un testigo silencioso del periplo de la vida en la Tierra a través de millones de años. Es como predicar: "¡No me afecta la gravedad!" Hacerlo no te hará flotar en la Tierra como los padrinos mágicos.
Un cuarto error común es considerar que la especie humana es perfecta. La selección natural hace órganos muy buenos, óptimos, pero lejos de "la perfección". Precisamente nuestros dolores de espalda, por ejemplo, se dan porque nuestra zona lumbar no fue diseñada en una mesa sobre planos. De haber sido así tendría discos intervertebrales más robustas. Nuestra zona lumbar es la de un simio que pasó de ser cuadrúpedo a ser bípedo. Quienes hayan conocido las complicaciones de una apendicitis tienen otro ejemplo.
La razón por la que los creacionistas pierden la cabeza con la evolución humana, bien la mencionó el niño predicador. La idea de que el hombre es producto de un proceso natural le quita el carácter especial que el hombre desea para sí. Deja al ser humano en una especie de orfandad cósmica, que la teología ha querido eliminar con la hipótesis de dios.
La Iglesia Católica ha optado por aceptar la evolución biológica. Pero ha puesto una salvaguarda. En algún momento el dios cristiano decidió dotar de alma a un homínido. La aparición de un alma, la cual se supone inmortal, no se la quieran dejar a la fuerza ciega de la selección natural. No obstante, esta elegante o acomodaticia explicación plantea muchas preguntas ¿Cuándo ocurrió? ¿Fue cuándo nuestros antepasados eran Homo ergaster u Homo habilis? ¿Qué de ético hay de dotar de alma a un homínido que tendría que ver a sus progenitores sin esta cualidad? El problema del alma ya lo está solucionando la neurobiología. El neurobiólogo bogotano Rodolfo Llinás resume así la enorme respuesta al problema del alma:
"El sistema tálamo-cortical es casi una esfera isocrónica cerrada que relaciona sincrónicamente las propiedades del mundo exterior referidas por los sentidos con las memorias generadas internamente. Este evento [...] es lo que llamamos el "sí mismo" [...] ¡Unifica, luego existo!"
Así pues la evolución del cerebro en los homínidos es la evolución de la mente, o de lo que llaman el alma. El ser conscientes de nuestro entorno y de nosotros mismos en algún momento se hizo importante para la sobrevivencia de un linaje de homínidos. La selección natural favoreció todo cambio genético que permitía construir en los embriones cerebros más ágiles y capaces de predecir y moldear el ambiente. Esto conllevó a la conciencia humana. Así pues, el mismo mecanismo de la selección natural que moldeó a las bellas orquídeas, a los tiernos koalas, y a los letales venenos de las víboras, también forjó en últimas y sin proponérselo nuestro sistema tálamo-cortical.
Por muchos siglos y en cada cultura se hicieron intentos para explicar desde el mito los orígenes humanos. Esas narraciones ponen a los dioses creando al hombre de la hierba (zulúes), del maíz (mayas), surgiendo de las aguas (muiscas), o del barro (hebreos), etc. Pero, la humanidad contó con una explicación racional y satisfactoria cuando un hombre llamado Charles Darwin descubrió que todas las especies estamos hermanadas, así como uno de los mecanismos que ha permitido que la vida florezca y se diversifique. Desde entonces las pruebas se han seguido acumulando. Por eso los racionalistas estamos celebrando este 24 de noviembre otro Orgullo evolucionista, otro Día Primate. ¡Felicidades!
Bibliografía consultada:
Arsuaga, Juan Luis. La especie elegida, Madrid. Ediciones Temas de Hoy, S.A. 1998
Dawkins, Richard. La magia de la realidad. Barcelona, Espasa Libros. 2011
Llinás, Rodolfo R. El Cerebro y el Mito del Yo, Bogotá, Grupo editorial Norma. 2003
Olshansky Jay, et al. Anatomía de larga vida, Investigación y ciencia, Mayo de 2001
Sadava David. Vida, La ciencia de la Biología. Buenos Aires, Editorial médica Panamericana. 2009.
Tomado de:
http://blogs.eltiempo.com/confesiones/2013/11/22/darwin-el-chango-y-los-creacionistas/
Vídeo del niño predicador: