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El rescate de los mineros chilenos invita a serias reflexiones. En principio, el papel jugado por la ciencia sin el cual hubiera sido imposible la operación. Basta pensar en la exacta ubicación del sitio, la efectiva comunicación con los atrapados, el traspaso de provisiones, la apertura de un túnel y la introducción de una cápsula, en una operación muy bien ejecutada. Todo esto requiere profundos conocimientos de geología, física, ingeniería, medicina, comunicaciones, etc., y de una tecnología muy avanzada, que demuestran el alto nivel de conocimiento y manejo de las leyes de la naturaleza. En contravía de estas realidades, algunos pensadores acusan a la ciencia de ser la responsable de las peores tragedias modernas[1], la tildan de “dogmática”, “autoritaria” y “excluyente”. Pero si bien es cierto que no existe ciencia en sí, sino que existe ciencia en un contexto económico, político y social, en otro tipo de sociedad, la ciencia podría cumplir un gran papel liberador para la especie humana.
En segundo lugar, aparecieron de nuevo los trabajadores, borrados por el discurso de la “economía posindustrial” y la “sociedad del conocimiento”. De pronto unos mineros atrapados nos devuelven a la realidad: alguien tiene que hacer el trabajo material, alguien tiene que arrancar de la tierra el cobre para los cables de energía, para las bovinas de los motores, para las piezas de los aparatos electrónicos. De repente captamos que el conocimiento no trabaja solo, se encarna en gente muy real y concreta que hace girar la cadena global de producción. Gente que hace enormes esfuerzos y sí, ¡sacrificios!, para que la sociedad funcione. Es el secreto “mejor guardado” de la globalización, una verdad sepultada, ya no por toneladas de roca, sino de libros y discursos que pronosticaron la “desaparición del proletariado” y el “fin del trabajo”. En un artículo de esta semana se lee: “Ya no hay burgueses y proletarios como los que Diego Rivera mostraba en sus murales”.[2] El autor es de la izquierda posmoderna.
A continuación se pone de presente la hipocresía de la sociedad chilena. Los explotadores aparecen como redentores. El multimillonario Piñera es ahora “el salvador”, junto a la aristocracia chilena (pinochetista). La realidad es que los mineros atrapados se convirtieron en un problema político. ¿Cómo dejarlos morir una vez se supo que podían sobrevivir semanas, incluso meses? ¿No resultaba más rentable dejarlos morir -así no más-, como cientos de veces sucede en minas por todo el mundo? Sí, era más rentable, pero “políticamente incorrecto”. De un momento a otro se convierten en la “gran causa nacional”, aquella que hermana al
potentado con el minero, la que borra toda diferencia de clase. Es la soñada comunidad de intereses entre el capital y el trabajo. Las imágenes del presidente abrazando a cada minero, parecen confirmarlo.
Pero no es así. Nos enteramos que en la mina se trabaja por menos del salario mínimo, que la mayoría de mineros entraron al oficio siendo niños, que varios han pasado ya por accidentes similares (incluso en la misma mina) y que otros están mutilados o padecen graves enfermedades a sabiendas de la empresa. La terrible silicosis de algunos mineros (la destrucción pulmonar por el polvillo de las minas), es calificada de “enfermedad normal” por la gran prensa. Bajamos entonces a la cruda realidad: las ganancias priman sobre la vida humana, el oro y el cobre están manchados con la sangre de los mineros, el hambre los obliga a trabajar en condiciones peligrosas. Incluso se supo que el padre de Luis Urzúa, el héroe de la jornada y último minero en salir, fue asesinado por la dictadura fascista del general Pinochet.
Antofagasta en el norte de Chile, tienen una larga historia de saqueo, explotación, lucha y represión sangrientas. El territorio fue arrebatado a Bolivia en 1883 perdiendo éste país, no solo la salida al mar, sino la mina de cobre más importante del mundo. Las salitreras explotadas por los británicos, motivaron la matanza de cientos de mineros en Iquique en 1907[3]. Cuando decayó el salitre vino la explotación del oro, de la plata y del cobre por parte de las trasnacionales norteamericanas. Es conocido el papel activo que éstas jugaron a través de la CIA en el golpe militar que derrocó y asesinó al presidente Salvador Allende en 1973.
Esta feroz dictadura se mantuvo con el apoyo estadunidense hasta 1990. Una protesta convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre, fue el principio del fin para la dictadura.
Hace apenas unos meses, 73 mineros murieron sepultados en una mina en Amagá, Antioquia. El regenerador Uribe Vélez fue a darse pantalla y a ratificar que su gobierno dejaría morir a los afectados. Cumplió su palabra. Era “minería artesanal” y no se dio el hecho político que “justificara la inversión” del rescate. Solo los demás mineros hicieron esfuerzos denodados por salvar a sus hermanos, pues saben que se puede sobrevivir semanas después de un accidente. El esfuerzo fue en vano sin ayudas técnicas y logística adecuada. Ahora, en el momento final del rescate en Chile, se informa de dos mineros atrapados en una mina artesanal en Boyacá.
Semanalmente las minas por todo el mundo se tragan vivos a aquellos que ofrecen su carne a esa vorágine horrorosa, a esa fantástica y alucinante fiesta de la riqueza capitalista. Incluso en tiempos coloniales, ya el cerro maldito de Potosí en Bolivia se había tragado la vida de ocho millones de indios a lo largo de 300 años, cerca, muy cerca de donde ocurrió el accidente chileno. Y hoy la fiebre del coltán, la bauxita, los diamantes y el petróleo se tragan la vida de países, pueblos y regiones incendiadas por guerras que los países imperialistas financian en su afán de ganancias. La Fuerza Aérea Colombiana bombardeó la comunidad indígena del Resguardo Uradá Jiguamiandó, en los límites entre Antioquia y Chocó, el 30 de enero de 2010. La clara intención del bombardeo era desplazar a la comunidad indígena y negra, para dar vía libre al proyecto minero Mandé Norte. Eso también sucedió cerca, muy cerca de donde yacen los cadáveres de los mineros de Amagá. La novela Germinal de Emilio Zolá, epopeya que exalta la lucha de los mineros franceses a finales del siglo XIX, termina con estas palabras: “Echó andar de prisa, contemplando la vida sombría de aquel pueblo subterráneo de esclavos. Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quien sabe que futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra.”
[1] De la bomba de Hiroshima, de los campos de concentración, de la crisis ambiental, etc., etc.
[2] José Steinsleger, Lecciones ecuatorianas, Miércoles, 13 de Octubre de 2010, La Jornada.
[3] La Cantata “Santa María de Iquique” del grupo Quilapayún, se inspiró en esta gesta obrera.
La minería industrial arrasa. También lo hace con los oficios tradicionales asociados a la minería. Algunos, como Gabriel Pescador y sus colegas, resisten. Una historia gráfica desde Risaralda.
Gabriel Pescador, un hombre de 73 años, se interna cada día en las aguas sucias para realizar el mismo oficio que ha hecho toda su vida: sacar arena y piedras del riachuelo que atraviesa la ciudad de Dosquebradas, en Risaralda. El oficio de “arenero” o “balastrero” es un remanente de los tiempos en que aún no existían grandes canteras industriales que abastecieran la demanda de materiales para la construcción de las ciudades colombianas. Durante la expansión urbana de los años 60 y 70 del siglo pasado, miles de estos hombres llegaron del campo a trabajar en las vegas de los ríos y quebradas más cercanos a los principales núcleos urbanos. Los areneros extraen piedras de diferentes tamaños que son utilizadas en el relleno de gaviones o en vaciados de concreto, y también amontonan pilas de arena que venden a los constructores para el revoque o la mezcla de pegar ladrillos.
Sin embargo, con el auge de la minería industrial de cantera y la utilización de modernas dragas, el ya extremo oficio de los areneros se ha precarizado. Grandes concesiones de para extraer materiales de arrastre de los ríos han sido concedidas por el gobierno a empresarios particulares o multinacionales como Holcim y Cemex (famosas por destruir con sus canteras la cuenca del río Tunjuelito en Bogotá), mientras la labor artesanal de los areneros es considerada como “minería ilegal” y, por lo tanto, perseguida bajo los argumentos de que deteriora el curso de los ríos, contamina el medio ambiente y se hace sin licencias formales de explotación.
Gabriel Pescador y medio centenar de compañeros suyos que ejercen este oficio en Dosquebradas están organizados en un sindicato que ha resistido desde los años ochenta hasta hoy todos los intentos de desalojo de la administración municipal.
Fuente: https://colombiaplural.com/los-otros-mineros/
Es una política del gobierno que tiene como fin poner a toda marcha la explotación de los recursos minerales que se encuentran en el suelo y que son necesarios para la generación de energía y para la fabricación de equipos, instrumentos, máquinas y productos en general que una vez elaborados en los países que tienen el poder y la tecnología para hacerlos, los venden a los países dependientes y oprimidos como el nuestro. De este modo los países oprimidos o "tercermundistas" como se les llama, se caracterizan por proveer de materia prima a los países imperialistas o industrializados, y por consumir los productos que con ellos éstos producen. De esta manera unos países -los opresores- se enriquecen a costillas de la miseria de otros -los oprimidos-.
Para que dicha locomotora funcione, el gobierno abre las puertas de nuestro territorio a monopolios imperialistas llamados trasnacionales, enormes empresas que se disputan los recursos naturales que les permitirán acumular más riqueza y poder del que ya poseen, y en este proceso el gobierno adjudica títulos mineros y permisos de explotación por largos años, los necesarios para que saquen todo el mineral que existe, en enormes zonas de nuestra geografía. Desde la Guajira hasta el Amazonas y desde el Chocó hasta el Guainía, trasnacionales como AngloGold Ashanti, Greystar, BHP Billiton, Drummond, Glencore, etc., se reparten nuestros recursos prometiendo empleo, bienestar social, progreso... todo ello bajo el lema de la "responsabilidad social".
Lo que estas grandes compañías bajo el amparo del gobierno no dicen, es que el progreso del que hablan y el beneficio que pregonan no es para el pueblo sino para ellas mismas y para todos los funcionarios del gobierno que se lucran gracias al saqueo de nuestros recursos naturales. Es decir, la ganancia se va o se queda en bolsillos particulares pero al pueblo le dejan la miseria. No hay ningún proyecto energético o minero que haya traído bienestar o progreso a los pobladores de las zonas en que tales empresas se asentaron pero sí enormes ganancias para éstas. Hoy como en el pasado, se pretende seguir cambiando oro por espejitos. El impacto ambiental tampoco les importa. Si para extraer los recursos tienen que desviar ríos, arrasar con la capa vegetal, deforestar, desplazar poblaciones enteras, contaminar ríos, acabar con páramos y reservas, no importa, para eso está el gobierno, su incondicional aliado, que legisla a la medida de sus necesidades.
Así, para garantizar que estas compañías puedan adueñarse de nuestro territorio, arrasar con las comunidades y el medio ambiente, y hacer lo que necesitan para que su negocio sea el más rentable, el gobierno reforma a su gusto el "Código minero" que no es otra cosa que un conjunto de leyes hechas a la medida de lo que las trasnacionales requieren y exigen. De este modo la minería tradicional que ha existido durante muchos años en nuestro país, actividad de la que han derivado su sustento por generaciones comunidades enteras, es ahora declarada criminal y por tanto se persigue. Es decir, para "limpiar" de obstáculos los territorios donde existe mineral y riqueza, para dejarlos libre a la rapiña de estos monopolios, el gobierno criminaliza a toda la minería que no es "legal", la cual no está todavía bajo el control del gobierno o las grandes compañías.
La extracción de arena y grava, materiales necesarios para la construcción y por tanto, vital para el desarrollo de la infraestructura: construcción de vías, puentes, edificios, casas... está ubicado en el sector minero y es realizada en grandes ríos por empresas que utilizan dragas, o en canteras mediante el uso de maquinarias y explosivos, y de manera artesanal o tradicional, sobre todo en pequeños ríos y quebradas.
A este último grupo pertenecen alrededor de 100 areneros que de manera artesanal vienen extrayendo material de las quebradas del municipio de Dosquebradas, en sectores que denominan "playas" ubicadas en los barrios Santa Isabel, Santa Teresita y El Carbonero principalmente, desde mediados del siglo pasado; trabajo que ha pasado de generación en generación y que ha dado sustento a numerosas familias. En este trabajo que realizan por parejas de manera organizada y con utensilios rudimentarios muchas veces elaborados por ellos mismos, deben pasar toda una jornada de aproximadamente 8 horas metidos en el rio extrayendo y seleccionando material que luego ellos mismos venden a quienes se acercan a comprarlo.
Pues bien, trabajadores como estos que solo en contadas ocasiones alcanzan a obtener el equivalente a un salario mínimo, resulta que hoy son perseguidos como criminales por pertenecer a un sector minero declarado ilegal, lo cual pone en riesgo su sobrevivencia y en muchos casos, su única forma de trabajo pues su escasa formación y su bajísimo ingreso, no les ofrece ninguna otra posibilidad de conseguir su manutención lo que los convierte en un sector de los más oprimidos dentro de los oprimidos.
Estos "criminales" son además acusados de ser los causantes de los daños ambientales que están destruyendo los ríos y poniendo en riesgo a la población que los circunda, lo que tampoco es cierto porque el impacto que ellos generan con sus prácticas artesanales jamás se compara con los que ocasiona la extracción de material con dragas que sí tienen un verdadero poder de destrucción o la explotación a cielo abierto y a gran escala que ocasionan un impacto de proporciones gigantescas tampoco comparable con el ocasionado por la pequeña minería. Los criminales y los destructores del medio ambiente no son los mineros artesanales, son los monopolios, brazos hambrientos de un capitalismo que amenaza con devorarlo todo en su carrera por acumular más riqueza, empezando por los millones de oprimidos que para éstos no son más que obstáculos fáciles de arrasar, y continuando con los recursos que necesitan para seguir obteniendo más poder.
Por todo lo anterior creemos necesaria y justa la lucha de la pequeña y mediana minería, lucha que debemos acompañar como parte de la resistencia general frente al saqueo de los recursos naturales, a la destrucción del planeta, a la opresión de los pueblos y a un sistema que se alimenta de la miseria de los pobres. Solo unidos y organizados podemos luchar por la dignidad de los pueblos y por un mundo libre de opresión.
"Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación, ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias y deben legarla mejorada a las generaciones venideras".
Carlos Marx
Sinaltrainal Dosquebradas - ¡De Pie, Mujer! - Comité Femenino Popular - Sindibalastreros -
Corriente Progresista de Intelectuales (Eje Cafetero).
Con mucha frecuencia suele ocurrir que no reparemos en que todo aquello que usamos ha sido elaborado por alguien, un ser humano anónimo para nosotros, sin nombre, sin rostro, sin sexo, sin edad, sin historia; en muchos casos, mal alimentado, peor vestido, con una salud siempre en deuda y atrapado en la pobreza; quien además en muchos casos ha trabajado 14, 16 e inclusive 18 horas al día, en pésimas condiciones laborales, bajo acoso sexual, constantes humillaciones y casi siempre cobijado por la amenaza del despido y la certeza del hambre.
Celulares, ropa, muebles, aviones, cosméticos, muñecos, puentes, estadios, edificios, casas… todos estos objetos tan diferentes entre sí, tienen en común contener trabajo humano anónimo, trabajo que es en realidad el que genera la riqueza y la prosperidad de la que solo gozan quienes se apropian de él y su producto. El trabajador, sobre todo aquél que se halla en la base de la pirámide de la sociedad, la más árida y extensa, a pesar de ser el creador de tal riqueza siempre queda con el cuerpo roto, las manos vacías y sus sueños pospuestos. Así, millones de personas en el mundo en muchos casos desde la niñez, viven sin poder disfrutar de lo que ellos mismos fabrican o hacer uso de aquello que ayudaron a edificar; producen toda una vida hasta quedar consumidos física, mental y moralmente sin quedar con nada al final, salvo su pobreza.
Estos seres anónimos de cuyo lomo se levanta el desarrollo y el progreso, jamás gozado por ellos, del que se benefician unos cuantos, son además de invisibles para muchos de nosotros, criminales a los ojos de los poderosos y como tales son entonces perseguidos, humillados, despojados de lo poco que tienen y, hasta, eliminados.
Los mineros artesanales en nuestro país corren hoy esta suerte a nombre del desarrollo económico que con bombos se anuncia traerá la dichosa locomotora minero energética. Ellos, los mineros tradicionales, gente pobre que vive al día y sin sus necesidades básicas cubiertas en muchos casos, son hoy para el gobierno los criminales contra los que hay que dirigir las baterías afiladas de la justicia. Una justicia que a punta de normas, decretos, resoluciones y artículos hechos a la medida de las grandes y responsables empresas mineras sepulta la posibilidad de que los mineros artesanales por la senda siempre limpia de la legalidad puedan continuar con su trabajo, y por el contrario garantiza la explotación a gran escala de las esas sí bien protegidas multinacionales.
Ante esta cruzada de legitimación de robo y destrucción consuetudinario por parte de la gran minería, el gobierno poco a poco va aplastando la presencia indeseable de cientos de mineros pequeños que si bien son ilegales no son los criminales que se afirma son. El verdadero criminal no es el pueblo que trata de sobrevivir arañando con sus manos los recursos de la tierra, este no es el que va destruir el medio ambiente de un solo tajo y con la bendición de las leyes; el verdadero criminal debe buscarlo el gobierno en sus propio seno y en su propia clase social, en aquellos que visten de corbata, toman whiskey y compran con su dinero todas las conciencias necesarias para saquear a pleno sol; los mineros criminales no se visten de harapos ni sudan su propio olor al ritmo de la pica y la pala, ellos muy perfumados se mueven como peces en el agua en los clubes, hoteles y oficinas ministeriales.
Los mineros criminales no son los que doblan su espalda más de ocho horas al día, ni tienen la piel dura y curtida por el trabajo, ni sus cuerpos han sido templados por el sol y el agua; los mineros criminales no pasan horas interminables metidos en socavones donde falta el aire y el sol es un espejismo, ni se ven obligados a permanecer con su cuerpo sumergido en el agua hurgando en los ríos lo que el agua arrastre; los mineros criminales no tienen que contentarse con lo poco que ganan, ni llegar al fin de semana con lo escaso para no morir de hambre ni de tristeza. Los mineros criminales no tienen que esperar a que la muerte les llegue cuando la sociedad les debe todavía todo. El enemigo al que hay que perseguir no es el que no tiene nada y lo necesita todo.
El verdadero minero criminal es quien en nombre del progreso arrasa sin contemplación con seres humanos y recursos naturales; es quien se viste de etiqueta, reparte limosnas, regala falsas sonrisas y engaños en un solo paquete, habla bonito y fluido sobre la prosperidad y el desarrollo, anda abrazado con el poder político y cobijado por las leyes; usa siete lenguas de fuego para encantar a necesitados e incautos, para seducir al pueblo; utiliza su chequera para atraer vendidos y traidores, para mantener al gobiernos bajo su tutela, para someter las fuerzas de represión propias y ajenas a la defensa de sus intereses, para comprar profesionales que realicen estudios ajustados a sus deseos; el verdadero minero criminal no es anónimo, tiene nombre y apellidos que luce con orgullo, su rostro es conocido por todos pues se pasea por las portadas de revistas y páginas sociales, se pavonea por doquier con la seguridad que le brinda el poder que ostenta sin disimulo con la complicidad siempre a la mano de gobiernos lacayos como el nuestro.
No nos equivoquemos de enemigo.