Viendo publicaciones etiquetadas con materialismo

Adversidades de un materialista

La enfermedad motiva la reflexión. Desde el momento en que me enteré de mi diagnóstico, he estado pensando sobre cómo afrontar la situación desde el punto de vista de un ateo materialista. En un país donde apenas el 3% de la población se declara no creyente (ateos, agnósticos o no religiosos), no hay muchos referentes locales a la hora de afrontar adversidades sin recurrir a la superstición.

Una pregunta muy común entre quienes reciben una noticia como esta es «¿por qué a mi?». Mi ateísmo proviene de mi gusto por la ciencia y por mi posición materialista con la vida. Sabemos sin lugar a dudas que nuestra especie es joven y que la vida en nuestro planeta lleva varios miles de millones de años. Asimismo, nuestro universo ha estado aquí por alrededor de 14 mil millones de años. La vida, nuestro planeta, el sol, nuestra estrella más cercana, y nuestro universo han existido desde mucho antes que cualquier conciencia o idea. Los mitos que eventualmente derivaron en religiones son nuestro primer intento de explicar el mundo natural. De haber tenido la comprensión que poseemos el día de hoy, la religión nunca se hubiese asentado de la manera que lo hizo en nuestra historia. Sin embargo, ha llegado el momento de crecer y asumir la adolescencia de nuestra especie. Es momento de revelarnos contra esas ideas primitivas que entregan un falso consuelo y asumir las ideas modernas que nos han llevado hasta donde estamos.

Por lo anterior, nunca tuve problema en aceptar mi enfermedad. Preguntarme por qué a mi es un sinsentido. Nací con un boleto para la lotería del cáncer. Algunos estamos en mayor riesgo que otros por factores genéticos o estilos de vida poco saludables, más nunca es del cero por ciento. Que hermosa es la estadística, esa rama de las matemáticas que nos permite entender las probabilidades de los sucesos. La buena noticia, por ahora, es que el pronóstico
es esperanzador a pesar del molesto tratamiento que se viene.

Nuestro cosmos se mueve en una danza de necesidades y contingencias. El físico Jaime Hernández en muchas ocasiones me ha contado su visión sobre el azar en la naturaleza. En el mundo de las cosas muy pequeñas debemos contentarnos con predecir las posibilidades sin la certeza absoluta de lo que pasará. En el trabajo que realizamos de divulgación de la ciencia con la Corriente Progresista de Intelectuales, han sido extensas y reiteradas las discusiones. Las tendencias y las regularidades, a las cuales solemos llamar leyes, existen sin duda alguna, pero también son reales las casualidades, las eventualidades, los accidentes y las coincidencias. No podemos entender la realidad acudiendo a solo uno de los dos. Por esa razón es que no me sorprende para nada estar enfermo.

¿Qué hice al enterarme? lo que toda persona debería hacer: actuar con rapidez y acatando el consejo de los expertos. El cáncer es una enfermedad que puede hacer metástasis, es decir, se puede diseminar a otros órganos y hacer más difícil o imposible el tratamiento. El consejo aplica para casi cualquier afección. Retrasar los diagnósticos, exámenes y tratamientos, como suelen hacer las EPS en Colombia se traducen en complicaciones, menor efectividad de los procesos médicos, mayores tiempos de recuperación y tasas más altas de mortalidad en enfermedades curables o tratables. Al momento de escribir estas líneas, he pagado por mi cuenta lo que he podido para acelerar el diagnóstico y el tratamiento venidero.

El otro aspecto del que debo preocuparme es el psicológico. Para ello, acudí a mi familia y amigos más cercanos quienes expresaron su apoyo casi incondicional. Todos me expresaron sus buenos deseos. Varios de ellos envueltos en un ropaje religioso, que no es de extrañar en un país mayoritariamente creyente. No es algo que me moleste, siempre y cuando respeten mi forma de ver el mundo. Si alguien quiere rezar por mi, bien puede hacerlo si eso le da algo de calma. Yo por mi parte no participaré de ritual o encantación alguna porque no hay evidencia de que sean efectivos más allá de un efecto placebo. Soy incapaz de la inconsecuencia de autoengañarme con una falsa ilusión.


Recuerdo haber escuchado falsas anécdotas de personajes como Charles Darwin, que afirman que en su lecho de muerte cambiaron de parecer y pidieron perdón. Suelen ser tergiversaciones sin fundamento alguno que solo sirven de argumento para los religiosos. De Voltaire, dicen también, que se arrepintió al último momento. Aunque también dicen que cuando un sacerdote le pidió renunciar a Satanás en sus últimos días, respondió irónicamente que «no es el momento de hacer enemigos». A varias personas las he escuchado decir, con cierto placer, que todos se arrepienten al final, disfrutando de una persona que se encuentra reducida emocional y físicamente. Todo un chantaje. Como bien dice el gran Christopher Hitchens, ¿qué pensarían si un grupo de ateos formamos un coro para ir a los hospitales a convencer a los moribundos de renunciar a su fe y vivir sus últimos días sin el yugo y el autoengaño de la religión?. A los tratos especiales que socialmente tiene la religión, como el no pagar impuestos, se le suma esta licencia para atormentar a los enfermos que no comparten sus ideas, y hasta se atreven a pensar que es algo humanitario.

Continuando mi caso, mientras me recuperaba de la primera cirugía de toda mi vida, terminé el maravilloso libro «Cosmos: Mundos posibles» de Ann Druyan. En uno de los capítulos, la autora relata una enfermedad grave que sufrió uno de sus hijos durante el rodaje de la temporada más reciente de la serie. Al igual que yo, recibieron las oraciones de muchas personas cercanas, lo que la hizo reflexionar sobre un hecho: hace 100 años su hijo hubiese muerto irremediablemente por su padecimiento. ¿Qué cambió en este tiempo?, seguramente no lo hizo dios, dice mordazmente. Lo que avanzó fue nuestra comprensión de las enfermedades, de los tratamientos y de las técnicas médicas. Las religiones tienden a cambiar poco, porque son un dogma basado en la fe y en la revelación. Aquello que ya se dijo y que fue inspirado por un ser superior no necesita actualizarse. No existe evidencia capaz de hacer cambiar de parecer al dogmático. Las religiones representan una buena parte del aspecto conservador y atrasado de nuestra cultura; halan hacia el pasado. Para mantener la fe en dios ante la avalancha de avances científicos y tecnológicos tendríamos que aceptar, o que aprendió a curar enfermedades que antes no podía, o que cambió de parecer sobre sanarlas. Dudo que algún católico guste de alguna de esas dos opciones: un dios imperfecto e ignorante, o uno caprichoso y malicioso.

Recuerdo que este año tuve un encuentro con una señora que hace parte de los testigos de Jehová. De esas que se hacen en la calle para entregar sus volantes y su revista de numeroso tiraje. A la salida de un colegio, me abordó para hablarme de Jehová, su dios, que aunque dicen que es el mismo dios de los católicos, afirma cosas incompatibles como su postura frente a las transfusiones de sangre y las estatuas. Trato de no ser grosero con las personas y, francamente, siempre me causa curiosidad qué dirán esta vez, porque si algo puedo afirmar, es que nunca puedo adivinar con qué saldrán el día de hoy. Al expresarle mi no creencia, me preguntó si no me preocupaba un cáncer. No se si era amenaza o le preocupaba mi salud, más al preguntarle si su fe me blindaba de una enfermedad tan compleja me dijo que no. No se qué pensar de ese dios tan ambivalente. Me dicen a veces que es el amor en su máxima expresión, pero luego lo presentan como el ejemplo canónico de un padre tirano y dictatorial. El tal libre albedrío no parece incluir la posibilidad de no quererlo.

No obstante, no puedo centrarme únicamente en la religión en este ensayo. En una situación como la mía no han de faltar las seudociencias. Y es que no se hicieron esperar las recomendaciones de supuestos tratamientos o «medicinas» mal llamados alternativos. Me han indicado que suspenda todo consumo de azúcar, que tome una cucharada de bicarbonato de sodio todos los días, que consulte «médicos» homeópatas, que realice dietas dudosa credibilidad, entre muchas otras cosas más. Cordialmente respondo que no haré nada sin consultar con el médico especialista. No por nada es un oncólogo y cirujano de mucha experiencia. Y eso es lo que le recomiendo a cualquier persona. Su médico debe estar al tanto de cualquier sustancia que consuman o decisión que tomen. Casos son muchos, como el del conocido Steve Jobs, creativo de Apple a quien le diagnosticaron un cáncer de páncreas operable, el cual decidió «tratar» con zumos naturales. Cuando decidió cambiar de parecer, ya era demasiado tarde. Y hablamos de una persona con todos los recursos económicos a su disposición, y de tanto reconocimiento que seguramente le hubiesen dado la máxima prioridad.

Volviendo a la religión y al pensamiento supranatural, me llama la atención como ha monopolizado aspectos de la conciencia humana tales como la moral, el consuelo y la esperanza. Afirman la idea absurda de que sin un referente moral absoluto, normalmente el dios de turno, no sabríamos distinguir qué es lo bueno de lo malo. Como si en los varios milenios de contar con las religiones no hubiesen servido de justificación para tantos horrores e ideas que hoy consideramos inconcebibles. La religión ha justificado la esclavitud, y sigue sosteniendo formas de opresión hacia la mujer como el caso extremo del Islam, aunque mejor no le demos la oportunidad al cristianismo de demostrar que lo puede hacer igual de «bien». Personalmente, dudo de la existencia de tales referentes morales absolutos, sean de procedencia divina o terrenal. Si algo nos ha mostrado la historia es que la moral superior no cae del cielo; hay que luchar por obtenerla y por defenderla, de la misma manera en que los derechos no son de procedencia natural o sobrehumana, sino que se obtienen en las más arduas contiendas.

Como escuché alguna vez decir a Hitchens: donde acaba la astrología comienza la astronomía; donde acaba la alquimia comienza la química y donde acaba la religión inicia la filosofía. Es esta última la encargada de lidiar con nuestros problemas éticos y morales. No necesitamos de espejismos para reconocer las buenas y malas acciones.

Yo por mi parte no necesito de falsas ilusiones. El mundo está lleno de razones para querer vivir. Cada persona puede labrar su propia definición de felicidad, o construirla en colectivo. Los logros de nuestra especie son asombrosos para su poco tiempo de vida. Imaginen todo lo que se viene si logramos lidiar con los problemas de nuestra especie de la misma forma en que hemos dominado tantos problemas de la naturaleza. Estamos en la capacidad de visitar Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro sistema solar, en medio siglo. Piensen en ello; podríamos alcanzar a ver la primera foto de una estrella distante muy de cerca, así como los planetas que la circundan. Por más tortuoso que pueda parece el camino, el futuro es, sin duda alguna, brillante.

Objetividad, subjetividad e intersubjetividad: hablan los escépticos.

Hernán Toro, miembro del grupo Escépticos Colombia, escribió: "quien cae de cabeza sobre el concreto desde cien metros de altura muere irremisiblemente. Invito a cualquier relativista epistemológico a que trate él mismo de refutar esta afirmación. Hechos universales como éste se llaman "objetivos".

*****

"El conocimiento racional objetivo como algo que se impone de manera incontestable fuera de mí no existe."

"El cristianismo a través de toda su larga historia y hoy por hoy, pone hechos incontestables."

"Los hechos se imponen por sí mismos señor Rodas." 1

En las últimas décadas se ha puesto de moda una corriente filosófica llamada "postmodernismo" sus proponentes defienden un relativismo cognitivo extremo, que se enmarca en afirmaciones como las siguientes:

"No existen hechos objetivos sino interpretaciones 'intersubjetivas' de la realidad."

"Los conceptos científicos son influidos profundamente por la subjetividad de los científicos."

"La ciencia no es más que un mito moderno tan válido como la mitología de cualquier tribu."

"Las leyes físicas no son más que un constructo social, como las leyes del Béisbol."

La ciencia es sólo un constructo social enmarcado en la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermass."

"La ciencia es sólo un cambio errático de paradigmas, al vaivén de las opiniones de los científicos, como señaló Thomas Kuhn."

Tanto se repiten estas ideas en círculos humanistas poco rigurosos, que muchos intelectuales tragan carnada, hilo y plomada. Así, el presbítero Carlos Novoa, atacando un artículo sobre los valores del Humanismo Secular, propone:

"El conocimiento racional objetivo como algo que se impone de manera incontestable fuera de mí no existe, ya que las ciencias y todo saber, son una construcción creativa del sujeto personal y social en relación con sus congéneres y con su entorno. En toda comprensión humana hacen presencia los intereses del sujeto cognoscente, luego la ciencia es tremendamente relativa (...) a estos intereses subjetivos y a su necesaria contingencia, ya que todo lo humano es limitado y falible (...) Los paradigmas de hace 100 o 50 años de estos saberes hoy se hallan superados, y los actuales seguramente serán revaluados en el futuro (...). De acá el carácter bastante inestable y gelatinoso de lo científico racional (...). Por todo esto no se puede hablar de una ética o ciencia objetivas, de facto, solo nos queda reconocer que estamos en manos de los vaivenes de la investigación, los consensos evolutivos de la comunidad científica y los consensos éticos mínimos nacionales y mundiales, de los cuales debemos ser sujetos todas las mujeres y hombres de la tierra." 2

¿Es cierto? ¿No hay hechos racionales objetivos? ¿El conocimiento científico sólo es un "constructo social" sin relación con el mundo exterior? Para responder, hay que partir de algunas premisas comunes basadas en la regularidad de las percepciones.

Aunque no se puede demostrar, es confiable suponer que existe un mundo exterior a nosotros con personas que moran en él. Quienes lo niegan y creen que su experiencia de los otros es sólo una creación de su imaginación se llaman "solipsistas" y generalmente se encuentran en los hospitales psiquiátricos.

Los sanos mentales aceptamos que hay una realidad externa poblada por nuestros semejantes que nos genera experiencias sensoriales subjetivas que nos permiten conocerla. Este axioma tampoco se puede demostrar lógicamente: es un principio razonable basado en la regularidad de nuestras percepciones que ninguna persona sana niega. La navaja de Occam nos permite aceptar esta postura.

Al aceptar que nuestros sentidos brindan información válida de la realidad y de las experiencias de nuestros congéneres, encontramos experiencias universales. Por ejemplo, quien cae de cabeza sobre el concreto desde cien metros de altura muere irremisiblemente. Invito a cualquier relativista epistemológico a que trate él mismo de refutar esta afirmación. Hechos universales como éste se llaman "objetivos". Los postmodernos los llaman "intersubjetivos" por cierto prurito contra la "objetividad"; como les encanta el "todo vale" se rehúsan a usar este término pero la realidad es tozuda: aunque no lo quieran, hay hechos externos irrefutables.

La negación esnobista del conocimiento objetivo es tan insostenible en la práctica que sus proponentes se contradicen a cada instante: basta ver las citas que abren este artículo. Son del mismo autor en el mismo escrito. Inicialmente niega el "conocimiento objetivo como algo que se imponga incontestablemente" desde el exterior, pero líneas después lo traiciona su inconsciente y pontifica "hechos incontestables" que "se imponen por sí mismos". Él mismo es la muestra de que negar la objetividad es psicológicamente insostenible. Richard Dawkins lo expuso de forma diáfana: "Muéstrenme un relativista cultural a 9.000 metros de altura y yo les mostraré a un hipócrita".

Sólo un sofista cínico sería capaz de negar el hecho objetivo de que millones de personas en el mundo aguantan hambre, o que decenas de miles de colombianos han muerto por nuestro conflicto armado, o que Álvaro Uribe respaldó una guerra de agresión estadounidense que ha matado más de 50.000 civiles iraquíes. Como dice Novoa, "Los hechos se imponen por sí mismos". Sería inhumano negar la realidad objetiva del hambre y la violencia en el mundo.

Negar la objetividad científica se basa en tres errores: Primero, la caricaturización de lo gradual de la certeza científica. Segundo: incomprensión de su naturaleza autocorrectora. Tercero: ignorancia de la dirección de los cambios de paradigma. Esto se explica a continuación.

En primer lugar, la certeza de una proposición científica es un valor continuo que, en la práctica, va desde la certeza absoluta hasta una duda absoluta. Algunas ideas están tan bien establecidas que dudar de ellas sería delirio. Así, ningún descubrimiento futuro cambiará el hecho de que "la tierra no es plana". Otras ideas son más dudosas. Hay muy buenos hallazgos para respaldar que "Homo sapiens evolucionó de Australopithecus afarensis" pero nueva evidencia podría catalogar a ésta última como una línea colateral. Otras ideas están abiertas: aunque es concebible la vida en otros planetas, no hay evidencias suficientes para confirmar que "hay civilizaciones extraterrestres en la vía láctea"; tal vez en un futuro cercano se pueda dilucidar. Que la ciencia sea provisional en sus modelos teóricos no impide que incluya verdades objetivas como las señaladas previamente. Que nuevos datos descarten algunas afirmaciones no implica que todo lo que sabemos vaya a ser refutado. Hay hechos objetivos que no cambiarán.

El segundo error consiste en creer que, como las comunidades científicas son afectadas por factores subjetivos o sociales, entonces sus resultados también lo son. Esto es un craso error: la subjetividad humana y la influencia cultural sobre un científico influyen en la dirección en la que se investiga, pero no en el resultado de los experimentos. Si un país decide invertir en industria espacial y otro en energías limpias, los resultados obtenidos por ambos serían contrastables en cualquier otro país que repitiera los experimentos. Incluso factores personales como el aprecio de un científico por su teoría hasta el punto de falsificar evidencia, no hace que todos los científicos del mundo hagan lo mismo. Así, el fraude de "El Hombre de Piltdown" perpetrado en parte posiblemente por Teilhard de Chardin (5) fue corregido por científicos evolutivos. Ninguna motivación personal o influencia social cambiará el hecho de que la tierra no es plana.

El tercer error es típico de quien no está en la actividad científica. Los cambios de teorías de una rama de la ciencia no son consensos subjetivos o "intersubjetivos" que se muevan al vaivén del capricho de los investigadores como plumas al viento. Un cambio de paradigma no refuta completamente a la teoría anterior sino lo contrario: el nuevo paradigma tiene que incluir como caso particular a la teoría previa. Así, la Teoría General de la Relatividad de Einstein explica con más precisión todos los fenómenos de la Teoría de la Gravitación Universal de Newton y ésta se deduce de la primera si se hace que la relación entre la velocidad de los móviles y la de la luz tienda a cero. La Síntesis Evolutiva Moderna de Morgan, Fisher, Dobzhansky y otros incluye como casos particulares a la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin y a la Teoría Genética de Mendel. La Moderna Teoría de la Tectónica de Placas incluye como caso particular la Deriva Continental de Wegener.

Cada nuevo paradigma no es una refutación del anterior sino una generalización, un refinamiento, una profundización. Es un despropósito tildar a la ciencia de "inestable y gelatinosa" por ignorar que la imprecisión de los modelos científicos se aproxima asintóticamente a cero a medida que se cambian paradigmas. De hecho, los paradigmas previos son tan válidos que se usan en la cotidianidad: ningún arquitecto usa la mecánica cuántica para planear la construcción de un edificio. Las trayectorias de las sondas espaciales no se calculan con la Relatividad General de Einstein, sino con la Gravitación Universal de Newton. Actualmente se pueden ver fotos de los anillos de Saturno (6), de los desiertos Marcianos (7), y de los lagos de metano líquido en Titán (8), gracias a la "superada" teoría de Newton.

No importan los malabares filosóficos para desviar la vista; no importan cuántas palabras se inventen los sofistas posmodernos para ignorarla; la realidad obstinada con sus hechos objetivos "incontestables" seguirán existiendo y acuciándonos, querámoslo o no. Negar esto implica negar la objetividad del sufrimiento humano: dudosa guía espiritual puede ofrecer quien niegue la realidad objetiva de hambrunas, masacres, genocidios, guerras de exterminio y demás injusticias que nos agobian como especie.

Imagen: Escépticos Colombia (http://www.escepticoscolombia.org/)

Notas:
(1) Novoa, Carlos. SJ.
"Respuesta al artículo 'La Moral del Humanismo Secular' ", párrafo5.

(2) Ibid, párrafo16.

(3) Ibid, último párrafo.

(4) Ibid, texto disperso en el artículo.

(5) Stephen J. Gould, en "El Pulgar del Panda" defiende la tesis de que Teilhard de Chardin estuvo implicado en la autoría intelectual del fraude de Piltdown.

(6) Se pueden ver espectaculares imágenes de Saturno en la página de Ciclops, de la NASA.

(7) Las fotos de los panoramas marcianos vistos por los exploradores robóticos "Spirit" y "Opportunity", se encuentran en esta página del
Laboratorio de Propulsión a Chorro en la NASA.

(8) Ver esta nota de prensa en la página de la Sonda Cassini, de la NASA.

Hernán Toro es ingeniero electrónico, especialista en didáctica de la ciencia, docente universitario en el área de matemáticas para ingeniería. Es fundador y miembro del comité editorial de Escépticos Colombia.

1 Novoa, Carlos. SJ. "Respuesta al artículo 'La Moral del Humanismo Secular' ", párrafo 5, 16 y último párrafo.

2 Ibid.

22/03/07| Por: el confesor

Cosmos VII: El espinazo de la noche

Desenredando el materialismo científico (Mente abierta)

Phillip E. Johnson

Asumimos que la objetividad y neutralidad son características inherentes a la Ciencia. Y nos equivocamos. Un somero examen a los paladines del neodarwinismo (teoría moderna de la Evolución) nos demuestra que esto no es así.

Sagan, Lewontin, Gould y Dawkins nos demuestran a través de sus escritos que, para "entender" y "aceptar" la Teoría de la Evolución es primero necesario aceptar una filosofía puramente materialista.

En un ensayo retrospectivo sobre Carl Sagan en New York Review of Books del 9 de enero de 1997, el Profesor de genética de Harvard Richard Lewontin comenta cómo conoció por primera vez a Sagan en un debate público en Arkansas en 1964. Los dos jóvenes científicos habían sido persuadidos por sus colegas mayores de ir a Little Rock a debatir el lado afirmativo de la pregunta: “RESUELTO, que la teoría de la evolución es tan probada como el hecho de que la tierra gira alrededor del sol”. Su mayor oponente era un profesor de biología de una universidad fundamentalista, con un doctorado en Zoología de la Universidad de Texas. Lewontin no da detalles del debate, excepto para decir que “a pesar de nuestros argumentos absolutamente convincentes, el público, inexplicablemente, votó por la oposición”.
Claro, Lewontin y Sagan atribuyeron el voto al prejuicio del público en favor del creacionismo. No obstante, la resolución fue enmarcada de manera tal que el lado afirmativo debía haber perdido incluso si el jurado hubiera estado compuesto por profesores de filosofía del Ivy League. ¿Cómo se puede “probar” la teoría de la evolución concebiblemente al mismo nivel que “el hecho de que la tierra gira alrededor del sol”? El último es una característica observable de la realidad presente, mientras que el primero trata principalmente con eventos del pasado lejano que no se repiten. La comparación apropiada sería entre la teoría de la evolución y la teoría aceptada del origen del sistema solar.
Si “evolución” se refiere solamente a fenómenos que se observan actualmente como la reproducción de los animales domésticos o una variación del pico del pinzón, entonces Lewontin y Sagan habrían ganado el debate sin problema, incluso con un jurado fundamentalista. La aseveración “Criamos una gran variedad de perros”, la cual descansa en una observación directa, es más fácil de probar que la afirmación de que la tierra gira alrededor del sol, la cual requiere un razonamiento sofisticado. Ni siquiera los literalistas bíblicos más estrictos niegan la reproducción de variedades de perros, la variación del pico en el pinzón y otros ejemplos similares entre los tipos o clases de animales. Lo que produjo el escepticismo fueron las aseveraciones más controversiales de la evolución a gran escala. Puede que los científicos piensen que tienen buenas razones para creer que los organismos vivos evolucionan naturalmente de químicos no vivientes, o que los órganos complejos evolucionan por la acumulación de micromutaciones a través de selección natural, pero tener razones no es lo mismo que tener pruebas.
He visto personas anteriormente inclinadas a creer cualquier cosa que la “ciencia diga” convertirse en escépticos cuando se dan cuenta que los científicos realmente parecen pensar que las variaciones en los picos del pinzón o en las mariposas nocturnas, o la mera existencia de los fósiles, prueba todas las grandes aseveraciones de la “evolución”. Es como si los científicos, tan confiados en sus contestaciones, simplemente no entendieran la pregunta.


Sagan y Lewontin


En su último libro, Carl Sagan describe la teoría de la evolución como la doctrina en que “los seres humanos (y todas las otras especies) han evolucionado lentamente mediante procesos naturales de una sucesión de seres más antiguos sin que se necesitara ninguna intervención divina en el camino”. La alegada ausencia de intervención divina a través de la historia de la vida (el estricto materialismo de la teoría ortodoxa) es la que explica porqué mucha gente, algunos de los cuales son fundamentalistas bíblicos, piensan que la evolución darwiniana (más allá del nivel micro) es básicamente la filosofía materialista disfrazada de hecho científico. Al mismo Sagan le preocupaba los sondeos de opinión que demostraban que sólo cerca de un 10 por ciento de americanos creían en un proceso evolucionista estrictamente materialista, y, como reconoce la anécdota de Lewontin, algunos de los que dudaban tenían posiciones importantes en las ciencias. Un desacuerdo tan extendido como ése debe descansar en algo más difícil de remediar que la mera ignorancia de los hechos.
Eventualmente, Richard Lewontin (profesor de genética de Harvard) se separó de la compañía de Sagan por desacuerdos sobre cómo explicar porqué la teoría de la evolución parece ser tan obviamente cierta para los principales científicos y tan dudosa para la mayoría del público. Sagan le atribuyó la persistencia de dicha incredulidad a la ignorancia y se propuso curar el problema mediante libros populares, artículos de revista y programas de televisión promoviendo las virtudes de la ciencia general. Lewontin, un marxista cuya sofisticación filosófica excede la de Sagan por varios órdenes de magnitud, vio el asunto esencialmente como uno de compromiso intelectual básico en lugar de conocimiento de datos.
La razón para la oposición a los recuentos científicos de nuestros orígenes, según Lewontin, no es que las personas ignoren los datos, sino que no han aprendido a pensar desde el punto de partida correcto. En sus palabras: “El problema principal no es proveer al público el conocimiento de qué tan lejos estamos de la estrella más cercana y de qué están hechos los genes... En lugar de ello, el problema es lograr que la gente rechace las explicaciones irracionales y sobrenaturales del mundo, los demonios que existen sólo en su imaginación, y acepten una estructura social e intelectual, la Ciencia, como la única que puede engendrar la verdad”. Lo que el público necesita aprender es que, le guste o no, “Existimos como seres materiales en un mundo material, cuyos fenómenos son consecuencia de las relaciones materiales entre las entidades materiales”. En una palabra, el público necesita aceptar el materialismo, que significa que deben poner a Dios en el museo de la historia, donde pertenecen tales mitos.
A pesar que Lewontin quiere que el público acepte la ciencia como la única fuente de la verdad, él admite libremente que la ciencia misma no está libre de las tonterías que Sagan encontraba con frecuencia en la seudociencia. Como ejemplo, él cita tres científicos influyentes quienes son particularmente exitosos escribiendo para el público: E.O. Wilson, Richard Dawkins y Lewis Thomas, cada uno de los cuales ha puesto aseveraciones no confirmadas y declaraciones imprecisas en el mismo centro de las historias que han vendido en el mercado. La Sociobiology y On Human Nature de Wilson descansan en la superficie de un pantano tembloroso de declaraciones no sostenidas sobre la determinación genética de todo, desde el altruismo hasta la xenofobia. Las vulgarizaciones de Dawkins del Darwinismo hablan de nada en la evolución excepto de una inexorable ascendencia de genes que son selectivamente superiores, mientras que todo el cuerpo de avance técnico en genéticas evolutivas experimentales y teóricas de los últimos cincuenta años se ha movido dirigido a enfatizar las fuerzas no selectivas de la evolución. Thomas, en varios ensayos, promovió el éxito de la medicina científica moderna en eliminar la muerte como una de las enfermedades, mientras que las incuestionables recopilaciones estadísticas en mortalidad demuestran que en Europa y América del Norte las enfermedades infecciosas… habían dejado de ser las causas principales de la mortalidad durante las primeras décadas del siglo veinte.
Lewontin lamenta que incluso los científicos, frecuentemente, no pueden juzgar la veracidad de declaraciones científicas fuera de sus campos de especialidad, y tienen que dar por cierto la palabra de reconocidas autoridades en la fe. “¿Quién soy yo para creer sobre física cuántica si no Steven Weinberg, o sobre el sistema solar si no Carl Sagan? Lo que me preocupa es que puedan creer lo que Dawkins y Wilson les digan acerca de la evolución”.

Gould y Dawkins
Un principal divulgador científico que aún vive [muerto en 2002], a quien Lewontin no desacredita, es su colega de Harvard y aliado político Stephen Jay Gould. Sólo para completar la historia, sin embargo, parece que los admiradores de Dawkins tienen la misma baja opinión de Gould como Lewontin tiene de Dawkins o Wilson. Según un ensayo de 1994 del New York Review of Books por John Maynard Smith, el decano de los neo-darwinianos británicos, “los biólogos evolucionistas con los cuales he discutido su [Gould] trabajo, tienden a verlo como un hombre cuyas ideas están tan confundidas que no vale la pena molestarse en verlas, pero que no se le debe criticar públicamente porque por lo menos está de nuestro lado contra los creacionistas. Todo esto no importaría, si no fuera porque les está dando a los biólogos un gran retrato falso del estado de la teoría evolucionista”. Lewontin teme que los que no son biólogos no reconocerán que Dawkins está pregonando una ciencia falsa; Maynard Smith teme exactamente lo mismo de Gould.
Si expertos eminentes dicen que la evolución según Gould está demasiado confundida como para prestarle atención, y otros igual de eminentes dicen que la evolución según Dawkins descansa en aseveraciones que no se sostienen y declaraciones falsas, al público difícilmente puede culpársele por sospechar que la evolución a gran escala puede descansar en algo menos impresionante que un hecho sólido e irrecusable. Lewontin confirma esta sospecha explicando porqué “nosotros” (es decir, el tipo de gente que lee el New York Review) rechazamos de plano el punto de vista de aquellos que piensan que ven la mano del Creador en el mundo material:
“Tomamos el lado de la ciencia a pesar de la evidente absurdidad de algunos de sus términos, a pesar de que falló en cumplir muchas de sus promesas extravagantes de salud y vida, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica hacia historias no substanciadas, porque tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No es que los métodos y las instituciones de la ciencia de alguna manera nos obligan a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico sino que, al contrario, estamos forzados por nuestro apego previo a las causas materiales para crear un aparato de investigación y una serie de conceptos que producen explicaciones materialistas, no importa qué tan en contra vayan de la intuición, ni qué tan místicas sean para los inexpertos. Además, el materialismo es absoluto, ya que no podemos permitir un “Pie Divino en la puerta”. Lewis Beck, el eminente estudioso del filósofo alemán Emmanuel Kant, solía decir que cualquiera que creyera en Dios podía creer en cualquier cosa. Apelar a una deidad omnipotente es permitir que en cualquier momento pueden quebrantarse las regularidades de la naturaleza, que los milagros pueden suceder.”

Ciencia comprometida
Ese párrafo es la declaración más reveladora sobre lo que está en cuestionamiento en la controversia creación / evolución que yo haya leído de una figura importante de la clase científica. Explica nítidamente cómo la teoría de la evolución puede parecer tan cierta a los científicos informados y tan dudosa a los de afuera. Para los científicos materialistas el materialismo viene primero; la ciencia viene después. Podríamos llamarle más adecuadamente “materialistas utilizando la ciencia”. Y si el materialismo es correcto, entonces alguna teoría materialista de la evolución tiene que ser cierta simplemente por deducción lógica, independientemente de la evidencia. Esa teoría, necesariamente, será al menos semejante al neo-Darvinismo, en el sentido de que tendría que involucrar alguna combinación de cambios al azar y procesos similares a los legales capaces de producir organismos complicados que (en palabras de Dawkins) “dan la apariencia de haber sido diseñados por un propósito”.
El compromiso anterior explica porqué los científicos evolucionistas no se inmutan cuando se enteran que el registro fósil no provee ejemplos de transformación macroevolutiva gradual, a pesar de décadas de esfuerzo determinado por parte de paleontólogos para confirmar las presuposiciones neo-darwinianas. Es por esto también que bioquímicos cómo Stanley Miller continúan confiados aun cuando los geoquímicos les dicen que la tierra primitiva no tenía la atmósfera libre de oxígeno que era esencial para producir los químicos requeridos por la teoría del origen de la vida en una sustancia prebiótica. Ellos razonan que tenía que haber existido alguna fuente (¿cometas?) capaz de proveer las moléculas que se necesitaban, porque de lo contrario la vida no se habría desarrollado. Cuando la evidencia demostró que el período disponible en la tierra primitiva para la evolución de la vida fue extremadamente corto en comparación al tiempo anteriormente postulado para los escenarios de evolución química, Carl Sagan concluyó tranquilamente que la evolución química de la vida debe ser más fácil de lo que habíamos supuesto, ya que sucedió tan rápido en la tierra primitiva.
Es por esto también que a los neo-darwinianos como Richard Dawkins no les preocupa la Explosión Cámbrica, en la que todos los grupos de animales invertebrados aparecen repentinamente y sin un ancestro identificable. No importa lo que los registros de fósiles puedan sugerir, esos animales cámbricos tenían que desarrollarse de maneras neo-darwinianas aceptadas, o sea mediante procesos materiales que no requieran una dirección inteligente o una intervención sobrenatural. La filosofía materialista no demanda menos. Es por esto que Niles Eldredge, examinando la falta de evidencia para las transformaciones macroevolutivas en el abundante registro de fósiles de marinos invertebrados, puede observar que “la evolución siempre parece suceder en otro lugar,” y entonces se describe a sí mismo en la página siguiente como un “neo-darwiniano apriorista”. Finalmente, por eso es que los darwinianos no toman en serio a los críticos de la evolución materialista, pero en cambio especulan sobre “agendas escondidas” y recurren de inmediato a ridiculizar. En sus mentes, cuestionar el materialismo es cuestionar la realidad. Todos estos puntos específicos son ilustraciones de lo que significa decir que “nosotros” tenemos un compromiso previo con el materialismo.
El liderazgo científico no puede permitirse revelar este compromiso honestamente al público. Imagínese la oportunidad que tendría otro lado del debate si la pregunta para el público se re-fraseara cándidamente de esta manera: “RESUELTO, que todos deben adoptar un compromiso previo con el materialismo”. Todos verían lo que algunos ahora perciben vagamente: que se ha expandido una premisa metodológica útil para propósitos limitados para formar un absoluto metafísico. Claro está, las personas que definen la ciencia como la búsqueda de explicaciones materialistas encontrarán útil asumir que tales explicaciones siempre existen. Suponer que una preferencia filosófica puede validar una preciada teoría científica es definir “ciencia” como una manera de apoyar el prejuicio. Sin embargo, eso es exactamente lo que los darwinianos parecen estar haciendo cuando su evidencia es evaluada por los críticos que están dispuestos a cuestionar el materialismo.
Uno de esos críticos, que porta unas credenciales científicas impecables, es Michael Behe, quien argumenta que los sistemas moleculares complejos (tales como el flagelo bacterial y protozoario, el sistema inmune, la coagulación de la sangre y el transporte celular) son “irreduciblemente complejos”. Esto significa que los sistemas incorporan elementos que interactúan unos con otros en maneras tan complejas que es imposible describir mecanismos darwinianos detallados y probables para su evolución. No importa por ahora si usted cree que el argumento de Behe puede prevalecer sobre la oposición sostenida por los materialistas. La contienda principal no es sobre quién va a ganar, sino sobre si el debate puede incluso comenzarse. Si sabemos previamente que el materialismo es cierto, entonces la evidencia contraria debe estar propiamente bajo la alfombra, donde siempre se le ha barrido.

¿Ignorancia generalizada?
Para Lewontin, la determinada resistencia del público hacia el materialismo científico constituye “un problema profundo en el autogobierno democrático”. Citando las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, él piensa que “la verdad que nos hace libres” no es una acumulación de conocimiento, sino un entendimiento metafísico (es decir, materialismo) que nos hace libres de la creencia en entidades sobrenaturales como Dios. ¿Cómo la elite científica va a persuadir o embaucar al público a aceptar este crucial punto de partida? Lewontin busca dirección en el más prestigioso de los adversarios de la democracia, Platón. En su diálogo el Gorgias, Platón informa sobre un debate entre el racionalista Sócrates y tres sofistas o maestros de retórica. Todos los debatientes estuvieron de acuerdo en que el público es incompetente para tomar decisiones racionales sobre justicia y política pública. La pregunta que se discutía es si la decisión efectiva deberían tomarla los expertos (Sócrates) o los manipuladores de las palabras (los sofistas).
En términos familiares contemporáneos, la pregunta puede formularse en términos de si una corte debería nombrar un panel de autoridades imparciales que decida si el producto del demandado le causó cáncer al demandante, o si el jurado debería ser convencido por los abogados rivales del demandado, cada uno presentando sus propios expertos. Casi todo depende en si creemos que las autoridades son verdaderamente imparciales o si tienen sus propios intereses en el caso. Cuando la Academia Nacional de las Ciencias nombra un comité para orientar al público sobre la evolución, éste consiste en personas escogidas en parte por su perspectiva científica, lo cual quiere decir por su aceptación previa del materialismo. Los miembros de tal panel conocen muchos hechos en sus áreas específicas de investigación y tienen mucho que perder si el “hecho de la evolución” se expone como una conjetura filosófica. ¿Deberían los escépticos aceptar a tales personas como investigadores imparciales? El mismo Lewontin sabe demasiado sobre elites cognitivas como para decir algo tan ingenuo, y, por lo tanto, al final se da por vencido y concluye que “nosotros” no sabemos cómo llevar al público al punto de partida correcto.
Lewontin es brillantemente intuitivo, pero demasiado honesto como para ser tan buen manipulador como su colega de Harvard Stephen Jay Gould. Gould demuestra tanto su talento como su falta de escrúpulos en un ensayo de la edición de marzo de 1997 del Natural History, titulado “Nonoverlapping Magisteria” (“Magisterios No Sobrelapados”) y subtitulado “La ciencia y la religión no se oponen entre sí, ya que sus enseñanzas ocupan dominios claramente diferentes”. Con un subtítulo como ése, puede estar seguro que Gould quiere asegurarle al público que la evolución no lleva a ninguna conclusión alarmante. Fiel a su manera de ser, Gould insiste que los únicos que están en desacuerdo con la evolución son “los protestantes fundamentalistas que creen que cada palabra de la Biblia debe ser literalmente cierta”. Gould también insiste que la evolución (nunca define la palabra) es “tanto cierta como completamente compatible con la creencia cristiana”. Gould está familiarizado con la oposición no literalista al naturalismo evolucionista, pero niega débilmente que tal fenómeno exista. Incluso cita una carta escrita al New York Times en respuesta a un ensayo “op-ed” escrito por Michael Behe, sin revelar el contexto. Usted puede hacer cosas como esa cuando sabe que la prensa no le va a pedir cuentas.
La pieza central del ensayo de Gould es un análisis del texto completo de la declaración del Papa Juan Pablo a la Academia Pontificia de las Ciencias el 22 de octubre de 1996 justificando la evolución como “algo más que una hipótesis”. Él falla al no citar la salvedad crucial del Papa de que “las teorías de evolución, las cuales, de acuerdo con las filosofías que las inspiran, consideran que el espíritu emerge de las fuerzas de la materia viviente o como un mero epifenómeno de esta materia, no son compatibles con la verdad acerca del hombre”. Por supuesto, una teoría basada en el materialismo asume, por definición, que no hay un “espíritu” activo en este mundo que sea independiente de la materia. Gould conoce esto perfectamente bien, y también sabe, así como lo sabe Richard Lewontin, que la evidencia no apoya las declaraciones sobre el poder creativo de la selección natural hechas por escritores como Richard Dawkins. Por esto la filosofía que realmente apoya la teoría debe protegerse del escrutinio crítico.
El ensayo de Gould es un papel de medias verdades dirigido a poner a dormir a las personas religiosas o atraerlas hacia un “diálogo” con términos establecidos por los materialistas. De esta manera, Gould gentilmente permite que la religión participe en discusiones sobre moral o sobre el significado de la vida, porque la ciencia no reclama autoridad sobre tales preguntas de valores y porque “la religión es demasiado importante para demasiada gente como para alguna destitución o denigración del confort que aún muchas personas buscan en la teología”. No obstante, Gould insiste que todas estas discusiones deben cederle a la ciencia el poder de determinar los hechos, y uno de los hechos es un proceso evolutivo que es tan materialista e inútil para Gould como lo es para Lewontin y Dawkins. Si la religión quiere aceptar un diálogo bajo esos términos, eso está bien para Gould, pero no permita que esos religiosos piensen que pueden hacer un juicio independiente sobre la evidencia que supuestamente apoya los “hechos”. Y si los religiosos son lo suficientemente ingenuos para aceptar el materialismo como uno de los hechos, no serán capaces de causar problemas.

Conclusión
El debate sobre la creación y la evolución no es un callejón sin salida. Los propagandistas como Gould intentan dar la impresión de que nada ha cambiado, pero los ensayos como el de Lewontin y libros como el de Behe demuestran que los pensadores honestos en ambos lados están cercanos a un acuerdo sobre la redefinición del conflicto. El literalismo bíblico no es el tema en cuestión. El tema en cuestión es si el materialismo y la racionalidad son la misma cosa. El Darwinismo se basa en un compromiso previo con el materialismo, no en una evaluación filosóficamente neutral de la evidencia. Separe la filosofía de la ciencia, y la orgullosa torre se colapsa. Cuando el público entienda esto claramente, el Darwinismo de Lewontin comenzará a salir fuera del currículo de la ciencia hacia el departamento de historia intelectual, donde puede coger polvo al lado del marxismo de Lewontin.

Phillip E. Johnson es profesor de leyes en la Universidad de California en Berkeley y es autor, más recientemente, de Defeating Darwinism by Opening Minds (InterVarsity Press).

Copyright © 1997 First Things 77 (November 1997): 22-25.
Traducción de Mercedes Cordero
© Mente Abierta 2002
¿Creer o no creer? • Creer y ciencia • ¿Creer en qué? • Creer en el S.XXI • FAQs • Foro • Links

webservant@menteabierta.org
Apartado Nº. 37013· 08080 Barcelona, España
© Menteabierta 1999-2001

La imagen destacada es del siguiente autor:

«Universum» de Heikenwaelder Hugo, Austria, Email : heikenwaelder@aon.at, www.heikenwaelder.at - Heikenwaelder Hugo, Austria, Email : heikenwaelder@aon.at, www.heikenwaelder.at. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 2.5 vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Universum.jpg#/media/File:Universum.jpg

El nombre de la rosa (1986)

Italia siglo XIII; Es una excelente película basada en el libro de Umberto Eco y que pude ser analizada desde muchos aspectos. Puede verse como principalmente filosófica centrada en la lucha entre materialismo y escolasticismo y sobre el problema del conocimiento. Las disputas en el seno de una congregación religiosa encargada de la custodia de la biblioteca mas grande del medioevo, resalta muy bien la lucha entre materialismo e idealismo donde los franciscanos se oponen al dogmatismo papal y la inquisición, empeñados en ocultar al pueblo los conocimientos de la antigüedad. También se esboza la manera radicalmente diferente como unos y otros enfocan la serie de muertes que conlleva tal lucha, dado que para el franciscano “William de Baskerville” (protagonista), estas tienen una clara razón y un actor bien material, en tanto que los otros la atribuyen a acciones predeterminadas por el maligno Lucifer. Si a esto le sumamos las referencias a la secta de los ‘Docinitas’ como defensores de acciones violentas contra los nobles y el clero, y la lucha que pacíficamente dan los mismos franciscanos para que la Iglesia renuncie a sus poderes y riqueza, dan un magnifico reflejo de la lucha entre el camino feudal y el democrático campesino y burgués que lentamente se abría camino. También se ve clarito el parasitismo de los monjes y la feroz explotación de los campesinos locales.

La actuación de S. Connery es muy buena, lo mismo que los demás personajes son bien logrados y la producción se desenvuelve con gran seriedad, ausente de sensacionalismos o diálogos cursis tan típicos del cine hecho como simple mercancía. El ambiente lúgubre del entorno y de los personajes contribuye a rodear toda la película de un misterio pegajoso y tensionante que refuerza el trasfondo del tema, un tanto desarticulado del papel que cumple el joven novicio innecesario a todas luces.

Director: Jean-Jacques Annaud

Género: Filosófico, político e histórico.

Duración: 130 minutos.

Imagen tomada de la wikipedia en inglés.