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Desenredando el materialismo científico (Mente abierta)

Phillip E. Johnson

Asumimos que la objetividad y neutralidad son características inherentes a la Ciencia. Y nos equivocamos. Un somero examen a los paladines del neodarwinismo (teoría moderna de la Evolución) nos demuestra que esto no es así.

Sagan, Lewontin, Gould y Dawkins nos demuestran a través de sus escritos que, para "entender" y "aceptar" la Teoría de la Evolución es primero necesario aceptar una filosofía puramente materialista.

En un ensayo retrospectivo sobre Carl Sagan en New York Review of Books del 9 de enero de 1997, el Profesor de genética de Harvard Richard Lewontin comenta cómo conoció por primera vez a Sagan en un debate público en Arkansas en 1964. Los dos jóvenes científicos habían sido persuadidos por sus colegas mayores de ir a Little Rock a debatir el lado afirmativo de la pregunta: “RESUELTO, que la teoría de la evolución es tan probada como el hecho de que la tierra gira alrededor del sol”. Su mayor oponente era un profesor de biología de una universidad fundamentalista, con un doctorado en Zoología de la Universidad de Texas. Lewontin no da detalles del debate, excepto para decir que “a pesar de nuestros argumentos absolutamente convincentes, el público, inexplicablemente, votó por la oposición”.
Claro, Lewontin y Sagan atribuyeron el voto al prejuicio del público en favor del creacionismo. No obstante, la resolución fue enmarcada de manera tal que el lado afirmativo debía haber perdido incluso si el jurado hubiera estado compuesto por profesores de filosofía del Ivy League. ¿Cómo se puede “probar” la teoría de la evolución concebiblemente al mismo nivel que “el hecho de que la tierra gira alrededor del sol”? El último es una característica observable de la realidad presente, mientras que el primero trata principalmente con eventos del pasado lejano que no se repiten. La comparación apropiada sería entre la teoría de la evolución y la teoría aceptada del origen del sistema solar.
Si “evolución” se refiere solamente a fenómenos que se observan actualmente como la reproducción de los animales domésticos o una variación del pico del pinzón, entonces Lewontin y Sagan habrían ganado el debate sin problema, incluso con un jurado fundamentalista. La aseveración “Criamos una gran variedad de perros”, la cual descansa en una observación directa, es más fácil de probar que la afirmación de que la tierra gira alrededor del sol, la cual requiere un razonamiento sofisticado. Ni siquiera los literalistas bíblicos más estrictos niegan la reproducción de variedades de perros, la variación del pico en el pinzón y otros ejemplos similares entre los tipos o clases de animales. Lo que produjo el escepticismo fueron las aseveraciones más controversiales de la evolución a gran escala. Puede que los científicos piensen que tienen buenas razones para creer que los organismos vivos evolucionan naturalmente de químicos no vivientes, o que los órganos complejos evolucionan por la acumulación de micromutaciones a través de selección natural, pero tener razones no es lo mismo que tener pruebas.
He visto personas anteriormente inclinadas a creer cualquier cosa que la “ciencia diga” convertirse en escépticos cuando se dan cuenta que los científicos realmente parecen pensar que las variaciones en los picos del pinzón o en las mariposas nocturnas, o la mera existencia de los fósiles, prueba todas las grandes aseveraciones de la “evolución”. Es como si los científicos, tan confiados en sus contestaciones, simplemente no entendieran la pregunta.


Sagan y Lewontin


En su último libro, Carl Sagan describe la teoría de la evolución como la doctrina en que “los seres humanos (y todas las otras especies) han evolucionado lentamente mediante procesos naturales de una sucesión de seres más antiguos sin que se necesitara ninguna intervención divina en el camino”. La alegada ausencia de intervención divina a través de la historia de la vida (el estricto materialismo de la teoría ortodoxa) es la que explica porqué mucha gente, algunos de los cuales son fundamentalistas bíblicos, piensan que la evolución darwiniana (más allá del nivel micro) es básicamente la filosofía materialista disfrazada de hecho científico. Al mismo Sagan le preocupaba los sondeos de opinión que demostraban que sólo cerca de un 10 por ciento de americanos creían en un proceso evolucionista estrictamente materialista, y, como reconoce la anécdota de Lewontin, algunos de los que dudaban tenían posiciones importantes en las ciencias. Un desacuerdo tan extendido como ése debe descansar en algo más difícil de remediar que la mera ignorancia de los hechos.
Eventualmente, Richard Lewontin (profesor de genética de Harvard) se separó de la compañía de Sagan por desacuerdos sobre cómo explicar porqué la teoría de la evolución parece ser tan obviamente cierta para los principales científicos y tan dudosa para la mayoría del público. Sagan le atribuyó la persistencia de dicha incredulidad a la ignorancia y se propuso curar el problema mediante libros populares, artículos de revista y programas de televisión promoviendo las virtudes de la ciencia general. Lewontin, un marxista cuya sofisticación filosófica excede la de Sagan por varios órdenes de magnitud, vio el asunto esencialmente como uno de compromiso intelectual básico en lugar de conocimiento de datos.
La razón para la oposición a los recuentos científicos de nuestros orígenes, según Lewontin, no es que las personas ignoren los datos, sino que no han aprendido a pensar desde el punto de partida correcto. En sus palabras: “El problema principal no es proveer al público el conocimiento de qué tan lejos estamos de la estrella más cercana y de qué están hechos los genes... En lugar de ello, el problema es lograr que la gente rechace las explicaciones irracionales y sobrenaturales del mundo, los demonios que existen sólo en su imaginación, y acepten una estructura social e intelectual, la Ciencia, como la única que puede engendrar la verdad”. Lo que el público necesita aprender es que, le guste o no, “Existimos como seres materiales en un mundo material, cuyos fenómenos son consecuencia de las relaciones materiales entre las entidades materiales”. En una palabra, el público necesita aceptar el materialismo, que significa que deben poner a Dios en el museo de la historia, donde pertenecen tales mitos.
A pesar que Lewontin quiere que el público acepte la ciencia como la única fuente de la verdad, él admite libremente que la ciencia misma no está libre de las tonterías que Sagan encontraba con frecuencia en la seudociencia. Como ejemplo, él cita tres científicos influyentes quienes son particularmente exitosos escribiendo para el público: E.O. Wilson, Richard Dawkins y Lewis Thomas, cada uno de los cuales ha puesto aseveraciones no confirmadas y declaraciones imprecisas en el mismo centro de las historias que han vendido en el mercado. La Sociobiology y On Human Nature de Wilson descansan en la superficie de un pantano tembloroso de declaraciones no sostenidas sobre la determinación genética de todo, desde el altruismo hasta la xenofobia. Las vulgarizaciones de Dawkins del Darwinismo hablan de nada en la evolución excepto de una inexorable ascendencia de genes que son selectivamente superiores, mientras que todo el cuerpo de avance técnico en genéticas evolutivas experimentales y teóricas de los últimos cincuenta años se ha movido dirigido a enfatizar las fuerzas no selectivas de la evolución. Thomas, en varios ensayos, promovió el éxito de la medicina científica moderna en eliminar la muerte como una de las enfermedades, mientras que las incuestionables recopilaciones estadísticas en mortalidad demuestran que en Europa y América del Norte las enfermedades infecciosas… habían dejado de ser las causas principales de la mortalidad durante las primeras décadas del siglo veinte.
Lewontin lamenta que incluso los científicos, frecuentemente, no pueden juzgar la veracidad de declaraciones científicas fuera de sus campos de especialidad, y tienen que dar por cierto la palabra de reconocidas autoridades en la fe. “¿Quién soy yo para creer sobre física cuántica si no Steven Weinberg, o sobre el sistema solar si no Carl Sagan? Lo que me preocupa es que puedan creer lo que Dawkins y Wilson les digan acerca de la evolución”.

Gould y Dawkins
Un principal divulgador científico que aún vive [muerto en 2002], a quien Lewontin no desacredita, es su colega de Harvard y aliado político Stephen Jay Gould. Sólo para completar la historia, sin embargo, parece que los admiradores de Dawkins tienen la misma baja opinión de Gould como Lewontin tiene de Dawkins o Wilson. Según un ensayo de 1994 del New York Review of Books por John Maynard Smith, el decano de los neo-darwinianos británicos, “los biólogos evolucionistas con los cuales he discutido su [Gould] trabajo, tienden a verlo como un hombre cuyas ideas están tan confundidas que no vale la pena molestarse en verlas, pero que no se le debe criticar públicamente porque por lo menos está de nuestro lado contra los creacionistas. Todo esto no importaría, si no fuera porque les está dando a los biólogos un gran retrato falso del estado de la teoría evolucionista”. Lewontin teme que los que no son biólogos no reconocerán que Dawkins está pregonando una ciencia falsa; Maynard Smith teme exactamente lo mismo de Gould.
Si expertos eminentes dicen que la evolución según Gould está demasiado confundida como para prestarle atención, y otros igual de eminentes dicen que la evolución según Dawkins descansa en aseveraciones que no se sostienen y declaraciones falsas, al público difícilmente puede culpársele por sospechar que la evolución a gran escala puede descansar en algo menos impresionante que un hecho sólido e irrecusable. Lewontin confirma esta sospecha explicando porqué “nosotros” (es decir, el tipo de gente que lee el New York Review) rechazamos de plano el punto de vista de aquellos que piensan que ven la mano del Creador en el mundo material:
“Tomamos el lado de la ciencia a pesar de la evidente absurdidad de algunos de sus términos, a pesar de que falló en cumplir muchas de sus promesas extravagantes de salud y vida, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica hacia historias no substanciadas, porque tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No es que los métodos y las instituciones de la ciencia de alguna manera nos obligan a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico sino que, al contrario, estamos forzados por nuestro apego previo a las causas materiales para crear un aparato de investigación y una serie de conceptos que producen explicaciones materialistas, no importa qué tan en contra vayan de la intuición, ni qué tan místicas sean para los inexpertos. Además, el materialismo es absoluto, ya que no podemos permitir un “Pie Divino en la puerta”. Lewis Beck, el eminente estudioso del filósofo alemán Emmanuel Kant, solía decir que cualquiera que creyera en Dios podía creer en cualquier cosa. Apelar a una deidad omnipotente es permitir que en cualquier momento pueden quebrantarse las regularidades de la naturaleza, que los milagros pueden suceder.”

Ciencia comprometida
Ese párrafo es la declaración más reveladora sobre lo que está en cuestionamiento en la controversia creación / evolución que yo haya leído de una figura importante de la clase científica. Explica nítidamente cómo la teoría de la evolución puede parecer tan cierta a los científicos informados y tan dudosa a los de afuera. Para los científicos materialistas el materialismo viene primero; la ciencia viene después. Podríamos llamarle más adecuadamente “materialistas utilizando la ciencia”. Y si el materialismo es correcto, entonces alguna teoría materialista de la evolución tiene que ser cierta simplemente por deducción lógica, independientemente de la evidencia. Esa teoría, necesariamente, será al menos semejante al neo-Darvinismo, en el sentido de que tendría que involucrar alguna combinación de cambios al azar y procesos similares a los legales capaces de producir organismos complicados que (en palabras de Dawkins) “dan la apariencia de haber sido diseñados por un propósito”.
El compromiso anterior explica porqué los científicos evolucionistas no se inmutan cuando se enteran que el registro fósil no provee ejemplos de transformación macroevolutiva gradual, a pesar de décadas de esfuerzo determinado por parte de paleontólogos para confirmar las presuposiciones neo-darwinianas. Es por esto también que bioquímicos cómo Stanley Miller continúan confiados aun cuando los geoquímicos les dicen que la tierra primitiva no tenía la atmósfera libre de oxígeno que era esencial para producir los químicos requeridos por la teoría del origen de la vida en una sustancia prebiótica. Ellos razonan que tenía que haber existido alguna fuente (¿cometas?) capaz de proveer las moléculas que se necesitaban, porque de lo contrario la vida no se habría desarrollado. Cuando la evidencia demostró que el período disponible en la tierra primitiva para la evolución de la vida fue extremadamente corto en comparación al tiempo anteriormente postulado para los escenarios de evolución química, Carl Sagan concluyó tranquilamente que la evolución química de la vida debe ser más fácil de lo que habíamos supuesto, ya que sucedió tan rápido en la tierra primitiva.
Es por esto también que a los neo-darwinianos como Richard Dawkins no les preocupa la Explosión Cámbrica, en la que todos los grupos de animales invertebrados aparecen repentinamente y sin un ancestro identificable. No importa lo que los registros de fósiles puedan sugerir, esos animales cámbricos tenían que desarrollarse de maneras neo-darwinianas aceptadas, o sea mediante procesos materiales que no requieran una dirección inteligente o una intervención sobrenatural. La filosofía materialista no demanda menos. Es por esto que Niles Eldredge, examinando la falta de evidencia para las transformaciones macroevolutivas en el abundante registro de fósiles de marinos invertebrados, puede observar que “la evolución siempre parece suceder en otro lugar,” y entonces se describe a sí mismo en la página siguiente como un “neo-darwiniano apriorista”. Finalmente, por eso es que los darwinianos no toman en serio a los críticos de la evolución materialista, pero en cambio especulan sobre “agendas escondidas” y recurren de inmediato a ridiculizar. En sus mentes, cuestionar el materialismo es cuestionar la realidad. Todos estos puntos específicos son ilustraciones de lo que significa decir que “nosotros” tenemos un compromiso previo con el materialismo.
El liderazgo científico no puede permitirse revelar este compromiso honestamente al público. Imagínese la oportunidad que tendría otro lado del debate si la pregunta para el público se re-fraseara cándidamente de esta manera: “RESUELTO, que todos deben adoptar un compromiso previo con el materialismo”. Todos verían lo que algunos ahora perciben vagamente: que se ha expandido una premisa metodológica útil para propósitos limitados para formar un absoluto metafísico. Claro está, las personas que definen la ciencia como la búsqueda de explicaciones materialistas encontrarán útil asumir que tales explicaciones siempre existen. Suponer que una preferencia filosófica puede validar una preciada teoría científica es definir “ciencia” como una manera de apoyar el prejuicio. Sin embargo, eso es exactamente lo que los darwinianos parecen estar haciendo cuando su evidencia es evaluada por los críticos que están dispuestos a cuestionar el materialismo.
Uno de esos críticos, que porta unas credenciales científicas impecables, es Michael Behe, quien argumenta que los sistemas moleculares complejos (tales como el flagelo bacterial y protozoario, el sistema inmune, la coagulación de la sangre y el transporte celular) son “irreduciblemente complejos”. Esto significa que los sistemas incorporan elementos que interactúan unos con otros en maneras tan complejas que es imposible describir mecanismos darwinianos detallados y probables para su evolución. No importa por ahora si usted cree que el argumento de Behe puede prevalecer sobre la oposición sostenida por los materialistas. La contienda principal no es sobre quién va a ganar, sino sobre si el debate puede incluso comenzarse. Si sabemos previamente que el materialismo es cierto, entonces la evidencia contraria debe estar propiamente bajo la alfombra, donde siempre se le ha barrido.

¿Ignorancia generalizada?
Para Lewontin, la determinada resistencia del público hacia el materialismo científico constituye “un problema profundo en el autogobierno democrático”. Citando las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, él piensa que “la verdad que nos hace libres” no es una acumulación de conocimiento, sino un entendimiento metafísico (es decir, materialismo) que nos hace libres de la creencia en entidades sobrenaturales como Dios. ¿Cómo la elite científica va a persuadir o embaucar al público a aceptar este crucial punto de partida? Lewontin busca dirección en el más prestigioso de los adversarios de la democracia, Platón. En su diálogo el Gorgias, Platón informa sobre un debate entre el racionalista Sócrates y tres sofistas o maestros de retórica. Todos los debatientes estuvieron de acuerdo en que el público es incompetente para tomar decisiones racionales sobre justicia y política pública. La pregunta que se discutía es si la decisión efectiva deberían tomarla los expertos (Sócrates) o los manipuladores de las palabras (los sofistas).
En términos familiares contemporáneos, la pregunta puede formularse en términos de si una corte debería nombrar un panel de autoridades imparciales que decida si el producto del demandado le causó cáncer al demandante, o si el jurado debería ser convencido por los abogados rivales del demandado, cada uno presentando sus propios expertos. Casi todo depende en si creemos que las autoridades son verdaderamente imparciales o si tienen sus propios intereses en el caso. Cuando la Academia Nacional de las Ciencias nombra un comité para orientar al público sobre la evolución, éste consiste en personas escogidas en parte por su perspectiva científica, lo cual quiere decir por su aceptación previa del materialismo. Los miembros de tal panel conocen muchos hechos en sus áreas específicas de investigación y tienen mucho que perder si el “hecho de la evolución” se expone como una conjetura filosófica. ¿Deberían los escépticos aceptar a tales personas como investigadores imparciales? El mismo Lewontin sabe demasiado sobre elites cognitivas como para decir algo tan ingenuo, y, por lo tanto, al final se da por vencido y concluye que “nosotros” no sabemos cómo llevar al público al punto de partida correcto.
Lewontin es brillantemente intuitivo, pero demasiado honesto como para ser tan buen manipulador como su colega de Harvard Stephen Jay Gould. Gould demuestra tanto su talento como su falta de escrúpulos en un ensayo de la edición de marzo de 1997 del Natural History, titulado “Nonoverlapping Magisteria” (“Magisterios No Sobrelapados”) y subtitulado “La ciencia y la religión no se oponen entre sí, ya que sus enseñanzas ocupan dominios claramente diferentes”. Con un subtítulo como ése, puede estar seguro que Gould quiere asegurarle al público que la evolución no lleva a ninguna conclusión alarmante. Fiel a su manera de ser, Gould insiste que los únicos que están en desacuerdo con la evolución son “los protestantes fundamentalistas que creen que cada palabra de la Biblia debe ser literalmente cierta”. Gould también insiste que la evolución (nunca define la palabra) es “tanto cierta como completamente compatible con la creencia cristiana”. Gould está familiarizado con la oposición no literalista al naturalismo evolucionista, pero niega débilmente que tal fenómeno exista. Incluso cita una carta escrita al New York Times en respuesta a un ensayo “op-ed” escrito por Michael Behe, sin revelar el contexto. Usted puede hacer cosas como esa cuando sabe que la prensa no le va a pedir cuentas.
La pieza central del ensayo de Gould es un análisis del texto completo de la declaración del Papa Juan Pablo a la Academia Pontificia de las Ciencias el 22 de octubre de 1996 justificando la evolución como “algo más que una hipótesis”. Él falla al no citar la salvedad crucial del Papa de que “las teorías de evolución, las cuales, de acuerdo con las filosofías que las inspiran, consideran que el espíritu emerge de las fuerzas de la materia viviente o como un mero epifenómeno de esta materia, no son compatibles con la verdad acerca del hombre”. Por supuesto, una teoría basada en el materialismo asume, por definición, que no hay un “espíritu” activo en este mundo que sea independiente de la materia. Gould conoce esto perfectamente bien, y también sabe, así como lo sabe Richard Lewontin, que la evidencia no apoya las declaraciones sobre el poder creativo de la selección natural hechas por escritores como Richard Dawkins. Por esto la filosofía que realmente apoya la teoría debe protegerse del escrutinio crítico.
El ensayo de Gould es un papel de medias verdades dirigido a poner a dormir a las personas religiosas o atraerlas hacia un “diálogo” con términos establecidos por los materialistas. De esta manera, Gould gentilmente permite que la religión participe en discusiones sobre moral o sobre el significado de la vida, porque la ciencia no reclama autoridad sobre tales preguntas de valores y porque “la religión es demasiado importante para demasiada gente como para alguna destitución o denigración del confort que aún muchas personas buscan en la teología”. No obstante, Gould insiste que todas estas discusiones deben cederle a la ciencia el poder de determinar los hechos, y uno de los hechos es un proceso evolutivo que es tan materialista e inútil para Gould como lo es para Lewontin y Dawkins. Si la religión quiere aceptar un diálogo bajo esos términos, eso está bien para Gould, pero no permita que esos religiosos piensen que pueden hacer un juicio independiente sobre la evidencia que supuestamente apoya los “hechos”. Y si los religiosos son lo suficientemente ingenuos para aceptar el materialismo como uno de los hechos, no serán capaces de causar problemas.

Conclusión
El debate sobre la creación y la evolución no es un callejón sin salida. Los propagandistas como Gould intentan dar la impresión de que nada ha cambiado, pero los ensayos como el de Lewontin y libros como el de Behe demuestran que los pensadores honestos en ambos lados están cercanos a un acuerdo sobre la redefinición del conflicto. El literalismo bíblico no es el tema en cuestión. El tema en cuestión es si el materialismo y la racionalidad son la misma cosa. El Darwinismo se basa en un compromiso previo con el materialismo, no en una evaluación filosóficamente neutral de la evidencia. Separe la filosofía de la ciencia, y la orgullosa torre se colapsa. Cuando el público entienda esto claramente, el Darwinismo de Lewontin comenzará a salir fuera del currículo de la ciencia hacia el departamento de historia intelectual, donde puede coger polvo al lado del marxismo de Lewontin.

Phillip E. Johnson es profesor de leyes en la Universidad de California en Berkeley y es autor, más recientemente, de Defeating Darwinism by Opening Minds (InterVarsity Press).

Copyright © 1997 First Things 77 (November 1997): 22-25.
Traducción de Mercedes Cordero
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