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Maestro del ambientalismo popular en Colombia

Ossa Patiño se caracterizó por su generosidad, su vida sencilla, solidaridad, agudeza y profundidad en sus reflexiones e indeclinable pasión por la defensa de la naturaleza y compromiso con los sectores populares.


Desde muy joven fue gran lector y escribió cuentos y poesías; ingresó a estudiar a medicina en la Universidad Tecnológica de Pereira, pero una vez que conoció el libro que le marcó su trasegar: “Carta Abierta a un Analfabeta Político” de Tulio Bayer, se dio cuenta que la medicina no tenía sentido si estaba desligada de una lucha por una sociedad más humana y equitativa.
Lideró el movimiento estudiantil haciendo resistencia a las políticas privatizadoras de la universidad pública, se destacó como orador y estudioso de los temas sociales y políticos a nivel nacional. En el paro estudiantil de 1982, las directivas de la UTP lo expulsaron junto a 18 estudiantes.


Luis Alberto fortaleció su relación con los sectores populares como los campesinos del páramo y los obreros, siguió estudiando medicina por su cuenta e incursionó en la salud ocupacional en una época en que era vista como simple medio para explotar al obrero incidiendo a transformarla en instrumento de defensa de la vida del trabajador.
Junto con trabajadores e intelectuales del país desarrolló investigaciones en salud ocupacional tales como “La Relación Salud Trabajo en la Industria Colombiana de Alimentos y Bebidas” (1996), “La Salud Ocupacional en el Trabajo Docente” (1997), “Investigación colectiva desde la pedagogía del trabajo” (1997) entre otros.

Grupos ecológicos

Desde finales de los 70 participó en la Fundación Ecológica Autónoma, creó con otros ambientalistas los Grupos Ecológicos de Risaralda (GER) e impulsó desde 1983 múltiples eventos del movimiento ambiental.

Junto a Guillermo Castaño, André Vernot, Aníbal Patiño, Gustavo Marín Villada, Néstor Javier Velásquez y Néstor Jaime Ocampo entre otros, surgió el Ambientalismo Popular, una tendencia comprometida con el pueblo, según Luis Alberto en una época de protestas populares: “los madereros del pacífico contra la concesión a Pizano, contra la concesión a Cartón Colombia en el bajo Calima, o los campesinos del Eje Cafetero peleando contra el monocultivo cafetero y contra la Federación, son los campesinos del Valle del Cauca en pelea contra la CVC y la siembra masiva de caña de azúcar, son los pescadores del río Cauca señalando como Cartón Colombia y las fábricas acaban con los ríos y ya no tienen pescado. Son los pescadores del río Magdalena, son los areneros y balastreros peleando contra el Ministerio de Minas que quiere declarar la explotación de balastro como minería… los negros que cosechan los camarones en los manglares y se enfrentan con las grandes empresas”.

Compromiso ambiental


En síntesis, Luis Alberto lideró un ambientalismo comprometido con los sectores populares, basado en la ciencia y conocimiento de nuestro entorno, contra la política de saqueo de los recursos naturales impulsado por el imperialismo y facilitada por la actitud entreguista de las clases dirigentes del país.

Con el propósito de generar un cambio de mentalidad, dedicó gran parte de su vida a la educación ambiental, fue un gran pedagogo, convertía los temas más complejos en asuntos sencillos, entendible a niños y personas de sectores populares. Se erigió en guía para maestros e intelectuales del país, basada su metodología en el materialismo dialéctico, la utilización de los entornos naturales y sociales como escenarios pedagógicos, la priorización de la práctica y de la investigación y sobre todo de aprender directamente de los trabajadores.


Concebía la educación ambiental como un acto pedagógico lleno de intencionalidad política y de búsqueda por una visión integrada del mundo. La educación debería servir para transformar las relaciones sociedad-naturaleza, ligada a la praxis transformadora desde las prácticas básicas de la ecología cotidiana hasta las grandes transformaciones políticas de la sociedad.

Premio nacional


En 1989 Junto a Néstor Javier Velásquez en representación de la Asociación de Grupos Ecológicos Estudiantiles de Risaralda, Ageer, recibió el Premio Nacional de Ecología Enrique Pérez Arbeláez (Fondo para la Protección del Medio Ambiente “José Celestino Mutis”. FEN Colombia. Financiera Energética Nacional. Bogotá 1988, por los aportes a Acción Pedagógica en Educación Ambiental).

En 1994 fue resaltada la labor colectiva de los Grupos Ecológicos de Risaralda en el campo de la participación social y ciudadana en la defensa del territorio y las comunidades más vulnerables con la Medalla al Mérito Ambiental “Estrella del Tatamá” de la Gobernación de Risaralda.


Hizo parte del grupo que diseñó los primeros senderos en el santuario de Fauna Y Flora Otún Quimbaya, para ese momento era el Cenie (Centro Nacional de Investigación Ecológica, La Suiza). Como líder de la pedagogía ambiental creó grupos de caminantes entre docentes y estudiantes con el grupo Ecolym.

Por otro mundo

Luis Alberto demostró con el ambientalismo que es posible construir otro mundo, transformando el diario vivir contra la sociedad del consumo y el desecho con la promoción de la Ecología Cotidiana y que para armonizar las relaciones sociedad naturaleza había que resolver las profundas contradicciones en el seno de la sociedad.


Por otra parte, dio ejemplo de perseverancia, en su madurez logra el reintegro a la universidad y nadando contra la corriente culmina su carrera de medicina, ejerció su profesión en medio de contratos que exacerban la explotación laboral de los médicos. Los últimos tiempos los compartió con gratitud con comunidades campesinas e indígenas de Pueblo Rico brindando atención médica, ética y humanística para sus principales problemas de salud pública impulsando el respeto y reconocimiento como pueblos edificadores de nuestra historia y cultura regional.
Los principios, valores e ideales que Luis Alberto promovió, seguirán germinando entre los indígenas, campesinos, estudiantes, docentes, ambientalistas y sectores populares que siguen luchando por defender el territorio y la construcción de una nueva sociedad.

* Autores del artículo: Elsa Nory Echeverry, José Novoa, Néstor Velásquez, Harold Giraldo y Luis López (Movimiento Ambientalista Popular).

Fuente: http://eldiario.com.co/seccion/PERSONAJE/maestro-del-ambientalismo-popular-en-colombia1901.html

Morir en los tiempos del cólera

En 1967 o 68 llegó a la casa de mis abuelos una novela con tantos personajes, todos de nombre tan raro, que para leerla era necesario ir escribiendo en un papelito cuál era el hijo de cuál, hermano de quién y marido de aquella. Además, la soberana costumbre de adjudicar el mismo nombre de los antepasados a los descendientes enredaba todavía más la vaina.

–Te la recomiendo. Es de un tipo periodista en El Espectador.

Con esas palabras mi abuelo se la pasó a su cuñada, que abrió la primera página por la tarde y cerró la última en la madrugada. Ebria, poseída, narcotizada por la historia. Tal era el efecto de Cien años de soledad sobre aquellos que se aventuraban en sus líneas: un efecto perturbador y a la vez adictivo, una sensación maravillosa y fascinante, de embrujo, pero también salvaje, violenta, que recreaba como ningún otro relato la tragedia colombiana en una impresionante metáfora. O en un vallenato largo, cómo dijo su autor. Es lo mismo.

De 1967 a hoy probablemente toda mi familia -como tantas otras- ha leído una o varias veces las obras de Gabo, en distintas generaciones, sin perder vigencia. Igual que el guerrillero derrotado en la guerra de los mil días, a todos nos infectó la admiración y la sorpresa el día que nuestro padre nos dio a conocer el hielo. Por eso esa obra nos sigue fascinando. Y cada que un feroz combate deja cómo única víctima a un caballo muerto de infarto, cada que el número de la lotería aparece escrito el día anterior en el vientre de un bagre rayado de cualquier villorrio polvoriento del Caribe, cada que en el Chocó o el Caquetá se descubre la imagen del Cristo redentor bosquejada en las líneas de la caparazón de una tortuga, nadie esconde las risas y las alusiones al Nobel: si es que Gabo no se inventó nada –dicen– en éste país la realidad supera la ficción. Gabo nos dijo que ese Nobel no era de él. Era de nosotros.

Y es verdad, García Márquez no se inventó nada. Lo “real maravilloso”, se leía ya con mayor fuerza en las narraciones de Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Miguel Ángel Asturias, gigantes precursores de la auténtica literatura latinoamericana. Incluso Héctor Rojas Erazo, un desconocido escritor paisano y coterráneo de Gabo, imaginó años antes otro pueblo enloquecido e inverosímil, otro Macondo que podría ser cualquiera de los caseríos miserables de la Costa colombiana, ayer, hoy, con toda seguridad también mañana.

El asunto, creo yo, es de invertir los términos: éste país se inventó a García Márquez. Ésta tierra desbordada lo creó, lo alimentó, lo erigió como su consciencia clarividente, una consciencia del desastre. Nuestra realidad monstruosa y deformada, desde toda lógica terrible, también era pretendiente para la belleza. Cuando Gabo comenzó a devolvernos eso en novelas y cuentos, se conjuró el hechizo.

Hoy se dirá que la obra de García Márquez es grandiosa, imperecedera, se dirá que es genial, inmortal o sublime. Puede que sea cierto, como puede que Cien años de soledad sea la mejor novela del siglo XX. Pero deberían recordar los afectos al elogio frívolo, que esa obra se cimenta en la tragedia de una nación enfrentada desde el principio consigo misma. Hoy se muere el escritor en tiempos donde el cólera y la malaria siguen matando negros pobres en Cartagena o Quibdó. Su obra es grande, precisamente porque está escrita con el dolor de los colombianos.

Gabo fue un tipo excepcional, de eso no hay duda. Leyó a los norteamericanos como ninguno lo había hecho en esta provincia perdida. Revolucionó el periodismo y sus cuentos tienen la puntería de un narrador único. No se conformó con escribir una novela impresionante, nos dejó varias. La mala hora es quizá el mejor retrato del conflicto partidista entre liberales y conservadores en los años 50. El amor en los tiempos del cólera probablemente la historia de romance mejor lograda en este país. El coronel no tiene quien le escriba refleja con dureza el olvido proverbial de los trópicos y sus gentes, la misma soledad que impregnará su obra posterior. Su ópera prima La hojarasca es una de las apuestas literarias más atrevidas y mejor logradas de la literatura colombiana. Crónica de una muerte anunciada deviene en un relato que se ha recreado tantas veces en tantas partes, que uno no sabe si la maestría está en la forma de contarlo o en la identificación del lector con los sucesos.

Cómo cineasta Gabo fue muy mediocre, aunque Tiempo de morir, un filme con guión suyo, resulta en clásico a la hora de explorar la obsesión colombiana y garciamarquiana por la violencia.

Y ahí me quedo. El García Márquez que aparecía de blanco con nuestros Presidentes genocidas, el que escribía novelas exaltando la prostitución infantil, el que hizo un libro a los delfines mimados de la aristocracia bogotana, ese era otro García Márquez, reducido a la sombra de un Nobel que no era para él, sino para nosotros.

Me resisto a entender que Gabriel García Márquez haya muerto hoy por la tarde a los 87 años. No lo creo. Con lo mamagallista y adicto a las bromas que era, esperaba que falleciera a los 100 años encerrado en un armario viejo o que se convirtiera en pescadito de oro o en nube de mariposas. El escritor que deslumbró a todas las últimas generaciones de colombianos desapareció en realidad hace décadas, cuando silenció su pluma fantasiosa. Prefiero al otro, al que se fue a recibir un premio Nobel en guayabera, ese que les dijo en la cara a los europeos que somos los herederos de su barbarie, el que se exilió en México porque de lo contrario terminaría como sus personajes, frente a un paredón de fusilamiento. En su obra habitamos nosotros, con todas nuestras taras, con todos nuestros muertos, con todo nuestro sufrimiento a cuestas.

No encuentro otro caso dónde un escritor y el alma adolorida de una nación sean la misma cosa. No se asombren si mañana, Colombia sigue enloquecida de eternos guerrilleros derrotados muriéndose de viejos, de amantes que se quieren a machetazos, de pueblos donde las matronas adivinan el futuro y los hombres descubren la gloria de una parranda infinita entre el desangre. ¿Habrá para nosotros una segunda oportunidad sobre la tierra?

@camilagroso