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Muere Stephen Jay Gould, innovador del evolucionismo

ASTURIAS, 22/05/2002

SOCIEDAD

Autor de una veintena de libros, muchos de ellos dedicados a la paleontología, fue uno de los grandes divulgadores de la ciencia

Oviedo, A. M. F.

Stephen Jay Gould, paleontólogo que rompió con la línea clásica del evolucionismo y uno de los mayores divulgadores científicos de las últimas décadas, murió el lunes pasado en su casa de Nueva York. Profesor de Harvard, hombre de ciencia de gran popularidad, tenía 60 años y en los últimos veinte luchaba contra un cáncer raro e incurable, al que desafió con su proclividad a detectar las fisuras del conocimiento establecido.

Jay Gould rompió en los años setenta, junto con Niles Eldrege, con la idea de la evolución lenta y continua acuñada por Darwin. En su lugar sostuvo que los cambios no eran lineales, a menudo se producían en varias especies a la vez y muchos estaban precedidos de grandes catástrofes. Esta visión, conocida como «equilibrio puntuado», llevaba también aparejada la noción de que no todos lo cambios morfológicos que se registran en la evolución tienen un cometido funcional claro. «En la evolución no existe el progreso», afirmaba, e insistía en la importancia de las pruebas materiales del cambio: los fósiles. «El registro geológico constituye de hecho una crítica del carácter uniformista del pensamiento de Darwin», afirmaba. Y añadía que «Darwin creía que las grandes extinciones eran una deducción errónea debida al carácter incompleto del registro fósil. Ahora sabemos que son bien reales. La historia de la vida estuvo jalonada por varias extinciones brutales».

Cuando en 1982 se le descubrió el cáncer, el tiempo medio de vida de los afectados por su mal era de ocho meses. Su muerte llegó a anunciarse en una reunión de colegas y contaba que estuvo a punto de tener el privilegio de leer su propia necrológica. Sin embargo, superó los malos presagios y dispuso de una amplia prórroga vital que aprovechó para convertirse en uno de los grandes divulgadores de la ciencia.

Autor de una veintena de libros sobre paleontología, en sus escritos mezcla una erudición inusual entre las gentes de su gremio, un humor que alivia la aridez de ciertas materias y un rigor que le da fiabilidad ante los lectores sin menguar la estima intelectual de sus iguales. Como divulgador su criterio es claro: «Eliminar la jerga pero no sacrificar las ideas. Cualquier complejidad intelectual puede ser transmitida en el lenguaje corriente». Entre sus libros destacan «El pulgar del panda», «La vida maravillosa» o «La sonrisa del flamenco».

Alardeaba de una temprana vocación científica. Fascinado desde niño por los fósiles, quiso ser paleontólogo desde que con 5 años contempló el Tyrannosaurus del Museo de Historia Natural de Nueva York. Su compromiso con la ciencia iba más allá de la tarea divulgadora y fue uno de los más firmes combatientes del creacionismo que enseñorea los planes de estudios en algunos estados americanos, una batalla que libró incluso ante los tribunales.

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El alma es el cerebro

El científico colombiano Rodolfo Llinás, uno de los mayores conocedores del cerebro humano, revela su punto de vista sobre el actual debate entre el creacionismo y el evolucionismo.

REVISTA CAMBIO, SEMANA DEL 27 DE AGOSTO AL 1 DE SEPTIEMBRE.

CAMBIO: El debate ha vuelto a estar de moda en el ámbito escolar de Estados Unidos: evolucionistas contra creacionistas; ciencia contra religión. ¿Hay que erradicar alguna de las dos?

RODOLFO LLINÁS: Hay que erradicar el creacionismo. Eso impide a la gente pensar claramente. También hay un término medio de moda, el diseño inteligente, que dice que la evolución existe pero está prediseñada, que la vida es tan especial que tuvo que ser generada de un modo dirigido. El problema es que esa manera de pensar niega muchas cosas que se saben del sistema evolutivo: que ciertas mutaciones en el ADN producen seres que no van a subsistir, y que solo sobreviven las soluciones buenas. El creacionismo evolutivo suprime la selección natural. Y no, uno sabe que esto no está diseñado.

¿Qué disparó la evolución del cerebro humano?

Lo más probable es que haya sido la postura. El simio humano aprendió a caminar en dos piernas y esa postura equilibrada le permitió tener un cerebro más grande. La postura también ensanchó la pelvis, lo que igualmente hizo posible que nacieran animales con el cerebro más grande: el número de células de un cerebro está limitado por el canal por el que nace. La destreza de las piernas de adelante, que llamamos brazos, también nos dio una ventaja increíble, así como el cambio de la estructura de la laringe: podemos producir fonación y por tanto, lenguaje hablado. Y de ahí al lenguaje escrito hay un paso muy pequeño.

Otro debate de moda: el determinismo, saber hasta qué punto nuestro comportamiento está programado en nuestros genes. ¿La educación que recibimos moldea nuestros cerebros, o lo que seremos ya está escrito?

El cerebro es enormemente plástico, pero limitado. Su situación inicial da ventajas o desventajas. Definitivamente, nacemos con muchas capacidades, son heredadas. Pero no solo hay causas genéticas, sino también epigenéticas.

¿Es decir?

Tenemos el embrión, pero está sometido a continuos movimientos, rayos gama, comida, pequeñas modificaciones que generan cambios enormes. La información primaria está ahí, pero son tantas las cosas que pasan con ella que ni siquiera los gemelos idénticos terminan siendo idénticos. Los padres podrían darles una crianza igual, pero tal vez no resulte tan formativa como pudo haber sido el hecho de cuál era el que estaba arriba y cuál estaba abajo en el útero. En ese caso, el determinismo genético no se puede demostrar.

¿Lo que llamamos alma está en el cerebro?

No está; es.

¿Y cómo le explica eso a una sociedad creyente?

No se le puede explicar. Es como cuando una persona dice: "Vi un fantasma". Y usted le responde que claro, que las alucinaciones visuales existen, pero están dentro de su cabeza. Y él insiste: "Yo lo vi afuera". ¿Cómo decirle que no? No hay nada que hacer.

¿Alguna vez ha sospechado la existencia de un más allá?

Ya de niño no me sonaban esas cosas. No entendía la religión y tenía unas peleas tan fuertes con un cura, que escandalizaban a la gente del bus. Yo preguntaba: ¿Por qué Dios es tan desgraciado que deja que nazca gente a sabiendas de que se irá al infierno? ¿Si Dios sabe todo lo que yo necesito, por qué me pide que le rece? ¿No debería decirme: "Yo sé lo que necesita, no moleste más"? ¿O por qué me obliga a decirle todos los días que él es el mejor, el más bonito, y si no lo hago se calienta? Dios es muy humano, vengativo, nuestra imagen y semejanza. No comprendí nada de religión y no  me explico cómo la gente entiende esas vainas.

¿Y se ha preguntado por la telepatía?

La historia de la sociedad está basada en el hecho de que la mente no se puede leer. Si pudiera hacerse, no habría telefonía, negocios ni asesinatos. La telepatía haría imposible el contrato social. ¡Pero cómo puede haber gente tan estúpida que no comprende eso!

¿Cuál es su obsesión científica en este momento?

Las bases físicas de la subjetividad. Yo sé cuáles son las bases físicas de muchos aspectos biológicos, pero no sé cuál es el efector físico que produce sentimientos. Tienen que ser unas células, pero ¿qué particularmente? ¿Filamentos? ¿Microtubos? ¿Mecánica cuántica? Conocemos perfectamente cómo se genera la fuerza de los músculos, pero ¿cómo se generan el verde, el deseo o el amor? Quiero saber cuáles son los procesos neurológicos de esos sentimientos, que pertenecen a la misma categoría.

Con tan estrecho margen para la magia, ¿usted puede, por ejemplo, enamorarse?

Cuando termine esto podremos decir que el amor consiste en ciertos niveles de calcio intracelular en estas dendritas. Y la respuesta es sí, con más cariño se enamora uno, porque ahora entiende profundamente esas cosas que lo hacen gritar "¡me enamoré, ala!", como si le pegaran una infección. Así se le añade a la estructura emotiva la estructura intelectual, y el amor se hace mucho más profundo y más real.

¿QUIÉN ES?

Nacimiento. Bogotá, 1934.

Estado civil. Casado, dos hijos.

Estudios. Medicina en la Universidad Javeriana, doctorado en Neurociencias en la Universidad Nacional de Australia.

Cargos. Profesor de la cátedra Thomas and Suzanne Murphy en el Centro Médico de la Universidad de Nueva York y director del departamento de Fisiología y Neurociencias de Escuela de Medicina de la misma institución. Dirigió el programa Neurolab, de la NASA. En el ámbito científico internacional, es considerado uno de los mayores conocedores del cerebro humano.

Libros. El cerebro y el mito del yo (Norma, 2003).