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La célebre parodia de la cháchara posmodernista que apareció publicada —sin que los editores se dieran cuenta de su carácter fraudulento— en la revista Social Text es el ejemplo más famoso de lo que se ha dado en llamar las guerras de la ciencia. Esta polémica ha tenido relativamente poca repercusión en España, pero ha sido, y es, un tema recurrente en los círculos académicos de Estados Unidos. De hecho, cuando Sokal escribió su artículo, el libro Higher superstition ya había sido publicado. Fue precisamente su lectura lo que impulsó a un incrédulo Sokal a investigar un poco más el verdadero alcance de los ataques a la ciencia por parte de los posmodernistas y deconstructivistas.
Higher superstition es un detallado estudio de las posiciones ideológicas de un grupo vagamente definido como izquierda académica. Los autores, Paul R. Gross y Norman Levitt, se toman muchas molestias para acotar el ámbito de sus ataques, sin lograrlo por completo. El término izquierda académica es poco satisfactorio, aunque está lo suficientemente explicado como para evitar malentendidos al lector atento. La idea central del libro es sencilla: si se quiere criticar el funcionamiento de la ciencia, se es muy libre de hacerlo, siempre que se demuestre que se comprende lo que se pretende criticar. A lo largo de las trescientas y pico páginas, los autores demuestran, sistemática y despiadadamente, que esto no ocurre en el discurso de los más furibundos posmodernistas.
El libro está dividido en cuatro secciones principales. La primera de ellas pasa revista al desconocimiento que la mayoría de los posmodernistas muestra cuando intenta usar terminología propia de ciencias como la física o las matemáticas para apoyar sus propias teorías. En este sentido, Sokal utilizó el mismo recurso en su libro Imposturas intelectuales, citando párrafos de famosos autores posmodernistas y explicando a continuación detalladamente por qué carecen de sentido. Gross y Levitt hacen lo mismo, aunque en términos algo más farragosos. Eso no quita, sin embargo, que sus explicaciones sean claras y contundentes: los párrafos que citan, desde luego, no tienen sentido alguno —aquí ya aparecen nombres que luego el libro de Sokal haría más populares, como Derrida y Lacan—.
En una segunda parte, se analizan las posiciones de muchas feministas atraídas hacia el discurso posmoderno, y los sinsentidos que esta mezcla provoca cuando sus defensoras intentan usarla como arma contra la ciencia. Es aquí donde los autores se dejan llevar más por la ironía, y queda bastante claro que es esta sección del libro una de las que les provoca más incomodidad. Sin embargo, juegan sobre seguro, acudiendo a las posiciones más extremistas que acusan a la ciencia de machista. Aunque a estas alturas ya se empiezan a repetir, diseccionan despiadadamente los no-conceptos de las feministas que claman contra los Principia mathematica de Newton.
Los posmodernos-ecologistas y el rechazo a la ciencia en favor de extrañas ideas de ecotopías mágicas protagonizan la tercera parte, y la cuarta aborda el enfoque posmoderno de asuntos polémicos como el sida y el afrocentrismo. A pesar de que los temas tratados son muy distintos, los autores los despachan con la misma eficiencia —y también con similares argumentos— que las secciones anteriores. Gross y Levitt Mantienen un escrupuloso respeto y un cuidado exquisito en separar lo que ellos consideran izquierda académica de posiciones más moderadas en las que las ideas feministas, deconstructivistas y ecologistas son válidas y aportan algo interesante al discurso científico.
La quinta y última es una reflexión sobre el daño que, a juicio de los autores, la moda del posmodernismo está haciendo en el mundo académico, especialmente en las disciplinas de Humanidades, junto con una llamada de atención a los científicos para que no guarden silencio ante los sinsentidos de la izquierda académica. En esta parte de Higher superstition, se trasluce una cierta antipatía por las disciplinas humanísticas en general, no sólo por sus corrientes más extremas. Algunas de las afirmaciones del texto resultan francamente poco acordes con el resto del libro, que es muy respetuoso. Por ejemplo, los autores afirman, con notable autocomplaciencia, que cualquier científico podría con poco esfuerzo adquirir el mismo nivel de conocimiento y capacidades que un profesor universitario de cualquier disciplina de humanidades, mientras que a la viceversa sería poco menos que imposible.
Uno de los puntos en contra de este libro es el lenguaje, excesivamente académico y elitista, y en muchos casos pedante. Uno no sabe si dejarse llevar por una leve antipatía hacia los autores, que a veces parecen excesivamente paternalistas y despreciativos en exceso de las materias humanísticas. Por otra parte, es innegable que está escrito con gran elegancia y precisión, y que muchas veces se puede confundir con paternalismo lo que es una carga enorme de ironía —muy sutil, eso sí—. Más de una vez me he encontrado sonriendo ante algunos de los retruécanos, especialmente abundantes en la sección dedicada al feminismo. Por otra parte, ninguna de las pullas desciende en ningún momento al ataque ad hominem; se mantiene en todo momento la más estricta cortesía.
¿Tiene éxito el libro al denunciar las posiciones absurdas e irracionales de un sector muy amplio de la izquierda académica? En mi opinión, sí ¿Es ésta una obra de cabecera para todo aquél interesado en las guerras de la ciencia? Quizá no. Su interés resulta indudable, pero hay varios puntos en su contra. El más importante es, probablemente, que no tiene traducción al español, al menos por el momento. Por otro lado, el estilo es demasiado árido y enrevesado para mantener el interés de aquéllos cuyos intereses no estén muy centrados en los temas que se abordan. Lo que Sokal consiguió centrándose en el absurdo de las proposiciones posmodernistas, Gross y Levitt lo han diluido en demasía, mezclándolo con un exceso de ensayo ideológico que a cualquier no estadounidense le resultará sólo vagamente familiar.
Higher superstition es un libro erudito, brillante y minucioso, muy útil para hacerse una idea de las ten-
dencias posmodernistas en el mundo académico estadounidense; pero también demasiado restringido y de lectura difícil. Es muy recomendable para todo el que esté interesado en la evolución de las guerras de la ciencia, especialmente si quiere profundizar en el lado estadounidense de la cuestión, y no tan recomendable para quien no tenga mucho tiempo ni se sienta especialmente fascinado por el fenómeno del posmodernismo y sus extraños conceptos de la ciencia.
Gross, Paul R.; y Levitt, Norman [1994]: Higher superstition: the academic left and its quarrels with science. Johns Hopkins University Press.
ADELA TORRES
Hernán Toro, miembro del grupo Escépticos Colombia, escribió: "quien cae de cabeza sobre el concreto desde cien metros de altura muere irremisiblemente. Invito a cualquier relativista epistemológico a que trate él mismo de refutar esta afirmación. Hechos universales como éste se llaman "objetivos".
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"El conocimiento racional objetivo como algo que se impone de manera incontestable fuera de mí no existe."
"El cristianismo a través de toda su larga historia y hoy por hoy, pone hechos incontestables."
"Los hechos se imponen por sí mismos señor Rodas." 1
En las últimas décadas se ha puesto de moda una corriente filosófica llamada "postmodernismo" sus proponentes defienden un relativismo cognitivo extremo, que se enmarca en afirmaciones como las siguientes:
"No existen hechos objetivos sino interpretaciones 'intersubjetivas' de la realidad."
"Los conceptos científicos son influidos profundamente por la subjetividad de los científicos."
"La ciencia no es más que un mito moderno tan válido como la mitología de cualquier tribu."
"Las leyes físicas no son más que un constructo social, como las leyes del Béisbol."
“La ciencia es sólo un constructo social enmarcado en la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermass."
"La ciencia es sólo un cambio errático de paradigmas, al vaivén de las opiniones de los científicos, como señaló Thomas Kuhn."
Tanto se repiten estas ideas en círculos humanistas poco rigurosos, que muchos intelectuales tragan carnada, hilo y plomada. Así, el presbítero Carlos Novoa, atacando un artículo sobre los valores del Humanismo Secular, propone:
"El conocimiento racional objetivo como algo que se impone de manera incontestable fuera de mí no existe, ya que las ciencias y todo saber, son una construcción creativa del sujeto personal y social en relación con sus congéneres y con su entorno. En toda comprensión humana hacen presencia los intereses del sujeto cognoscente, luego la ciencia es tremendamente relativa (...) a estos intereses subjetivos y a su necesaria contingencia, ya que todo lo humano es limitado y falible (...) Los paradigmas de hace 100 o 50 años de estos saberes hoy se hallan superados, y los actuales seguramente serán revaluados en el futuro (...). De acá el carácter bastante inestable y gelatinoso de lo científico racional (...). Por todo esto no se puede hablar de una ética o ciencia objetivas, de facto, solo nos queda reconocer que estamos en manos de los vaivenes de la investigación, los consensos evolutivos de la comunidad científica y los consensos éticos mínimos nacionales y mundiales, de los cuales debemos ser sujetos todas las mujeres y hombres de la tierra." 2
¿Es cierto? ¿No hay hechos racionales objetivos? ¿El conocimiento científico sólo es un "constructo social" sin relación con el mundo exterior? Para responder, hay que partir de algunas premisas comunes basadas en la regularidad de las percepciones.
Aunque no se puede demostrar, es confiable suponer que existe un mundo exterior a nosotros con personas que moran en él. Quienes lo niegan y creen que su experiencia de los otros es sólo una creación de su imaginación se llaman "solipsistas" y generalmente se encuentran en los hospitales psiquiátricos.
Los sanos mentales aceptamos que hay una realidad externa poblada por nuestros semejantes que nos genera experiencias sensoriales subjetivas que nos permiten conocerla. Este axioma tampoco se puede demostrar lógicamente: es un principio razonable basado en la regularidad de nuestras percepciones que ninguna persona sana niega. La navaja de Occam nos permite aceptar esta postura.
Al aceptar que nuestros sentidos brindan información válida de la realidad y de las experiencias de nuestros congéneres, encontramos experiencias universales. Por ejemplo, quien cae de cabeza sobre el concreto desde cien metros de altura muere irremisiblemente. Invito a cualquier relativista epistemológico a que trate él mismo de refutar esta afirmación. Hechos universales como éste se llaman "objetivos". Los postmodernos los llaman "intersubjetivos" por cierto prurito contra la "objetividad"; como les encanta el "todo vale" se rehúsan a usar este término pero la realidad es tozuda: aunque no lo quieran, hay hechos externos irrefutables.
La negación esnobista del conocimiento objetivo es tan insostenible en la práctica que sus proponentes se contradicen a cada instante: basta ver las citas que abren este artículo. Son del mismo autor en el mismo escrito. Inicialmente niega el "conocimiento objetivo como algo que se imponga incontestablemente" desde el exterior, pero líneas después lo traiciona su inconsciente y pontifica "hechos incontestables" que "se imponen por sí mismos". Él mismo es la muestra de que negar la objetividad es psicológicamente insostenible. Richard Dawkins lo expuso de forma diáfana: "Muéstrenme un relativista cultural a 9.000 metros de altura y yo les mostraré a un hipócrita".
Sólo un sofista cínico sería capaz de negar el hecho objetivo de que millones de personas en el mundo aguantan hambre, o que decenas de miles de colombianos han muerto por nuestro conflicto armado, o que Álvaro Uribe respaldó una guerra de agresión estadounidense que ha matado más de 50.000 civiles iraquíes. Como dice Novoa, "Los hechos se imponen por sí mismos". Sería inhumano negar la realidad objetiva del hambre y la violencia en el mundo.
Negar la objetividad científica se basa en tres errores: Primero, la caricaturización de lo gradual de la certeza científica. Segundo: incomprensión de su naturaleza autocorrectora. Tercero: ignorancia de la dirección de los cambios de paradigma. Esto se explica a continuación.
En primer lugar, la certeza de una proposición científica es un valor continuo que, en la práctica, va desde la certeza absoluta hasta una duda absoluta. Algunas ideas están tan bien establecidas que dudar de ellas sería delirio. Así, ningún descubrimiento futuro cambiará el hecho de que "la tierra no es plana". Otras ideas son más dudosas. Hay muy buenos hallazgos para respaldar que "Homo sapiens evolucionó de Australopithecus afarensis" pero nueva evidencia podría catalogar a ésta última como una línea colateral. Otras ideas están abiertas: aunque es concebible la vida en otros planetas, no hay evidencias suficientes para confirmar que "hay civilizaciones extraterrestres en la vía láctea"; tal vez en un futuro cercano se pueda dilucidar. Que la ciencia sea provisional en sus modelos teóricos no impide que incluya verdades objetivas como las señaladas previamente. Que nuevos datos descarten algunas afirmaciones no implica que todo lo que sabemos vaya a ser refutado. Hay hechos objetivos que no cambiarán.
El segundo error consiste en creer que, como las comunidades científicas son afectadas por factores subjetivos o sociales, entonces sus resultados también lo son. Esto es un craso error: la subjetividad humana y la influencia cultural sobre un científico influyen en la dirección en la que se investiga, pero no en el resultado de los experimentos. Si un país decide invertir en industria espacial y otro en energías limpias, los resultados obtenidos por ambos serían contrastables en cualquier otro país que repitiera los experimentos. Incluso factores personales como el aprecio de un científico por su teoría hasta el punto de falsificar evidencia, no hace que todos los científicos del mundo hagan lo mismo. Así, el fraude de "El Hombre de Piltdown" perpetrado en parte posiblemente por Teilhard de Chardin (5) fue corregido por científicos evolutivos. Ninguna motivación personal o influencia social cambiará el hecho de que la tierra no es plana.
El tercer error es típico de quien no está en la actividad científica. Los cambios de teorías de una rama de la ciencia no son consensos subjetivos o "intersubjetivos" que se muevan al vaivén del capricho de los investigadores como plumas al viento. Un cambio de paradigma no refuta completamente a la teoría anterior sino lo contrario: el nuevo paradigma tiene que incluir como caso particular a la teoría previa. Así, la Teoría General de la Relatividad de Einstein explica con más precisión todos los fenómenos de la Teoría de la Gravitación Universal de Newton y ésta se deduce de la primera si se hace que la relación entre la velocidad de los móviles y la de la luz tienda a cero. La Síntesis Evolutiva Moderna de Morgan, Fisher, Dobzhansky y otros incluye como casos particulares a la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin y a la Teoría Genética de Mendel. La Moderna Teoría de la Tectónica de Placas incluye como caso particular la Deriva Continental de Wegener.
Cada nuevo paradigma no es una refutación del anterior sino una generalización, un refinamiento, una profundización. Es un despropósito tildar a la ciencia de "inestable y gelatinosa" por ignorar que la imprecisión de los modelos científicos se aproxima asintóticamente a cero a medida que se cambian paradigmas. De hecho, los paradigmas previos son tan válidos que se usan en la cotidianidad: ningún arquitecto usa la mecánica cuántica para planear la construcción de un edificio. Las trayectorias de las sondas espaciales no se calculan con la Relatividad General de Einstein, sino con la Gravitación Universal de Newton. Actualmente se pueden ver fotos de los anillos de Saturno (6), de los desiertos Marcianos (7), y de los lagos de metano líquido en Titán (8), gracias a la "superada" teoría de Newton.
No importan los malabares filosóficos para desviar la vista; no importan cuántas palabras se inventen los sofistas posmodernos para ignorarla; la realidad obstinada con sus hechos objetivos "incontestables" seguirán existiendo y acuciándonos, querámoslo o no. Negar esto implica negar la objetividad del sufrimiento humano: dudosa guía espiritual puede ofrecer quien niegue la realidad objetiva de hambrunas, masacres, genocidios, guerras de exterminio y demás injusticias que nos agobian como especie.
Imagen: Escépticos Colombia (http://www.escepticoscolombia.org/)
Notas:
(1) Novoa, Carlos. SJ. "Respuesta al artículo 'La Moral del Humanismo Secular' ", párrafo5.
(2) Ibid, párrafo16.
(3) Ibid, último párrafo.
(4) Ibid, texto disperso en el artículo.
(5) Stephen J. Gould, en "El Pulgar del Panda" defiende la tesis de que Teilhard de Chardin estuvo implicado en la autoría intelectual del fraude de Piltdown.
(6) Se pueden ver espectaculares imágenes de Saturno en la página de Ciclops, de la NASA.
(7) Las fotos de los panoramas marcianos vistos por los exploradores robóticos "Spirit" y "Opportunity", se encuentran en esta página del Laboratorio de Propulsión a Chorro en la NASA.
(8) Ver esta nota de prensa en la página de la Sonda Cassini, de la NASA.
Hernán Toro es ingeniero electrónico, especialista en didáctica de la ciencia, docente universitario en el área de matemáticas para ingeniería. Es fundador y miembro del comité editorial de Escépticos Colombia.
1 Novoa, Carlos. SJ. "Respuesta al artículo 'La Moral del Humanismo Secular' ", párrafo 5, 16 y último párrafo.
2 Ibid.
22/03/07| Por: el confesor
Con la nueva producción de la serie Cosmos, conducida por el astrofísico Neil deGrasse Tyson, la cual sigue la línea estructural y temática de la primera producción realizada a finales de la década de los 70, presentada y dirigida por el también astrofísico Carl Sagan, la disputa entre ciencia y religión, dos formas de explicación del universo y la vida, una basada en la razón y la otra en la creencia, han cobrado fuerza y vigencia.
A pesar de los ya famosos intentos de establecer un acercamiento o complementariedad entre estas dos formas de aproximación a la realidad, por ejemplo el famoso debate del 2004 entre el filósofo Jürgen Habermas y el entonces cardenal Joseph Ratiznger, resulta evidente para muchos que ciencia y religión no solo son disímiles sino que además son inconciliables, pues mientras la primera parte y se nutre del cuestionamiento, la segunda nace y se fortalece con la fe; mientras una no establece límites y avanza gracias a la crítica bajo la cual somete todos sus juicios, la otra se repliega y no admite poner en duda ninguno de sus dogmas; mientras una está en permanente búsqueda y construcción, la otra ofrece una verdad inmutable y final… En fin, las diferencias, abismales e insalvables entre una y otra, son bastante numerosas y sustanciales, pero todas ellas son más o menos derivación lógica de un hecho general: la ciencia alienta el uso de la razón, la religión la inhibe.
Hoy, como ayer, Cosmos ha puesto el dedo en la llaga al iniciar la serie defendiendo con contundencia la teoría de la evolución como una explicación científica y suficientemente probada del origen del ser humano, pero esta vez la serie ha dado un paso adelante al atreverse a denunciar la patraña de quienes pretenden dotar de cientifismo a la teoría creacionista camuflándola bajo el nombre de “Diseño Inteligente”, poniendo de este modo a la teoría creacionista en el lugar que le corresponde, el de los mitos y leyendas.
Ahora bien, puede entenderse que en la infancia de la humanidad todo fenómeno recién percibido y vivido por el ser humano resultase inexplicable; que ante la majestuosa belleza de la naturaleza y su impredecible manifestación, se inventase un ser omnipotente responsable de todo y, por ello mismo, capaz de intervenir continuamente en él, pero que esa simple, endeble y provisional solución a las incógnitas y misterios de la vida, siga siendo considerada válida en un mundo en el que la ciencia ha logrado ofrecer explicación lógica y racional a muchos de tales fenómenos, exige explicación.
Explicaciones para entender este fenómeno hay muchas, algunas elaboradas por prestigiosos científicos y filósofos, algunas provenientes de la sociología, la sicología, las neurociencias y hasta del determinismo biológico más radical, pero aunque algunas de éstas puedan resultar poco convincentes, incompletas o refutables, no puede negarse que hay factores históricos, reales y concretos que no pueden descartarse a la hora de entender por qué se sigue creyendo en un dios en la era de mayor desarrollo de la ciencia.
Desde los inicios de la división de la sociedad en amos y esclavos, la religión se ha utilizado como una forma más de sometimiento y sujeción. Las instituciones religiosas se han constituido en potentes armas ideológicas al servicio de los más poderosos y ellas, en sí mismas, han detentado el poder no sólo ideológico sino social y económico en largos y nefastos períodos de la historia.
A través del miedo y del terror, de un lado, y de la espada y todas las formas inimaginables de tortura, de otro, la religión ha logrado no solo imponer la creencia en un ser divino sino, lo que es peor, castrar toda forma de pensamiento crítico y reflexivo, tarea persistente en la que las demás instituciones sociales han participado en su propósito de servir a quienes detentan el poder, que son quienes realmente reciben los réditos de la ignorancia y la estulticia humanas.
Cosmos, en su defensa férrea y sin titubeos del pensamiento científico como forma válida de conocimiento, se constituye así en un ataque a la estructura de poder que sustenta el ideario falaz de la religión, de ahí la fuerza de las voces que se levantan en contra de la serie.
La ciencia, en su búsqueda de la verdad, en su camino irreversible hacia el desentrañamiento del Cosmos, necesariamente se convierte en un arma de lucha en contra de la opresión, es ese su poder, es ese su peligro.
Los curanderos emplean la mecánica cuántica para hacerse pasar por ilustrados
Por Steven Novella — The Skeptics' Guide to the Universe (theskepticsguide.org); snovella@theness.com. —– 11 de mayo 2006
Hace aproximadamente 100 años, la radioactividad era algo Nuevo y fantástico, y como pasa con todos los descubrimientos novedosos, los charlatanes estuvieron allí. Durante los 50 años siguientes, hasta que la FDA lo prohibió, los tónicos radioactivos se hicieron populares; los musculados pregonaban y ensalzaban los efectos energizantes de estas pociones (mientras que en realidad se iban matando poquito a poco con radiación venenosa). Después de Hiroshima, los verdaderos efectos de la radiación se hicieron demasiado familiares para el público. De modo que la radiación fue arrinconada y los vendedores ambulantes buscaron otros misterios científicos que usar en sus brebajes.
Hoy en día, el campeón sin competencia de la infra-ciencia es la mecánica cuántica, la rama de la física que estudia la energía y la materia a niveles atómicos y subatómicos y reconoce que estos existen fundamentalmente en paquetes discretos, o cuantos. Algunos gurús como Deepak Chopra, autor de Sanación Cuántica, usan la palabra “quantum” para dar a su filosofía una apariencia científica. Fritjof Capra, en su libro El Tao de la Física, compara la teoría cuántica con las filosofías orientales y con la idea de que todas las cosas están interconectadas místicamente. Cuando se intenta convencer a los investigadores en astrología, mediums y percepción extrasensorial acerca de la aparente imposibilidad de sus afirmaciones, la forma más sofisticada que tendrán de defenderse será, casi con toda certeza, la de farfullar algo relacionado con la mecánica cuántica.
Sin lugar a duda, el más descarado abuso de la teoría cuántica para dar soporte al disparate es la película What the Bleep Do We Know! , producida por los seguidores de JZ Knight, la mujer californiana que ha timado a millones de personas “canalizando” al supuesto espíritu de 35.000 años de un Neandertal llamado Ramtha. En esta película Amanda, que es interpretado por Marlee Matlin, “se encuentra a si misma en una fantástica experiencia similar a Alicia en el País de las Maravillas” donde revela el incierto mundo del campo cuántico que hay escondido bajo lo que nosotros consideramos nuestra realidad normal y consciente.
No hay duda de que la mecánica cuántica es extremadamente rara; incluso es bien conocido los problemas que Einstein tuvo antes de aceptar sus implicaciones, pero después de casi un siglo de experimentación, no existe evidencia alguna de que la teoría cuántica pueda ser empleada para justificar violaciones aparentes en el resto de los libros de texto sobre física.
Un error de concepto común en el que se incurre es el de que la teoría cuántica demuestra que el observador, en cierto sentido, crea o al menos determina la realidad. Esto se basa en las observaciones que sostienen que las partículas fundamentales, como los electrones y fotones, existen como probabilidad de onda hasta que un experimentador intenta medir su posibilidad, momento en el cual la probabilidad de onda colapsa en una partícula discreta (y de ahí la llamada dualidad onda/partícula de la materia). Sin embargo, no es la mente del observador la que causa ese colapso, tal y como algunos espiritualistas han querido hacer creer. Simplemente sucede que no se puede medir nada relacionado con una partícula a no ser que se interactúe con ella de algún modo. El estado de onda cuántica de la materia es muy frágil, y colapsa en cuanto interactúa con su entorno, algo que sucede por ejemplo cuando un fotón interactúa con la película que se emplea para registrar su posición. El observador es secundario.
Otro error común es la noción de no-localidad, o entrelazamiento cuántico. Algunos experimentos han demostrado una fantasmagórica cualidad de las partículas cuánticas: las así llamadas partículas entrelazadas pueden afectarse la una a la otra instantáneamente a cualquier distancia, incluso aunque se encuentren separadas a años luz. Crea dos partículas entrelazadas con spins opuestos, cambia el spin de una de ellas y el de la otra también cambiará, no importa lo lejos que estén. Sin embargo, hasta el momento parece imposible emplear esta extraña propiedad para transferir información violando de este modo la limitación de la velocidad de la luz. Además, este entrelazamiento se rompe rápidamente en cuanto una de las dos partículas interactúa con otras (un efecto llamado decoherencia).
(Si tienes problemas para seguir este texto, entonces ya tienes alguna idea de por que resulta tan fácil explotar la teoría cuántica para engatusar y confundir).
De modo que los efectos cuánticos parecen ser muy frágiles y solo están presentes bajo condiciones experimentales construidas muy cuidadosamente. No están presentes en el mundo macroscópico, el mundo de los objetos físicos y las criaturas vivientes. No pueden emplearse para explicar la percepción extrasensorial o el modo en que los mundos distantes afectan a la personalidad de alguien, pero logran que los mercaderes de disparates parezcan un poquito más inteligentes, al menos hasta que cambien a la siguiente teoría científica difícil de entender.
Por Carl Sagan
¿Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo encontramos a diario. Cuando compramos un coche usado, si tenemos el mínimo de sensatez, emplearemos algunas habilidades escépticas residuales (las que nos haya dejado nuestra educación). Podrías decir: "Este tipo es de apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca." O podrías decir: "Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños engaños relacionados con la venta de coches usados, quizá involuntarios por parte del vendedor", y luego hacer algo. Le das unas pataditas a los neumáticos, abres las puertas, miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda el coche aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a la mecánica.) Sabes que se requiere algo de escepticismo, y comprendes por qué. Es desagradable que tengas que estar en desacuerdo con el vendedor de coches usados, o que tengas que hacerle algunas preguntas a las que es reacio a contestar. Hay al menos un pequeño grado de confrontación personal relacionado con la compra de un coche usado y nadie afirma que sea especialmente agradable. Pero existe un buen motivo para ello, porque si no empleas un mínimo de escepticismo, si posees una credulidad absolutamente destrabada, probablemente tendrás que pagar un precio tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una pequeña inversión de escepticismo con anterioridad.
Ahora bien, esto no es algo en lo que tengas que emplear cuatro años de carrera para comprenderlo. Todo el mundo lo comprende. El problema es que los coches usados son una cosa, y los anuncios de televisión y los discursos de presidentes y líderes políticos son otra. Somos escépticos en algunas cosas, pero, desafortunadamente, no en otras. Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela que el producto de la competencia sólo tiene una cierta cantidad del ingrediente analgésico que los médicos recomiendan (no te dicen cuál es el misterioso ingrediente), mientras que su producto tiene una cantidad dramáticamente superior (de 1,2 a 2 veces más por cada pastilla). Por tanto deberías comprar su producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar dos pastillas de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes. No apliques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra.
Las afirmaciones de los anuncios comerciales constituyen pequeños engaños. Nos hacen gastar algo más de dinero, o nos inducen a comprar un producto algo inferior. No es tan terrible. Pero considera esto: Tengo aquí el programa de este año de la Expo Whole Life de San Francisco. Veinte mil personas asistieron a la del año pasado. He aquí algunas de las presentaciones: "Tratamientos Alternativos para Enfermos de SIDA: reconstruirá las defensas naturales y prevendrá crisis del sistema inmunitario-aprende sobre los últimos avances que los medios han ignorado por completo." Me parece que esa presentación podría causar graves daños. "Cómo las Proteínas Sanguíneas Atrapadas Producen Dolor y Sufrimiento." "Cristales: ¿Son Talismanes o Piedras?" (Yo tengo mi propia opinión) Dice: "Al igual que un cristal enfoca ondas de sonido y luz para la radio y la televisión" las radios de galena tienen bastante tiempo- "también podría amplificar las vibraciones espirituales del hombre desintonizado." Apuesto a que muy pocos de vosotros estáis desintonizados. O esta otra: "El Retorno de la Diosa, Ritual de Presentación." Otra: "Sincronicidad, la Experiencia de Reconocimiento." Esa la da el "Hermano Charles". O, en la siguiente página: "Tú, Saint-Germain, y Cómo Curarse Mediante la Llama Violeta." Sigue y sigue, con montones de anuncios acerca de las oportunidades (que van desde lo dudoso a lo espurio) disponibles en la Expo Whole Life.
Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento del dominio humano, te encontrarías con un conjunto de sistemas de creencia populares, más o menos similares. Cambian, a veces rápidamente, a veces en una escala de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia de este tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse por qué. Somos Homo Sapiens. Ésa es nuestra característica diferenciadora, eso de sapiens. Se supone que somos listos. Entonces ¿por qué nos rodea siempre todo ese tema? Bueno, por una parte, muchos de esos sistemas de creencia tratan necesidades humanas reales que no se presentan en nuestra sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, necesidades espirituales, y necesidades de comunicación con el resto de la comunidad humana. Puede que haya más de esos defectos en nuestra sociedad que en muchas otras de la historia de la humanidad. Por tanto, es razonable para la gente probar y hurgar en varios sistemas de creencia, para ver si ayudan en algo.
Por ejemplo, tomemos una manía de moda: la canalización. Tiene como premisa fundamental, al igual que el espiritualismo, que, cuando morimos, no desaparecemos exactamente, sino que una parte de nosotros continúa. Esa parte, dicen, puede retomar el cuerpo de un humano u otras criaturas en el futuro, y por tanto, personalmente, la muerte pierde mucha amargura para nosotros. Y lo que es más, tenemos una oportunidad, si los argumentos de la canalización son ciertos, de contactar con seres queridos que han muerto.
Hablando personalmente, yo estaría encantado de que la reencarnación fuese cierta. Perdí a mis dos padres en los últimos años, y me encantaría tener una pequeña conversación con ellos, para decirles cómo están los niños y asegurarme de que todo va bien dondequiera que estén. Eso toca algo muy profundo. Pero, al mismo tiempo, y precisamente por esa razón, sé que hay gente que intenta beneficiarse de las vulnerabilidades de los afligidos. Mejor que los espiritualistas y los canalizadores tengan un argumento convincente.
O tomemos la idea de que, pensando mucho sobre formaciones geológicas, podemos decir dónde hay depósitos de mineral o petróleo. Uri Geller afirma eso. Ahora bien, si eres un ejecutivo de una compañía de exploración de mineral o petróleo, tus garbanzos dependen de que encuentres los minerales o el petróleo: por tanto, gastar cantidades triviales de dinero, comparadas con lo que te gastas a menudo en exploración geológica, en este caso para encontrar físicamente los depósitos, no suena tan mal. Podrías caer en la tentación.
O tomemos a los OVNIs, el argumento de que nos están visitando continuamente seres de otros mundos en naves espaciales. Encuentro esto muy emocionante. Al menos es una ruptura con lo ordinario. He empleado una buena cantidad de tiempo en mi vida científica trabajando en el tema de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Piensa cuánto esfuerzo podría ahorrarme si esos tipos están visitándonos. Pero cuando podemos reconocer alguna vulnerabilidad emocional relacionada con una pretensión, es cuando tenemos que hacer los esfuerzos más firmes de escrutinio escéptico. En esa situación es cuando pueden aprovecharse de nosotros.
Ahora reconsideremos la canalización. Hay una mujer en el Estado de Washington que afirma entrar en contacto con alguien que tiene 35.000 años de edad: Ramtha (quien, por cierto, habla muy bien inglés con lo que me parece un acento indio). Supongamos que tenemos a Ramtha aquí y supongamos que Ramtha es cooperativo. Podríamos hacer algunas preguntas: ¿Cómo sabemos que Ramtha vivió hace 35.000 años? ¿Quién está llevando la cuenta de los milenios que se interponen? ¿Cómo es que son exactamente 35.000 años? Eso es un número muy redondo. ¿35.000 más qué, o menos qué? ¿Cómo eran las cosas hace 35.000 años? ¿Cómo era el clima? ¿Dónde vivió Ramtha? (Sé que habla inglés con un acento indio, pero ¿dónde se hablaba así hace 35.000 años?) ¿Qué come Ramtha? (Los arqueólogos saben algo sobre lo que comía la gente por aquel entonces.) Tendríamos una buena oportunidad de descubrir si sus afirmaciones son ciertas. Si fuera realmente alguien de hace 35.000 años, podríamos aprender mucho sobre hace 35.000 años. Por tanto, de una manera u otra, o Ramtha es realmente alguien de hace 35.000 años, en cuyo caso descubriremos algo sobre ese periodo (que es anterior a la glaciación de Wisconsin, una época interesante), o es un farsante y se equivocará. ¿Cuáles son los idiomas indígenas, cómo es la estructura social, con quién más vive Ramtha (hijos, nietos), cuál es el ciclo de vida, la mortalidad infantil, qué ropas lleva, cuál es su esperanza de vida, qué armas, plantas y animales hay? Dinos. En cambio, lo que oímos son las homilías más banales, indistinguibles de las que los supuestos ocupantes de los OVNIs les dicen a los pobres humanos que afirman haber sido abducidos por ellos.
Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien que está en contacto con un extraterrestre que me invita a "preguntar lo que sea". Así que tengo una lista de preguntas. Los extraterrestres están muy avanzados, recordemos. Por tanto pregunto cosas como: "Por favor, denme una demostración simple del Último Teorema de Fermat." O de la Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son estas cosas, porque los extraterrestres no las llamarán Último Teorema de Fermat, así que escribo la pequeña ecuación con sus exponentes. Nunca recibo respuesta. Por otra parte, si le pregunto algo como "¿Deberíamos ser buenos los humanos?", siempre recibo respuesta. Pienso que se puede deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar preguntas. Si son cosas imprecisas y vagas, están encantados de responder, pero si es algo específico, que dé ocasión a descubrir si saben algo realmente, sólo hay silencio. El científico francés Henri Poincarè hizo una observación sobre por qué la credulidad está tan extendida: "También sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador." Eso es lo que he intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea la única razón por la que la credulidad está extendida. El escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto, el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su escepticismo a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000 años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o religiosas. ¿Luego dónde estaremos?
El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su función, en mi opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por otra parte, ¿cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en una democracia?
Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre el tipo de problema nacional que se podría haber evitado si el escepticismo estuviese más disponible en la sociedad americana. El fiasco de Irán/Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no tomaré ventaja de nuestro pobre y hostigado presidente (Reagan) hablando sobre ello. La resistencia de la Administración a un Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares y su continua pasión por aumentar las armas nucleares (uno de los pilotos principales en la carrera nuclear) bajo el pretexto de estar más seguros es otro asunto semejante. También lo es La Guerra de las Galaxias. Los hábitos de pensamiento escéptico que fomenta el CSICOP tienen relevancia para asuntos de la mayor importancia para la nación. Hay tantas tonterías promulgadas por los partidos políticos que el hábito de escepticismo imparcial debería declararse un objetivo nacional esencial para nuestra supervivencia.
Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. Se puede coger un hábito de pensamiento en el que te diviertes burlándote de toda la gente que no ve las cosas tan bien como tú. Esto es un peligro social potencial, presente en una organización como el CSICOP. Tenemos que protegernos cuidadosamente de esto.
Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea, tienes un grave problema.
Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en la vía del entendimiento y del progreso.
Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna.
Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia.
Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su cuenta, cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente. La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son reemplazadas por ideas de mayor generalidad. Y, aunque, por supuesto, existen algunas pérdidas personales (vínculos emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un papel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez que una idea así es derribada y reemplazada por algo mejor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada. En ciencia, ocurre a menudo que los científicos dicen: "¿Sabes?, ése es un gran argumento; yo estaba equivocado." Y luego cambian su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo como debiera, porque los científicos son humanos y el cambio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz de recordar la última vez que pasó algo así en la política o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo, responda: "Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi afiliación política."
Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulantes sesiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) y sobre el lenguaje animal en nuestra conferencia del CSICOP. En la historia de la ciencia, existe un instructivo desfile de importantes batallas intelectuales que resultan tratar todas ellas sobre lo centrales que son los seres humanos. Podríamos llamarlas batallas sobre la presunción anti-copernicana.
He aquí algunas de las cuestiones:
- Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las estrellas y el Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico, debemos ser realmente especiales.)
Ésa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la época de Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les daba una posición central personalmente injustificada en el Universo. El mero hecho de estar en la Tierra te hacía privilegiado. Eso te hacía sentir bien. Luego llegó la prueba de que la Tierra era sólo un planeta y de que esos puntos brillantes en movimiento eran también planetas. Decepcionante. Incluso deprimente. Mejor cuando éramos centrales y únicos.
- Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo.
No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más, nos encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos nada cerca del centro de la galaxia. Muy deprimente.
- Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Universo.
Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos que no existe eso del centro del Universo. Lo que es más, hay cien mil millones de galaxias más. Ésta no tiene nada de especial. Completamente deprimente.
- Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el pináculo de la creación. Somos aparte. Todas esas criaturas, las plantas y los animales, son inferiores. Nosotros somos superiores, no tenemos conexión con ellos. Todo ser viviente ha sido creado separadamente. Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evolucionaria. Estamos relacionados estrechamente con las otras bestias y vegetales. Lo que es más, nuestros parientes biológicos más cercanos son los chimpancés. Ésos son nuestros parientes más cercanos (¿esos bichos?) Es una vergüenza. ¿Has ido alguna vez al zoo y los has visto? ¿Sabes lo que hacen? Imagina lo embarazosa que era esta verdad en la Inglaterra victoriana, cuando Darwin tuvo esta idea.
Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia privilegiados en física y la mente inconsciente en psicología) que pasaré por alto.
Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de debates (cada uno de los cuales ha sido ganado por los copernicanos, por los tipos que dicen que no hay nada especial en nosotros), hubo una nota callada profundamente emocional en los debates de las dos sesiones del CSICOP que he mencionado. La búsqueda de inteligencia extraterrestre y el análisis de un posible lenguaje animal hieren a uno de los sistemas de creencia pre-copernicanos que quedan:
- Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el Universo.
Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque estemos relacionados con los chimpancés, aunque estemos en las afueras de un universo vasto y tremendo, al menos todavía nos queda algo especial. Pero, en el momento que encontremos inteligencia extraterrestre, se perderá el último pedazo de presunción. Creo que parte de la resistencia a la idea de la inteligencia extraterrestre es debida a la presunción anti-copernicana. Asimismo, sin tomar ninguna postura en el debate de si hay otros animales (los primates superiores, especialmente los grandes monos) inteligentes o con un lenguaje, es claramente, a nivel emocional, la misma cuestión. Si definimos a los humanos como criaturas que tienen lenguaje y nadie más tiene lenguaje, al menos somos únicos en ese aspecto. Pero si resulta que todos esos sucios, repugnantes y graciosos chimpancés pueden, con el Ameslan o de cualquier otra manera, comunicar ideas, entonces ¿qué nos queda de especial a nosotros? En los debates científicos existen, a menudo inconscientemente, impulsoras predisposiciones emocionales sobre estas cuestiones. Es importante darse cuenta de que los debates científicos, al igual que los debates pseudocientíficos, pueden llenarse de emociones por todas estas razones.
· · Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búsqueda de inteligencia extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de la pseudociencia? Dejadme contar un par de casos reales. A principios de los sesenta, los soviéticos ofrecieron una rueda de prensa en Moscú en la que anunciaron que una fuente distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando sinusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos 100 días. ¿Por qué convocaron una rueda de prensa para anunciar que una fuente distante de radio estaba variando? Porque pensaban que era una civilización extraterrestre de inmenso poder. Eso se merece convocar una rueda de prensa. Esto es incluso anterior a la existencia de la palabra cuásar. Hoy sabemos que CTA-102 es un cuásar. No sabemos muy bien lo que es un cuásar: y existe más de una explicación para ellos mutuamente exclusiva en la literatura científica. No obstante, pocos consideran seriamente que un cuásar, como CTA-102, sea una civilización galáctica extraterrestre, porque hay un número de explicaciones alternativas de sus propiedades que son más o menos consistentes con las leyes físicas que conocemos sin evocar a la vida alienígena. La hipótesis extraterrestre es una hipótesis de último recurso. Sólo si falla todo lo demás se acude a ella.
Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encontraron una fuente de radio cercana que fluctuaba en un periodo de tiempo mucho más corto, con un periodo constante de hasta diez cifras significativas. ¿Qué era? Su primer pensamiento fue que era algo como un mensaje que se nos estaba enviando, o un faro de navegación interestelar para las naves espaciales que volaban entre las estrellas. Incluso le dieron, entre los de la Universidad de Cambridge, el pervertido nombre de LGM-1 (Little Green Men, u Hombrecillos Verdes). Sin embargo (eran más listos que los soviéticos), no convocaron una rueda de prensa, y pronto se hizo claro que lo que tenían era lo que ahora se llama un púlsar. De hecho fue el primer púlsar de la Nebulosa Cangrejo. Bueno, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es una estrella comprimida hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no lo está ninguna otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclusión electrónica, sino por las fuerzas nucleares. Es, en cierto sentido, un núcleo atómico del tamaño de Pasadena. Sostengo que esa es una idea al menos tan rara como la del faro de navegación interestelar. La respuesta a lo que es un púlsar tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización extraterrestre, es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos y mentes e indica posibilidades en la naturaleza que nunca habríamos adivinado.
Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake en su original experimento Ozma, Paul Horowitz en el programa META (Megachannel Extraterrestrial Assay) patrocinado por la Sociedad Planetaria, el grupo de la Universidad de Ohio y muchos otros grupos han recibido señales que han hecho palpitar sus corazones. Piensan por un momento que han captado una señal genuina. En algunos casos no tenemos la menor idea de lo que fue; las señales no se han repetido. La noche siguiente apuntas el mismo telescopio al mismo punto en el cielo con la misma modulación y la misma frecuencia, y lo pasa-bandas todo de la misma manera, y no oyes nada. No publicas esos datos. Puede ser un mal funcionamiento del sistema de detección. Puede ser un avión militar AWACS revoloteando y emitiendo en canales de frecuencia supuestamente reservados para la radioastronomía. Puede ser un aparato de diatermia en la misma calle. Hay muchas posibilidades. No se declara inmediatamente que has descubierto inteligencia extraterrestre sólo porque has encontrado una señal anómala.
Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una broma. Puede ser algo que le pasa a tu sistema y que no eres capaz de descifrar. En cambio, llamarías a los científicos de un montón de radiotelescopios y les dirías que en ese punto particular del cielo, a esa frecuencia, modulación, y banda y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor, podrían mirar si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma información varios observadores independientes del mismo punto del cielo piensas que tienes algo. Aun entonces sigues sin saber que ese algo es inteligencia extraterrestre, pero al menos has podido determinar que no es algo de la Tierra. (Y también que no es algo en órbita terrestre; está más lejos que eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere para asegurarse de que realmente tienes una señal de una civilización extraterrestre.
Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escepticismo impone una carga. No puedes salir y gritar pequeños hombrecillos verdes, porque vas a parecer muy tonto, como les pasó a los soviéticos con el CTA-102, que resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela especial cuanto las implicaciones son de tanta importancia como aquí. No estamos obligados a decidirnos por algo en cuanto tenemos unos datos. No pasa nada por no estar seguros.
Me suelen preguntar: "¿Crees que existe inteligencia extraterrestre?" Y yo respondo con los argumentos habituales. Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones. Luego digo que me sorprendería mucho que no existiese inteligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan: "Vale, pero ¿qué es lo que crees realmente?" Y respondo: "Ya te he dicho lo que creo." "Sí, pero ¿qué te dicen tus entrañas?" Pero yo no intento pensar con mis entrañas. En serio, es mejor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas.
Después de que se publicase mi artículo El Arte de la Detección de Camelos en Parade (1 feb. 1987), recibió, como puedes imaginar, un montón de cartas. Parade es leído por 65 millones de personas. En el artículo di una larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas cosas resultaron uniformemente ofendidos, por lo que recibí montones de cartas. También ofrecí un conjunto de instrucciones muy elementales acerca de cómo tratar a los camelos (los argumentos de una autoridad no valen, todos los pasos de una cadena de evidencias tienen que ser válidos, etcétera). Mucha gente contestó diciendo: "Tiene usted toda la razón en las generalidades; desafortunadamente, eso no es aplicable a mi doctrina particular." Por ejemplo, uno de ellos decía que la idea de que existe inteligencia extraterrestre fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente camelo. Concluía: "Estoy tan seguro de esto como de cualquier otra cosa en mi experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del Universo. El Hombre vuelve así a su legítima posición en el centro del Universo."
Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis generalidades, pero decía que, como escéptico empedernido, yo había cerrado mi mente a la verdad. Más notablemente, he ignorado la evidencia de que la Tierra tiene seis mil años de antigüedad. Bueno, no la he ignorado; he considerado la supuesta evidencia y luego la he rechazado. Existe una diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de considerar los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después de considerarlos. El prejuicio es terrible, en el sentido de que se cometen injusticias y graves errores. El postjuicio no es terrible. Por supuesto, no puedes ser perfecto; también puedes cometer errores. Pero es permisible hacer un juicio después de haber examinado la evidencia. En algunos círculos incluso se fomenta.
Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de maravilla. Es una emoción muy poderosa. Todos los niños la sienten. En una clase de parvulario, todos la sienten; en una clase de bachillerato casi nadie la siente, o siquiera la reconoce. Algo pasa entre el parvulario y el bachillerato, y no es sólo la pubertad. No sólo los colegios y los medios no enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho este emocionante sentido de lo maravilloso. Ambas ciencia y pseudociencia despiertan ese sentimiento. Una pobre popularización de la ciencia establece un nicho ecológico para la pseudociencia.
Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una manera accesible y excitante, no habría sitio para la pseudociencia. Pero existe una especie de Ley de Gresham por la que, en la cultura popular, la mala ciencia expulsa a la buena. Y por esto pienso que tenemos que culpar, primero, la comunidad científica por no hacer un mejor trabajo popularizando la ciencia, y segundo, a los medios, que a este respecto son casi por completo inútiles. Todo periódico americano tiene una columna diaria de astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna semanal de astronomía? Y también pienso que es culpa del sistema educativo. No enseñamos a pensar. Esto es un error muy serio que podría incluso, en un mundo infestado con 60.000 armas nucleares, comprometer el futuro de la humanidad.
Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que en la pseudociencia. Y además, en la medida que esto tenga algún significado, la ciencia tiene como virtud adicional (y no es una despreciable) su veracidad.