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Democracia

Se dice

 y se repite 

 y vuelven a decir 

¡Hay que votar!

Es lo más normal.

Es lo único que podemos hacer,

¡Lo mejor!

¡Lo más, más!

Culebrita, culebrita

¡nos meten el dedo en la boquita!

Mienten y  remienten 

 y vuelven a mentir.

Nada va a cambiar 

sólo los odios 

entre nosotros mismos

van a  trasmutar,

¡nada más!

La dictadura disfrazada

cuatro años vuelve a castigar

llegue quien  llegue 

el  libreto americano siempre  está

y los personajes principales

en el casting escogidos van.

Los de abajo

siempre aparecerán en la película  

como delincuentes, asesinos,

prostitutas, ladrones, terroristas,

ciudadanos de segunda y demás 

que sólo sirven para votar.

Por eso grito fuerte:

¡Abajo la farsa electoral

¡Arriba la lucha popular!

SMM

22 de mayo 2018

Votar, ¿para qué?

Hay muchísimas razones para no votar en estas próximas elecciones y en las futuras, razones que vienen dictadas desde el sentido común (quien gana es el candidato, el pueblo nada), la experiencia repetida de terminar defraudados (los candidatos solo prometen, pero no cumplen), el franco engaño (decía ser un candidato diferente pero es más de lo mismo), el hartazgo de la corrupción, la pobreza intelectual y el cinismo de muchos de los candidatos.

En el ámbito local bástenos escuchar cualquiera de los debates que los medios de comunicación están promoviendo para darnos cuenta con qué tranquilidad y normalidad, por ejemplo, frente a una práctica vulgar de hacer política como es la compra de votos, un candidato justifica el regalar electrodomésticos en su campaña como una estrategia de “marketing político” (¡qué técnico!) que utiliza como una forma “amable y familiar” de hacer llegar sus propuestas a la gente.

O la candidata que utiliza en su campaña el nombre de su esposo, arquero de la selección Pereira, y el de su hijo, deportista con algún reconocimiento, con el argumento que lo hace para que los electores sepan quién es ella (¿?). O la candidata, reconocida por la forma violenta y sanguinaria con la que manejó el desalojo de habitantes de la calle en nombre del “progreso” de la ciudad y quien además arremetió brutalmente contra los vendedores ambulantes en su mandato como alcaldesa, se atreva a afirmar que “quiere una Pereira de respeto”.

Pero hay otras razones para no votar, éstas menos evidentes, al menos para gran parte de la población: la democracia es incompatible con el capitalismo, es por ello que todas las elecciones populares dentro de este sistema son una farsa.

La lógica del capitalismo es la producción, acumulación y concentración de la riqueza, ésta se encuentra en pocas manos (“85 ricos suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres del mundo”, Oxfam, enero 2014) y esas pocas manos son las que dirigen el mundo, las que determinan, en últimas, las políticas que los Estados promueven y aprueban para proteger dicha riqueza aunque como fachada utilicen al pueblo; es decir, se gobierna y legisla en nombre del pueblo pero se trabaja para una élite y para el beneficio propio.

Pero para que todo esto funcione se necesita algún grado de legitimación popular, lo que bien o mal se consigue con el voto y también con mucha corrupción, engaño y bandidaje, en lo que son expertos gran parte de los políticos, para mantener “aceitada” la maquinaria y lograr que el sistema funcione como debe ser, ahondando la abismal desigualdad que carcome a la sociedad entera.

Así que quien vota, aunque sea en blanco, lo que hace es legitimar un sistema excluyente y perverso.