Todos los sucesos modernos se ven permeados de una u otra forma por las redes sociales y el internet. La pandemia por la que atravesamos y la crisis venidera no es la excepción.
Es así como cada día circula una cantidad innumerable de [des]información por las redes en forma de publicaciones de Facebook, tweets, imágenes, vídeos, audios de whatsapp y textos. Lamentablemente, una buena parte es información falsa o parcialmente falsa. A veces consideramos que el desconocimiento de la realidad objetiva es inofensivo, como cuando hablamos de las creencias idealistas individuales. Yo, sin embargo, considero que las creencias irracionales, así como el pensamiento idealista en general, tienen consecuencias negativas que por lo general no se aprecian de manera directa o al corto plazo.
La imposición de los dogmas religiosos a los seres humanos desde niños cierra sus mentes al cuestionamiento, a la curiosidad y al pensamiento crítico. No hay nada que hacer, cuanta más fe «ciega» tenga una persona, menos abierta estará a aceptar la evidencia que rechace sus creencias. Quienes creen lo hacen «a pesar de» el cúmulo de evidencias en su contra, como lo vemos en el caso de la ciencia de la evolución. Las consecuencias de esa imposición ideológica a los niños solo se verá durante su etapa adulta.
El nuevo coronavirus llamado COVID-19 es muy contagioso. Los expertos recomiendan el aislamiento social y un régimen muy estricto de lavado de manos, junto a otras medidas. Sin embargo, se han visto casos en el mundo de pastores que llaman a sus «fieles» a violar las cuarentenas para asistir a los cultos. Y es que si creo ciegamente en mi dios o en mi religión, y le atribuyo características sobrenaturales, pues creeré también que me puede curar o proteger de esta enfermedad. Si no lo creo, estaré dudando, y las dudas no son bien recibidas dentro de estas ideologías.
Las religiones no son la única traba a tomar medidas efectivas en una crisis como esta. Dentro de las cadenas de Whatsapp que circulan todos los días aparecen numerosas curas, algunas, totalmente absurdas, y otras sin ninguna evidencia. He escuchado en los grupos familiares del bicarbonato, el cloro, el vodka (porque tiene alcohol) y recientemente escuché de la hidroxicloroquina (un medicamento contra la malaria) y la azitromicina (un antibiótico que me han recetado contra la amigdalitis).
Y resulta que esta última combinación está siendo probada por la comunidad científica y ha mostrado resultados prometedores. Sin embargo, su uso no ha sido aprobado. Algo que los lectores deben recordar en todo momento es que todo tratamiento médico está compuesto de unos medicamentos y unas dosis espaciadas por una determinada cantidad de horas. Algunas veces me han mandado a tomar dos pastas de acetaminofen cada 6 horas, otras veces tan solo una cada 8. La gente olvida que todo eso depende de la enfermedad que tengamos y solamente un médico puede determinarlo.
Con esas cadenas no faltará la persona que se sienta enferma y decida comprar azitromicina en su farmacia más cercana. Y ha pasado; la BBC reporta que una persona murió por consumir un producto de limpieza de piscinas que contiene el mismo compuesto activo que la hidroxicloroquina.
Según la Cruz Roja, las noticias falsas tienen un impacto negativo en la velocidad de reacción frente al coronavirus, lo cual es muy preocupante teniendo en cuenta que no existe una vacuna, y la única forma en que los sistemas sanitarios del mundo podrán atender la emergencia es ralentizando el avance de la enfermedad. La vacuna quizá venga a mediados del 2021, y la sociedad adquiere lentamente inmunidad al virus (aunque no sabemos aún cuánto tiempo dura dicha inmunidad). Si se expande con demasiada rapidez, muchas personas estarán en riesgo de morir.
Pero creo que la discusión va más allá: la necesidad de pensamiento crítico que se evidencia en momentos como este, y en los discursos educativos, choca contra ciertos valores de la sociedad capitalista moderna. Miremos nada más el caso de la publicidad. La publicidad busca muchas veces todo lo opuesto de la verdad. En algunas ocasiones, las compañías invierten enormes recursos para esconder la verdad cuando no le conviene a su negocio y por sobre la salud y el bienestar humano. Aquí en Colombia han llegado a censurar publicidad que cuestiona el impacto del azúcar en la salud porque afecta los intereses de las empresas de gaseosas.
¿Cómo promover el pensamiento crítico y a la vez continuar con una sociedad de consumo?. Las compañías piensan continuamente en cómo producir más y más mercancías y servicios, a la vez que promueven el consumo de los mismos. Hablamos de un proceso no planificado. Esa es la contradicción. La sociedad moderna es un caldo de cultivo para las «fake news». Tenemos ciudadanos no educados, por un lado, y la capacidad tecnológica de crear contenidos y propagarlos por el mundo con gran facilidad, todo esto junto a una forma de organización social que en su núcleo necesita de gente ignorante en las cuestiones más básicas de la ciencia para poder sostenerse y subsistir.
Tanta es la preocupación reciente frente a las «fake news» que plataformas digitales como Google o Facebook han tenido que implementar medidas para controlar las noticias falsas. No solo lo hacen por el coronavirus sino que lo han venido planteando e implementando desde que se demostró el impacto que pueden tener en las elecciones democráticas, sobre todo en países desarrollados. Sin embargo, plataformas como Whatsapp no pueden regularse porque el contenido se envía cifrado desde un extremo al otro, lo que quiere decir que la compañía no puede acceder fácilmente al contenido sin recurrir a prácticas cuestionables o ilegales y sin que su imagen se vea afectada por ello.
Necesitamos asumir una actitud más científica, si, pero por sobre todo, necesitamos una sociedad más científica.
CORRIENTE PROGRESISTA DE INTELECTUALES
EJE CAFETERO
Imagen: pixabay