Contaminadores e industrias de productos peligrosos contratan expertos para desacreditar los estudios que prueban los daños que causan.
David Michaels *
Tomado de: EL TIEMPO.COM
Durante décadas, la industria del tabaco ha fabricado más que cigarrillos. Al mismo tiempo que impulsaba agresivamente el mercadeo de sus productos, también ha librado una campaña de relaciones públicas encaminada a crear incertidumbre sobre las características destructivas y letales de los mismos. Aunque el descubrimiento de estos esfuerzos ha sido tardío para muchos fumadores, documentos revelados en procesos judiciales prueban que ha habido una tarea concertada para evitar las reglamentaciones del gobierno mediante el ataque a los funcionarios de salud y los científicos.
Hay pocos desafíos científicos tan complejos como el de entender las causas de las enfermedades en los humanos. Los científicos no pueden suministrar químicos tóxicos a las personas, por ejemplo, para ver cuánta dosis causa cáncer. En lugar de esto, tienen que concentrarse en el estudio de los "experimentos naturales" en los que ha ocurrido la exposición a esos tóxicos.
En el laboratorio, los científicos utilizan animales, en condiciones experimentales controladas, para investigar los efectos de los agentes tóxicos. Pero, como ocurre con la evidencia epidemiológica, los estudios de laboratorio tienen muchas incertidumbres. Por esto, los científicos deben extrapolar la evidencia de estudios específicos para hacer juicios sobre los efectos y recomendar medidas protectoras. La certeza absoluta es muy rara.
Sin embargo, mucha de la "incertidumbre" científica sobre las causas de las enfermedades no es real; es fabricada. Hace años, un ejecutivo de la industria tabacalera con poco juicio puso en el papel el eslogan perfecto para la campaña de desinformación de su industria: "La duda es nuestro producto". Durante 50 años, las compañías tabacaleras emplearon un cuerpo de científicos para afirmar (algunas veces bajo juramento) que ellos no creían que hubiera pruebas definitivas de que fumar causa cáncer del pulmón.
Un esfuerzo menos conocido, pero encaminado al mismo fin, es el que se montó para cuestionar los estudios que documentan los efectos adversos en la salud que tiene la exposición al plomo, el mercurio, el vinilo, el cromo, el berilio, el benceno y una larga lista de pesticidas y otros químicos tóxicos. Los contaminadores y fabricantes de productos peligrosos contratan expertos en lo que ellos llaman "defensa del producto" para diseccionar los estudios a cuyas conclusiones se oponen y destacar cualquier falla o inconsistencia. En muchos casos, no niegan que hay una relación entre la exposición y la enfermedad, pero proclaman rápidamente que "la evidencia no es concluyente".
Estas industrias han aprendido que al enfocar la discusión sobre las incertidumbres en la ciencia (y la necesidad de más investigación), es posible evitar el debate sobre las políticas públicas. Esto puede retrasar por años los gastos necesarios para proteger la salud de la gente y el medio ambiente.
En la actualidad, la campaña más conocida (y probablemente mejor financiada) para fabricar dudas científicas es la que libra la industria de combustibles fósiles para impugnar los esfuerzos científicos relacionados con el cambio climático. Confrontada con el abrumador consenso científico sobre la contribución de la actividad humana al calentamiento global durante el último siglo, la industria y sus potenciales aliados siguen el camino de las tabacaleras.
Esto se puso en evidencia cuando Frank Luntz, un prominente consultor político del Partido Republicano de Estados Unidos, envió un memorando estratégico a sus clientes en el 2002. Luntz afirmaba allí: "El debate científico sigue abierto. Los electores creen que en la comunidad científica no hay consenso sobre el calentamiento global. Si el público llegara a creer que el tema científico está resuelto, sus opiniones sobre el calentamiento global cambiarán."
En forma paralela a sus intentos por demorar o prevenir las reglamentaciones mediante el estímulo a la incertidumbre científica, los contaminadores y fabricantes de productos peligrosos han promovido el movimiento de la "ciencia basura", que trata de influir a la opinión pública al ridiculizar a los científicos cuyos trabajos amenazan intereses poderosos, sin consideración por la calidad de sus estudios. Los promotores del concepto de "ciencia basura" alegan que muchos estudios científicos (e inclusive, muchos métodos científicos) empleados en el campo de la regulación y la legislación son equivocados, contradictorios o incompletos.
Todo estudiante estadounidense de salud pública aprende en el primer año cómo John Snow frenó una epidemia de cólera en Londres. En un lapso de diez días en el que murieron por esta enfermedad más de 500 londinenses en septiembre de 1854, Snow marcó en un mapa de la ciudad todas las casas con un caso de cólera. Estableció que los londinenses que tomaban agua de una fuente determinada estaban en el mayor peligro de adquirir la enfermedad, y recomendó cerrar las llaves que tenían acceso a esa fuente.
Cientos de muertes adicionales fueron evitadas entonces al emplear la mejor evidencia disponible. Si los funcionarios londinenses hubieran exigido absoluta certeza, la epidemia habría podido extenderse por otros 30 años, hasta que la bacteria de la cólera fuera identificada.
La fabricación de incertidumbre científica amenaza la salud pública, así como los programas para protegerla y para compensar a las víctimas. Es hora de volver a los principios esenciales: usar la mejor evidencia disponible y no exigir certeza donde no existe.
* Director del Proyecto sobre Conocimiento Científico y Políticas Públicas de la Escuela de Salud Pública de la Universidad George Washington