El espinazo de la noche

corriente 8 años, 1 mes atrás Opinión Comentarios

Tomada de: flickr

Próximos a conmemorar un año más de la desaparición de Carl Sagan, son interminables los reconocimientos hechos a este acucioso vigilante del cosmos por el mundo científico que bautizó con su apellido el asteroide 2790 y la base espacial en Marte.

 

Pionero de la cátedra David Duncan de Astronomía y Ciencias del Espacio; director del Laboratorio de Estudios Planetarios de la universidad de Cornell; asesor en los programas Mariner, Viking, Apolo, Voyager y Galileo; prologuista del best seller “La historia del tiempo” del físico Stephen Kawking; medalla de la NASA y premios Pulitzer y Emmy, entre otros.

 


Sagan, al igual que Isaac Asimov, Alvin Toffler y John Naisbitt, no se quedó en la fantástica
narración de relatos futuristas. Este visionario e investigador que ayudó a descifrar las altas temperaturas en Venus, los cambios estacionales de Marte y las nubosidades rojizas de Titán, también alertó no solo sobre el “invierno nuclear” y la desaparición de la biosfera, consecuencias fatales de la guerra atómica, sino también sobre los peligros del fundamentalismo religioso, el esoterismo, el boom del paranormalismo y las pseudociencias (“El primer pecado de la humanidad fue la fe; la primera virtud, la duda”).

 


Hace 35 años Carl Sagan sorprendió a 400 millones de televidentes de 60 países del mundo con los 13 capítulos de su célebre serie “Cosmos: un
 viaje personal” de la cual era su guionista y presentador. Este acontecimiento audiovisual se ha comparado con el pánico que produjo la transmisión radial de “la guerra de los mundos” de Orson Wells (1938), la trágica noticia del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945), las crónicas de los bombardeos sobre Londres (1940-41), los lanzamientos del Sputnik I (1957) y los cohetes Mercury (1958) y el alunizaje del Apolo 11 (1969).

 


Unos meses después de su muerte en 1996, cuando repasaba con mis
 estudiantes de humanidades ese memorable capítulo VII (“El espinazo de la noche”) sobre el significado de dos grandes misterios de la humanidad (el fuego y el origen del universo), fui sorprendido al obligárseme a realizar una ingrata tarea como supervisor de educación: atender una sentida queja proferida por un rector de un colegio nocturno quien pedía la apertura de un proceso disciplinario contra la profesora de filosofía por haber abandonado ésta, el aula de clase y haber invitado a sus estudiantes a contemplar, tendidos en el pastizal del colegio, el majestuoso espectáculo de una noche estelar y una lluvia de estrellas.

 


Una extraña y penosa enfermedad (mielodisplasia) no pudo arrebatarle sus sueños y sus ansias de vivir. “He aprendido mucho en mi batalla contra la muerte: la belleza de la
 vida, el valor de la amistad y la familia, el poder transformador del amor (…)

 

Quiero hacerme viejo junto a Annie, ver a mis hijos crecer, participar en su desarrollo integral, conocer a mis futuros nietos (…) De la solución de muchos problemas científicos quiero ser testigo: los viajes interestelares y la exploración de otros mundos, la búsqueda de vida extraterrestre, la solución de los mayores dilemas humanos, los peligros y las promesas de la tecnología (…)”.

 


Coletilla. A sus 62 años y en su lecho de muerte, éste quizás fue el artículo mortis de nuestro infatigable argonauta cósmico: “Me gustaría creer que, cuando muera, volveré a vivir; que alguna parte pensante, alguna forma de memoria o de sentimiento permanecerá en mí. Pero con la misma intensidad que lo deseo, sé que no hay nada que sugiera que es algo más que una vana esperanza”.

 


gonzalohugova@hotmail.com

Fuente: http://eldiario.com.co/seccion/OPINION/el-espinazo-de-la-noche1507.html