Comentario a la bobada global

Leyendo su columna recordé a dos autores que dan luces para el entendimiento de estas situaciones, situaciones que podrían calificarse de absurdas, incomprensibles y hasta demenciales si se miran superficialmente, pero que pueden entenderse en tanto no se trata de tendencias aisladas del contexto social, sino por el contrario situaciones que se reproducen en muchos lugares del planeta y en grupos sociales muy distintos, en tanto concurran condiciones similares. Añado acá, algunas ideas sobre el extremo grado de destructividad que han mostrado estas “barras bravas” contra personas y bienes y que ha tenido gran impresión en la opinión pública por su carácter aparentemente “ciego e irracional”.

Dos cuestiones a mi juicio merecen un análisis más detenido y las planteo a manera de preguntas:

  1. ¿Cómo se construye la identidad de un individuo? ¿Quién la construye en la época de la sociedad globalizada?, ¿De qué manera lo hace?
  2. ¿Por qué asumen actitudes cada vez más destructivas (y autodestructivas) los sujetos actuales y especialmente los jóvenes de los sectores populares?

Con relación al primer interrogante, dice Estanislao Zuleta en “Tribulación y felicidad del pensamiento” (ensayo recogido en el libro “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva” y otros ensayos, Procultura, Bogotá, 1985, página 41):

“La descomposición progresiva y acelerada de las formaciones colectivas tradicionales, como son la familia patriarcal, las culturas regionales diferenciadas por rasgos lingüísticos y costumbres características y, en general, la disolución de los grupos de origen que determinaban formas de identidad – independientemente de si el individuo se rebelara contra ellos o acentuara su pertenencia – es algo que ha terminado por crear una crisis colectiva de identidad. (Ahora...) los individuos se encuentran bajo la amenaza de una normalidad que es una despersonalización esquizoide, una normalidad en la cual, más que sujetos del discurso, son sujetos hablados, trasmisores de discursos anónimos y más que sujetos del deseo, son ejecutantes de demandas programadas y aspiraciones codificadas con sus respectivos signos. Una situación esquizoide crea siempre la tentación deprecipitarse en cualquier propuesta de identidad que se le ofrezca, una teoría, una formación colectiva, que como son adoptadas en un movimiento reactivo contra la pérdida de identidad, resultan tanto más tentadoras cuanto más paranoicamente garantizados contra toda crítica se presenten...”.

Esta sociedad, escalonada y violenta, jerárquica y competitiva, ha ofrecido de tiempo atrás unos criterios de identidad cerrados y estrechos donde el individuo renuncia a su propia identidad para aceptar la de un grupo, dogmático y rígido, al estilo de las iglesias y grupos religiosos, los grupos empresariales, los partidos políticos, los grupos fanáticos, o ideales supremacistas del tipo masculino, nacional o “racial”. En estos ambientes se hace imposible la expresión del propio pensamiento y la conducta humana se reduce al problema de los efectos, es decir no una conducta propia y espontánea, sino de una conducta calculada y canalizada. El individuo empeña su libertad a la seguridad de un pensamiento ya establecido, un líder que encarna todas las “verdades”, un patrón de conducta aceptado y uniforme. Se forma así la llamada personalidad autoritaria, la base social de todos los fascismos.

Pero, a la par con esto, es más, como reacción a éste dogmatismo que ofrece una seguridad incuestionable, se ha generado otro criterio que es su opuesto, una especie de pensamiento difuso, que concilia y empareja todas las diferencias, “abierto sin resistencia a todas las ideas, las costumbres y las modas que entran en circulación”(E. Z. Obra citada). Cualquier criterio de identidad puede llegar ahora y actuará en nuestra conciencia como “piedras lanzadas contra huevos”, pues los individuos ya no tienen desde donde resistir: ninguna identidad definida, ninguna historia asumida, ninguna convicción por la cual vivir y morir. Nuestros mayores podían hacer un duelo por la pérdida de esta identidad (“porque se volvió ciudad, murió mi pueblo pequeño”, L.C. González), no así nuestra juventud que acoge como propia cualquier basura, cualquier veneno, el veneno de la globalización consumista por ejemplo, que no es ninguna “bobada” sino una cosa muy seria, la marea detergente que lo inunda todo y que viene arrasando con el planeta y todo lo que lleva encima. Aquí la despersonalización es absoluta, nada a que aferrarse, el “todo vale” posmodernista.

Estas dos tendencias contrapuestas explican por igual en estos suburbios, por un lado la proliferación de sectas religiosas de garaje y la adhesión sin principios a la más baladí de las causas... hacerse matar por el Real Madrid.

Con respecto a la segunda pregunta, comenta Erich Fromm en “El miedo a la libertad” (página 222 de la edición popular de Paidos, Buenos Aires, Argentina):

La vida posee un dinamismo íntimo que le es peculiar; tiende a extenderse, a expresarse, a ser vivida. Parece que si esta tendencia se ve frustrada, la energía encauzada hacia la vida sufre un proceso de descomposición y se muda en una fuerza dirigida hacia la destrucción. En otras palabras: el impulso de vida y el de destrucción no son factores mutuamente independientes, sino que son inversamente proporcionales. Cuanto más el impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucción; cuanto más plenamente se realiza la vida, tanto menor es la fuerza de la destructividad. Ésta es el producto de la vida no vivida. Aquellos individuos y condiciones sociales que conducen a la represión de la plenitud de la vida, producen también aquella pasión destructiva que constituye, por decirlo así, el depósito del cual se nutren las tendencias hostiles especiales contra uno mismo o los otros”.

Todavía estamos en el positivismo más simple en tanto pretendemos “explicar” esta violencia por la simple referencia a lo sucedido, por terrible que sea la descripción de los hechos. Pretender que el hecho se explica por sí mismo (que es el enfoque de nuestro periodismo, pero más grave aún, de nuestros sociólogos), es dar por sentado que los valores establecidos se justifican por sí mismos. No es así; hay que preguntarse qué valores ataca o cuestiona esta violencia aparentemente “ciega”... ¿la propiedad?, ¿la supuesta “libertad”?, ¿la olvidada “fraternidad”?. De ahí la importancia del planteamiento de Fromm... de una sociedad que no ofrece nada a su juventud, sobre todo a la juventud más pobre, ni propiedad, ni libertad, ni fraternidad (sino todo lo contrario), ¿por qué asombrarse de que esto suceda?

Columna referenciada: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/111863-la-bobada-global

Creative commons License


Esta página y el contenido propio se encuentran bajo una licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 0.4 International License.