Directores: Peter Brosens, Jessica Woodworth.
Género: Drama.
Duración: 109 minutos.
Enmarcada en el paisaje andino por excelencia, la sierra peruana, Altiplano (2009) invita a una visión cinematográfica polifónica del conflicto centenario que los pueblos latinoamericanos libran contra la colonización. Una comunidad indígena afectada por la extracción minera multinacional, un grupo de médicos extranjeros que intentan infructuosamente ayudar a los campesinos, una periodista de origen Iraní traumatizada por la guerra de Irak, son los responsables de este drama globalizado en el que nadie parece culpable de la tragedia, pero todos son sus protagonistas.
Usando cierto surrealismo así como un barroquismo algo exagerado, aunque en consonancia con la tradición andina, los directores Peter Brosens y Jessica Woodworth configurarán un panorama en el que sus personajes son víctimas a su modo del drama desarrollista y civilizatorio: un médico belga ligado a una compañía minera es linchado por indígenas furiosos. A su vez, estos últimos se sublevan contra la multinacional, que ha envenenado las fuentes de agua causando enfermedades y muertes en una terrible catástrofe ecológica. La periodista emprende el viaje hacia el altiplano para comprender los hechos que originaron la muerte de su marido: de Irak a los Andes la voracidad del capital perturba el orden, desata fuerzas sociales demoledoras, trasmuta la vida cotidiana de comunidades, personas, países completos. Esto es lo que Marshall Berman define como la metáfora del Fausto: el desarrollo económico llega a ser una potencia devastadora, escapa al control de los seres humanos; la sociedad capitalista ha liberado unos poderes tan inmensos que quedan totalmente fuera de su propio control.
Con la actuación soberbia de Magaly Solier, muchacha indígena que había fascinado en La teta asustada (2009), la narración se emparenta con Babel (2006), obra genial del choque entre culturas realizada por el mexicano Alejandro González Iñárritu. Un choque que es, antes que cultural, económico: el conflicto entre un norte opulento y rapaz que no comprende -ni quiere hacerlo- la voluntad, las dinámicas o los deseos del sur, sumido en el oprobio. Tanto en Altiplano como en Babel encontramos un relato tejido a varias miradas donde el contraste abismal entre hemisferios diferentes marca el desenlace. En ambos casos las relaciones entre el norte y el sur son esencialmente relaciones de subyugación.
Altiplano no pasaría de ser un filme anecdótico si no reflejara una problemática actual de primer orden en América Latina: el modelo extractivista que pasa su factura de ruina social y ambiental para las naciones, modelo heredado desde la conquista y que se replica invariable de México a la Patagonia. Raúl Zibechi afirmaba recientemente que América Latina sigue siendo una gigantesca reserva de materias primas para las grandes corporaciones. Mientras, la política de los gobiernos nacionalistas de la región ha sido más redistribuir las ganancias de la extracción que mutar hacia un modelo distinto de desarrollo. Altiplano deja de ser anécdota para ser arquetipo, ya que allí pueden leerse los dramas del oro en Colombia, del caucho en la Amazonía, del cobre en Chile, del gas en Bolivia, del petróleo en Venezuela, de la soya en Argentina, Uruguay y Paraguay, del banano en Centroamérica…
Por su temática, el filme reivindica la vía de existir de los pueblos andinos que rechazan tanto los dogmas de la izquierda más ortodoxa que nunca escapó al desarrollismo occidental, como los dogmas neoliberales de la imposición violenta de las leyes del mercado. En esencia se trata del mismo conflicto iniciado con la conquista, aunque ahora los invasores no vengan de fuera o vengan en carabelas con nombres cambiados. Detrás de dos romances truncados por la tragedia, uno ingenuo entre muchachos indígenas y otro existencial atormentado entre profesionales extraños que provienen del primer mundo, el conflicto aparece de esta manera como un diálogo brutal, un diálogo de sordos. Dos mundos se ponen uno frente a otro condenados de antemano a no poder comprenderse.